Integridad académica

Servir a la sociedad es una de las misiones fundamentales de la Universidad.

Este servicio puede contemplarse desde cuatro grandes ámbitos: el de la creación y difusión de nuevos conocimientos, el del desarrollo cultural, el del desarrollo económico y, finalmente, el de la mejora del tejido social, siendo este último el menos tratado, analizado y valorado. La causa de esta escasa atención se encuentra, muy probablemente y haciendo una interpretación optimista, en la dificultad de consensuar orientaciones, criterios e indicadores claros en relación a este ámbito.

Consideramos que en nuestro contexto la contribución de la Universidad a la mejora del tejido social debe contemplarse desde dos perspectivas: la de la sostenibilidad y la de la integridad académica, siendo esta última la que menos atención ha recibido y sobre la que centramos este breve comentario.

Las dos premisas sobre las que se sustenta la necesidad de que las universidades se ocupen de la integridad académica, de que incorporen entre sus objetivos las competencias éticas, son claras, sencillas y precisas.  La primera consiste en que, para contribuir a la mejora del tejido social la universidad, esta no puede limitarse a formar buenos profesionales, sino que también tiene el desafío de conseguir que quienes pasan y han pasado por sus aulas se comporten con honestidad e integridad.  La segunda, no se nace honesto o deshonesto; se aprende a ser una cosa u otra, y las facultades –como antes las escuelas y los institutos- constituyen ámbitos importantes en los que se puede aprender a rechazar prácticas fraudulentas o a aceptarlas y justificarlas.

Dicho de otra forma: las universidades pueden combatir o legitimar la deshonestidad.

Con escasas y contadas excepciones, las universidades españolas no se han mostrado especialmente diligentes en la promoción de la integridad académica. Los pocos esfuerzos que se han realizado se han centrado –además de en crear comisiones para velar por el seguimiento de criterios éticos en la investigación-  en combatir una de las manifestaciones más visibles y extendidas de la deshonestidad académica por parte del alumnado universitario:  el fraude en las evaluaciones.  Un engaño que presenta múltiples formas (presentar trabajos de autoría ajena como si fuesen propios, copiar en los exámenes, utilizar el mismo trabajo en diversas asignaturas, etc.) y sobre el que ya disponemos de trabajos académicos que muestran hasta qué punto este fenómeno se ha ido extendiendo también en España.

Para luchar contra este tipo de deshonestidad las instituciones académicas han puesto en marcha, con mayor o menor fortuna,  tres tipos de dispositivos. Los primeros son de tipo formativo e informativo y están orientados a que el alumnado adquiera no solo los conocimientos necesarios para no incurrir en el recurrente plagio involuntario, sino también el despertar de actitudes de rechazo ante comportamientos académicos deshonestos. Estos dispositivos pueden adoptar diversos formatos que van desde simples folletos hasta elaborados tutoriales o cursos sobre documentación y escritura académica. El segundo tipo de dispositivos son los normativos;  se trata de disposiciones reguladoras en las que, con mayor o menor concreción,  se relacionan los tipos de conductas deshonestas así como las sanciones aplicables si se incurre en ellas. Un trabajo reciente sobre la reglamentación contra el fraude académico en las universidades españolas muestra que está escasamente ajustada a la realidad actual. El tercer tipo de dispositivos son los programas de detección; herramientas tecnológicas puestas a disposición del profesorado para detectar el plagio.

Sin duda, informar y formar al alumnado, establecer y difundir normas claras y precisas y utilizar programas de detección del plagio son acciones que contribuyen a combatir los comportamientos deshonestos. Hay que aplaudir a aquellas instituciones que promueven estas vías, pero conviene no perder de vista que el fraude en las evaluaciones por parte del alumnado es solo una parte del problema; para hacer de las universidades un entorno libre de fraude es necesario ir más allá y dirigir la mirada hacia otros otros temas y hacia otros actores.

En otras palabras: no todos los esfuerzos deberían centrarse en las acciones del alumnado; también deberían dirigirse hacia el profesor docente e investigador.

Conviene no perder de vista que las escuelas y las facultades constituyen uno de los principales escenarios en el que se aprende el valor de la honestidad. Este aprendizaje se da no tanto a partir de la transmisión del conocimiento como a partir de las experiencias vividas; a partir de un currículum oculto que se configura más por lo que se hace que por lo que se dice que se debería hacer. Creando en los campus universitarios un clima de tolerancia cero hacia la deshonestidad académica se construye un verdadero programa formativo que puede contribuir a la creación de una sociedad más íntegra. Actuar en esa dirección, que afecta a toda la comunidad universitaria,  es una forma de contribuir a la mejora del tejido social, a que la universidad asuma su papel de referente crítico de la sociedad.


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Comentarios
  1. Pello Salaburu dice: 21/12/2016 a las 10:21

    Estoy muy de acuerdo con lo que dicen los autores. Tenemos un ejemplo escandaloso de esa falta de integridad universitaria en el comportamiento tramposo del rector de la Universidad Rey Juan Carlos, cuyo caso debiera haber sido citado, dada su actualidad. Produce vergüenza ajena que ese señor siga en el puesto tras haberse dedicado a hacer curriculum copiando a diestro y siniestro. Tras saberse que se ha dedicado a plagiar y a aprovecharse de forma descarada del trabajo de otros. Produce escándalo que la comunidad universitaria se mantenga, en términos generales, en silencio. Produce preocupación que los distintos responsables de la actividad universitaria (ministros, presidentes autonómicos, agencias de calidad, consejeros, órganos internos universitarios, sindicatos, federaciones de profesores…), tan prestos a hablar e intervenir con decisión en temas de mucha menor enjundia, estén callados.
    Estas actuaciones de chicheando, inconcebibles en una universidad seria, producen enorme tristeza a quien cree que una universidad responsable sirve para algo.

  2. Pello Salaburu dice: 21/12/2016 a las 10:25

    El corrector me ha jugado una mala pasada: quería decir «actuaciones de chichinabo», no «actuaciones de chicheando». Perdón.

  3. Francisco Miguel Martínez Verdú dice: 23/12/2016 a las 14:28

    Yo sería más puntilloso con esto, y englobaría en este tema la endogamia en la Universidad, y la permisividad hacia la promoción del talento «mediocre», con poco potencial para aportar valor añadido (incluso liderazgo vertical) a la Universidad. Luego no nos quejemos que se captan pocos proyectos internacionales, se hace poca transferencia tecnológica a nivel nacional, y sobre todo internacional, etc.

    Para ser y demostrar integridad se debe uno preparar, como organización, para «jugar» a nivel global, y no lo estamos, ni parece que a los decisores de la Universidad, y quizás del Estado, les importa. Ya veremos cómo es el mundo de la Universidad dentro de solamente 20 años, o menos.


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