26-J: el sesgo generacional

Leo en El País del 21 de junio un comentario sobre el sondeo de Metroscopia acerca de las preferencias electorales de los jóvenes españoles. Y su lectura me hace reflexionar sobre las preferencias de nuestros jóvenes universitarios, una parte relevante del número total de jóvenes.

En realidad una de las cosas buenas de ser profesor de Universidad es que uno siempre detecta en las aulas los movimientos profundos que se están produciendo en la sociedad.

Cuando era un joven profesor a comienzos de los noventa del pasado siglo, casi todos mis estudiantes de Derecho querían ser como Mario Conde. La década pasada, hablo desde Cataluña, una gran mayoría de ellos se habían convertido en independentistas, abiertamente, con descaro. Pues bien, lo que las aulas nos dicen ahora y la encuesta ratifica, es que, por un lado, nuestros jóvenes han escorado hacia la izquierda: el 44 % votará a Unidos Podemos y el 61 % prefiere una coalición de izquierdas (Unidos Podemos con el PSOE) en el gobierno y, por otro lado, que prefieren a los dos partidos emergentes, Unidos Podemos y Ciudadanos, que a los tradicionales (PP y PSOE): los dos primeros tienen claramente un tanto por ciento mayor de votos entre los jóvenes que entre toda la población, al revés precisamente que los partidos tradicionales.

A las personas de mi generación este giro nos produce una cierta desazón, aún si es el giro que dan nuestros hijos y nuestros estudiantes. Y sobre esto quiero, muy brevemente, reflexionar, en lo que denominaré los sesgos generacionales.

Aunque los seres humanos tendemos a considerar que las creencias que tenemos son auténticamente nuestras, es decir, que no han sido inducidas por factores exógenos a nuestro propio desarrollo intelectual y emotivo, esto es muchas veces falso. Muchas de las creencias que tenemos, de absoluta buena fe, son consecuencia de multitud de sesgos generados en el contexto de la familia y la sociedad en la que hemos crecido, de la educación recibida, de las lecturas realizadas, y de tantas otras cosas. Y todas ellas conforman lo que, en expresión afortunada, el filósofo John Rawls denominó the burdens of judgment, «las cargas del juicio». Esto ocurre con nuestras creencias sobre cuestiones de la vida cotidiana, pero también ocurre con las creencias que están en la base de nuestras teorías científicas y de nuestras concepciones filosóficas. No deseo, en ningún caso, defender una posición escéptica, pero sí introducir ciertas cautelas respecto a  la aceptación de nuestras creencias.

Obviamente, no es posible para nadie someter a análisis y evaluación crítica todas sus creencias de golpe, de sopetón. Sin embargo, es aconsejable someterlas, incluso las más enraizadas en nuestra mente, a evaluaciones parciales y revisarlas cuando es preciso.

Hay, como es obvio, muchas razones para estos cambios generacionales. En primer lugar, las consecuencias de la crisis económica, una crisis que se ha hecho recaer principalmente en los más débiles de nuestra sociedad. En segundo lugar, las malas prácticas institucionales de la política, sobre todo de los partidos políticos (y claro hasta ahora han gobernado los tradicionales) que han llevado a una corrupción impresentable y a un descrédito inmenso de la política. Los jóvenes son especialmente sensibles a los dos factores: al primero porque a menudo se integran en los grupos más desfavorecidos de nuestra sociedad, al segundo porque nunca tuvieron la imagen ideal e ilusionante de la política que tuvimos los que fuimos los jóvenes de la transición a la democracia y siempre han oído hablar de la política con cierto olor a podrido.

Nosotros, debemos reconocerlo, somos más conservadores –no lo digo ahora en el sentido político- porque tenemos más miedo al futuro del que ellos tienen. Nos aferramos a lo que conocemos. Sin embargo, el futuro es de nuestros jóvenes, ellos serán sus protagonistas. Debemos aceptarlo.

Por lo tanto, invito a revisar nuestros sesgos hacia las nuevas formaciones políticas, a tener una mente más abierta, a imaginar pactos que no eran previsibles hace poco tiempo. Invito a escuchar las razones de nuestros jóvenes, en nuestro caso las razones de nuestros universitarios. Y, claro, a someter también sus creencias a la crítica racional, a mostrarles que a veces hay en la nueva retórica mucho de levantar castillos en el aire (como es sabido los franceses dicen bâtir des châteaux en Espagne). Al fin y al cabo, el conocimiento es la meta de un proceso que se alcanza precisamente desprendiéndonos de nuestros sesgos.

 

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