Añoranza de las viejas titulaciones universitarias

Las primeras referencias de la Declaración de Bolonia no nos sorprenden, están escritas, o inspiradas, por unos ministros que han venido a suplantar a los Rectores que redactaron la Magna Charta Universitatum de1988. En su lenguaje queda patente que desconocen que la Cultura, como la Universidad, nos hablan de ese universo amplio y expansivo del saber, de un saber que nos hace competentes, que no necesariamente competitivos. Pero lo omiten porque su único objetivo es diseñar una “educación superior” –no una Universidad, a la que no se menciona–, como si de una especie de empresa destinada al mercado laboral se tratase, en la que el aprendizaje, la investigación y la búsqueda del conocimiento quedan relegados a un plano secundario, como accesoria parece ser la vieja misión de la Universidad.

Del texto se deduce que para lograr el empleo y la competitividad se debe pasar de una Europa universitaria a una Europa de estudios superiores, conformados por un sistema compuesto de dos ciclos: el universitario y el postgrado, y todo en aras a una reducida visión mercantilista, economicista, que facilite la irrupción del sector empresarial en la esfera universitaria –fiat utopia, pereat mundus–.

Pero dejando al margen que la dura realidad de las cifras demuestra que ese enfoque mercantilista no lleva, ni llevará, a nuestros estudiantes a encontrar un trabajo digno y en un breve espacio de tiempo. Me gustaría centrar mi reflexión sobre lo que ha supuesto la reducción de las carreras a cuatro años, y, a no mucho tardar, o eso me temo, a tres años.

No soy muy amigo de los refranes, pero hay uno que me es especialmente querido, y al que recurro con cierta frecuencia: «sabe más el diablo por viejo que por diablo». Un refrán que me lleva a recordar que, en la vida académica, la experiencia también es un grado. Y a mi juicio lo es porque, lamentablemente, todos los Planes de Estudio, salvo en algunas mejoras muy concretas, me han parecido que deterioraban aún más la educación universitaria en el ámbito de las Humanidades. Cabe explicarse. Ingresé en la Universidad el curso 1981-1982, Facultad de Filosofía y Letras, y en 1986 en Derecho. En aquellos años las asignaturas eran anuales, lo que suponía numerosas ventajas: se podía ver con plenitud un programa, se conocía bien al profesor y, sobre todo, la planificación anual de la asignatura permitía realizar un buen número de lecturas, tanto complementarias, como evaluables. Recuerdo que el primer año de carrera tuve cinco asignaturas, muy dispares entre sí, pero todas muy formativas, y de las que guardo un grato recuerdo, porque todas me abrieron un abanico de lecturas y de saberes que desconocía por completo. A modo de ejemplo, en Filosofía leímos La Paz perpetua, de Kant; Lecciones sobre la filosofía de la historia universal, del sesudo Hegel; Así habló Zaratrustra, de un siempre reivindicable Nietzsche, o La rebelión de las masas, de un denostado, por aquella época, Ortega. En Historia Antigua, al margen de lecturas complementarias, como La Historia empieza en Sumer, un adorable libro de Kramer, o Idea de la Historia, de Collingwood; y ¿Qué es la Historia?, de Carr, teníamos como manuales Los fenicios, de Hardem, Los imperios del antiguo oriente, de Cassin, Bottéro y Vercoutter, la Historia de la Antigua Grecia, de Estruve, y la Historia de Roma, de Kovaliov. Y lo mismo sucedía en los cursos superiores. De aquellas lecturas aprendí que las palabras, como las personas, forman parte de nuestra imaginación, de nuestra memoria y de nuestras vidas. La mejor parte, sin duda.

Por desgracia, poco o nada de eso queda hoy. Lo fácil sería decir lo contrario. No sólo lo fácil, sino lo conveniente. Porque ya lo dijo un otrora afamado Vicepresidente del Gobierno: “quien se mueve, no sale en la foto” ¡Bien!, no saldremos en la orla del establishment académico, ya estamos acostumbrados y, por lo demás, poco nos importa a estas alturas de la película. Pero entiendo que es una obligación moral sacarlo a la palestra. Es una obligación ética afirmar que unos Planes de Estudios de cuatro o tres años no sólo degradan la Universidad, sino que la aniquilan por completo. Es una obligación como docentes alzar nuestra voz para decir que unos Planes de Estudios en los que se diseñan asignaturas que duran tres meses y medio no favorecen ni la calidad, ni la tan cacareada excelencia, ni mucho menos la competitividad. Esas son milongas que nos quieren vender, pero la realidad es otra muy distinta. La prueba es que cuando propongo a mis alumnos lecturas como Antígona, donde se puede entablar una honesta discusión sobre moral y Derecho, o El mercader de Venecia, con el sugerente y actual tema de la deuda justa, la desazón y el desconcierto se apodera de buena parte del alumnado, poco acostumbrado a estas lides, y a todo lo que no represente materia evaluable.

Ciertamente no tenemos la llave de la verdad. Tampoco tenemos la absurda pretensión de tenerla. Pero sí poseemos una cosa a nuestro favor: la experiencia. Y ésta, para estas cuestiones sí que es sabia, muy sabia. Así no es extraño advertir que cada vez son más numerosas las situaciones rocambolescas, cuando no carpetovetónicas, como la de que un alumno de cuarto curso no sepa distinguir un manual de una monografía, o no sepa citar correctamente las lecturas que “supuestamente” realizan para la confección de un TFG. Una pintoresca situación que nos recuerda el Cosimo di Rondò, de Italo Calvino, ese adorable personaje de su novela El barón rampante, quien “siempre iba de un árbol a otro, sin tocar tierra”.

Ante esta Torre de Babel, es lícito preguntarse: ¿Para esto se ha diseñado Bolonia? ¿Es esta Universidad de pitiminí la que deseamos para nuestros hijos? ¿Es este el rigor y la calidad de la que tanto alardea Bolonia y sus defensores? ¿Alguien piensa que con la degradación de los estudios y de las titulaciones, los futuros graduados tendrán un título que les abrirá las puertas al mercado laboral de la noche a la mañana? ¿Es eso lo que de verdad quieren? Si esta es la Universidad de la excelencia y del progreso, sólo me queda decir, con Groucho Marx: “¡Que se pare el mundo, que yo me bajo!”

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Comentarios
  1. Javier Gimeno dice: 15/06/2017 a las 16:29

    La mayoría de las nuevas titulaciones están pensadas para satisfacer las necesidades de las empresas. Se ha abandonado toda idea de fomentar la reflexion, el diálogo o el pensamiento. Vamos hacia una universidad utilitarista y pragmática, olvidando su esencia humanista y científica.

  2. Pedro Antonio Gonzalez Crespo dice: 15/06/2017 a las 18:57

    El Plan Bolonia es el último estadio de una progresiva devaluación de la auténtica enseñanza universitaria

  3. Jose Vidal dice: 20/06/2017 a las 21:39

    Bueno, la reflexión sobre la búsqueda de empleabilidad es algo sesgada. Por una lado, las universidades no han recibido instrucciones específicas sobre cómo redactar sus planes de estudios, si acaso ligeras indirectas. Pero esto es natural, y no hace falta que nadie se lo diga. Lógicamente la empleabilidad de sus egresamos les importa, y hay que decir que afortunadamente les importa. Demasiados jóvenes han estudiado programas con nula salida profesional, que les ha llevado a atrabajar de camareros con una profunda decepción,no tenerlo en cuenta es una irresponsabilidad con ellos, y con la sociedad en general. En cualquier área de conocimiento, se puede cuidar o no la empleabilidad de los egresados, no entiendo que nadie se queje por ello.
    El resto de mensajes tienen cierta nostalgia, pero no sé si el fondo tiene substancia. Por lo que yo recuerdo,
    en muchas titulaciones hace treinta años había exámenes parciales, en realidad el efecto de tener asignaturas cuatrimestrales no es tan dramático. Repecto a la duración, el cómputo total sigue en cinco o seis años si se quiere terminar con una formación más o menos completa en la disciplina elegida.
    Donde realmente hay cambios de calado es en el coste para el alumnado, el España la reforma ha servido para que el alumno pague precios considerables por la matrícula de los últimos cursos de su formación , bajo el paraguas diferencial de la etiqueta de master, cuanto más cortos los grados y más largos los masteres, más pága el alumno y menos el estado. Esa es la verdadera diferencia que ha supuesto aquí Bolonia. Lo demás es maquillaje…

  4. Jose Vidal dice: 20/06/2017 a las 21:50

    Hay otro aspecto muy negativo de la reforma que no podemos olvidar, en España, la reforma de Bolonia ha servido para burocratizarlo todo, elevar exponencialmente el papeleo, poner a todos los investigadores-docentes a redactar actas, informes, y documentar cada reunión de coordinación, y cosas tan importantiiisimas como el contenido de una página web que describa una materia….no cabe duda de que si la web no está actualizada el título no merece ser acreditado…ese es el drama.


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