Cambio de tercio en la Universidad

Javier Santiso definió en una ocasión la innovación como: “saber cambiar de tercio”[1]. A mí, que me gustan los toros, y por eso soy antitaurino, y aunque sé lo que es cambiar de tercio en su uso coloquial, desconocía su significado concreto en el mundo del toreo. Como me gustó la referencia de Javier a la innovación, busqué más información al respecto. Lo que encontré me llevó a hacer otro símil, en mi caso entre la tauromaquia y la Universidad. Más en concreto, sobre la evolución de la universidad española en las últimas décadas y la que ahora nos toca cambiar.

La Guerra Civil y la dictadura sometieron a nuestra universidad al tercio de varas. Fue la época del atroz desmoche universitario, como la calificó Pedro Laín Entralgo.

Lo que nos entregaron aquellos años oscuros como toro zaino, fueron universidades con edificios, laboratorios, archivos y bibliotecas mal dotados, con escaso profesorado y que apenas realizaba investigación, con muy honrosas y ejemplarizantes excepciones, por supuesto.

Vino después, con el comienzo de la democracia, el resurgir de la Universidad. La propia democratización universitaria, el incremento de los recursos aportados, el desarrollo legislativo –en particular la LRU y la Ley de la Ciencia-, la deseada apertura y proyección al mundo y un desarrollo impresionante de la I+D. Sin duda fue aquel un verdadero renacer de la Universidad en España. Pero fue un renacer que no se libró del tercio de banderillas. Sanz Serna apunta algunas: el fuerte localismo de las universidades, la endogamia en la captación del profesorado y una gobernanza castrante –la expresión es mía-[2]. Si bien la gobernanza de las universidades públicas fue la adecuada para volver a encender las luces de una Universidad en penumbra, ya hace tiempo que tocaría reformarla, y en profundidad. Otro de los defectos que se atribuye a la universidad española de las últimas décadas es el excesivo incremento en el número de universidades, pero esto, como muchas otras leyendas urbanas, carece de fundamento. Hay que pensar que en menos de tres décadas el número de estudiantes universitarios prácticamente se triplicó, lo que exigió ampliar las universidades existentes y crear otras nuevas. Se facilitó así el acceso a la universidad en zonas y a familias que de otro modo no tendrían opciones de acudir a ella. En todo caso, seguimos siendo uno de los países de la Unión Europea con un menor número de universidades públicas por habitante, con casi un millón de personas por universidad pública.

El problema no está, por tanto, en el número de universidades, pero sí en su perfil, con una muy escasa especialización universitaria y una excesiva oferta de titulaciones [3].

Ahora a la universidad española le toca pasar al tercio de muerte. Me explicaré, que parece que quiera aniquilar a la institución o a sus inquilinos, y nada más lejos de mi pensamiento. En el tercio de muerte el torero se juega la vida en la suerte de muleta, pero es donde realmente está el mayor valor de la faena, dicen los entendidos. Pues bien, a la universidad española también le toca arriesgar y salir al ruedo a por todas. Bueno, a por todas, pero con tiento, no vayamos a empacharnos de toro.

La “Agenda para la modernización de las universidades europeas (UE-COM 2006/2008)” [4], sigue siendo a mi juicio una buena referencia para focalizar los objetivos y los esfuerzos. No solo los de nuestra universidad sino los de la europea en general, si bien es cierto que unos lo necesitamos más que otros. Las líneas de actuación que se proponen en dicha agenda se concretan en: 1) Promover la especialización y diversificación de las universidades; 2) reforzar el papel social de la universidad; 3) impulsar la movilidad para estudiar, formarse como investigador y trabajar en otros países europeos; 4) fomentar el acercamiento Universidad-Empresa, propiciando espacios comunes de investigación; y 5) modernizar la Gobernanza.

Creo que los que conocemos nuestra universidad estaremos de acuerdo en que es necesario llevar a cabo acciones rápidas y decididas en todas estas líneas.

No obstante, me atrevo a apuntar otras dos que quizás no son tan relevantes para el conjunto de la universidad europea, pero que en la nuestra resultan imprescindibles y urgentes. Vamos, que si tuviésemos que acabar la faena ya, ahí es donde deberíamos entrar con el estoque. Me refiero a la escasísima internacionalización de nuestras universidades y a la también insuficiente transferencia de sus resultados de I+D –solo parcialmente abordados por los puntos tercero y cuarto de la agenda antes citada-. Permítanme que les deje al respecto un par de apuntes.

En un interesantísimo estudio de la CRUE coordinado por el profesor Francisco Michavila: “La comparación internacional del Sistema Universitario Español”, se muestra que en España el porcentaje de estudiantes internacionales en toda la educación superior en el año 2012 fue de un raquítico 2,8%, frente a un 4,7% de Portugal o un 5% de Grecia, por compararnos con dos países en los que difícilmente pensaríamos como mejor posicionados que el nuestro al hablar de este indicador. ¡Qué decir del 7% de Alemania, el 11,8% de Francia o el 17,1 del Reino Unido! Es cierto que no es la proporción de estudiantes extranjeros lo que define sin más la internacionalización de las universidades, pero si estamos así en ese apartado, es para dar la puntilla y salir con el rabo, pero entre las piernas. Es como hablar del grado de internacionalización de una empresa cuyas exportaciones sean anecdóticas.

En cuanto a la transferencia de la I+D universitaria, y por hacerles el cuento corto, les diré que si bien la contribución a la producción científica de nuestro país supera claramente a nuestra aportación al PIB mundial, siendo las universidades, de lejos, la fuente principal de publicaciones resultantes de la I+D, no ocurre lo mismo, ni mucho menos, con el retorno económico por acuerdos de propiedad intelectual/industrial. Todo el Sistema Universitario Español ha captado por este concepto entre 2 y 2,5 millones de euros anuales entre 2010 y 2013 [5], mientras que solo la Universidad de Oxford obtiene unas tres veces. Con razón el rector Segundo Píriz quiere hacer de la transferencia de I+D uno de los ejes de actuación de su presidencia en la CRUE. Me parece una excelente iniciativa. ¡Vayamos a por las dos orejas y el rabo!

 

[1] “España 3.0. Necesitamos resetear el país”, Javier Santiso, Ediciones Deusto, 2015.
[2] J. M. Sanz Serna, “Medio Siglo de reformas en la Universidad, ¿hemos acabado?”. En: Propuestas para la reforma de la universidad española, Fundación Alternativas, Daniel Peña (Ed.), 2010.
[3] En el curso 2014/15 el sistema universitario español ofertó 2.534 grados y 3.306 másteres, una oferta que parece a todas luces excesiva.
[4] http://eur-lex.europa.eu/LexUriServ/LexUriServ.do?uri=COM:2006:0208:FIN:ES:PDF
[5] “Informe de la encuesta investigación y transferencia de conocimiento 2012-2013 de las universidades españolas”, CRUE.

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