Integridad y plagio en la universidad

Plagiar, copiar, apropiarse de lo escrito por mano ajena sin reconocer la autoría es, quizás, una de las actitudes más profundamente antiacadémicas en las que puede caer un universitario.

Si el académico es, además, rector, el daño para la institución es enorme. Daño mayor cuanto mayor es el tiempo que permanece el afectado en puestos de responsabilidad en lugar de desaparecer discretamente cuanto antes.

El rector de la Universidad Rey Juan Carlos (URJC) lleva ya semanas en esa situación: tras haberse demostrado que parte de su carrera académica, incluyendo la redacción de su tesis doctoral,  ha sido realizada mediante el hábil y profuso manejo del corta y pega, el campeón sigue en sus trece, aferrado al cargo y sin ninguna intención de dejarlo. Todo lo más, y gracias a su excelentísima y magnífica generosidad, adelanta las elecciones a febrero para que, mediante una campaña exprés, pueda ser nombrado como sucesor quien él tenga a bien designar. Fernando Suárez se llama nuestro protagonista. Es él quien ha proporcionado fama a su universidad y la ha puesto en el mapa. Un copión, un falsificador y un ladrón de ideas. Ahí sigue, sin dimitir.  Un hombre íntegro en su falta de ética y moral.

Esta actitud le causa daño a él, causa daño a la URJC y causa daño a todos los universitarios. Máxime cuando las condenas públicas de esta actitud han sido muy suaves y han llegado, en su mayoría, de personas ajenas a la universidad. 50 personas componen su Consejo de Gobierno: 50 personas que, con la honrosa excepción de Mercedes del Hoyo, decana de Ciencias de la Información y de José Manuel Vera, catedrático de Derecho Constitucional, han callado como si la cosa no fuese con ellos o, más bien, como si fuese demasiado con ellos. Matizo: no han estado callados, sino que han llegado a la desfachatez de aplaudir a su rector copión una vez que las denuncias, más que probadas en la práctica, se habían hecho ya públicas. Y compañeros suyos han llegado a poner en circulación una carta de apoyo al ladrón titulada “Para una URJC en Libertad”, en la que muestran su “profundo malestar” no porque su rector se dedique a copiar, sino por la “feroz campaña de desprestigio y acoso” que están “injustamente” sufriendo el rector y la URJC. Rechazan las acusaciones sobre “supuestos plagios”, aunque internet esté lleno de fotos que contrastan original y copia. Condenan “las injurias y calumnias” que se están difundiendo desde “el anonimato” y requieren que se restablezca el respeto por la URJC.

Ya lo ven: todo lo que he escrito, por supuesto desde el anonimato, forma parte de una campaña de desprestigio bien orquestada. La URJC me merece el máximo respeto, aunque menor cada día. Todo esto denota una desfachatez compartida y una miseria que llega a la náusea y que nos pone en aprietos a todos los que deseamos otro tipo de universidad. No hablamos de una universidad que se sitúe como referente o muy arriba en los rankings mundiales, sino de algo mucho más elemental y básico: queremos una universidad en la que profesores, personal de administración y estudiantes defiendan comportamientos más éticos.

No parece demasiado pedir, pero viendo lo que sucede es ya muchísimo.

Ha querido la casualidad que incluso quienes han sido baluartes en la defensa y promoción de ese otro monstruo del bienhacer, el tal Trump, muestren una actitud ética más soportable que la de nuestro rector. Un informe de la semana pasada dejó al descubierto que una de las personas nombradas por Donald Trump para un alto cargo en comunicación, Monica Crowly, había plagiado varias páginas en un libro publicado en 2012. Los paralelismos entre rector y comunicadora empiezan y terminan en el número de párrafos iniciales descubiertos: 50 en cada uno de los casos, tomados sin citar y sin permiso de diversas fuentes. Harper Collins ha manifestado ya que retirará el libro. Descubierto el desaguisado, Mónica Crowley se ha retirado de inmediato del equipo presidencial (ver aquí). En estos momentos se desconoce si Columbia le retirará el título de doctora.

Mientras tanto aquí seguimos nosotros, intentando parecernos a las mejores universidades: los pocos que denunciamos la situación somos acusados de atacar a la universidad y hacerlo desde el anonimato, mientras la mayoría calla de forma vergonzosa y vergonzante, abandona a las víctimas cuando no jalea con entusiasmo la actitud del rector, su verdugo. ¿Así? ¿Así esperamos mejorar?

Suscríbete al blog por correo electrónico

Suscripción conforme al RGPD 2016/679.

 

Comentarios
  1. Javier Vidal dice: 20/01/2017 a las 09:45

    ¡Bravo!

    Hago énfasis en una cosa. El plagio es un problema académico. Puede tener consecuencias administrativas secundarias, pero es un problema académico. Mucho más en las áreas de humanidades. Equivocarse en la interpretación de un documentos histórico no tiene las mismas consecuencias que en equivocarse en el diseño de un puente o un en la administración de un medicamento. En las humanidades interviene solo la académica, mientras que en otras áreas puede intervenir la sociedad o la justicia. Así que mi pregunta es: ¿dónde está la opinión de las ASOCIACIONES de colegas académicos a las que el tema afecta? Enfatizo: asociaciones, esas que en sus estatutos recogen algún objetivo sobre la calidad, integridad del comportamiento de sus asociados. En este tema, ellos deberían establecer la magnitud de la trampa, del engaño y proponer medidas de actuación en su ámbito de responsabilidad. ¿La tienen?

  2. Francisco Marcellan dice: 23/01/2017 a las 13:41

    Me parece muy directa y contundente la contribución de Pello Salaburu. En el problema del plagio como en el de los acosos de todo tipo que están siendo publicitados en estos últimos meses, el que calla otorga y, peor aun, el que aplaude actitudes inadmisibles en el mundo académico, se hace más que cómplice. Las gentes sensatas de la universidad pública se merecen que actitudes impropias no oculten el trabajo serio y responsable que da valor a nuestro devenir cotidiano. Por eso, las respuestas colectivas ante estos desmanes tanto por parte de l institucionales (organos de Gobierno de las universidades, conferencias de rectores) como profesionales (asociaciones) son absolutamente necesarias.

  3. Miguel Ángel Quintanilla Fisac dice: 24/01/2017 a las 13:17

    Felicidades por el artículo de Peio y completamente de acuerdo con los comentarios de Javier y Paco.
    Mi modesta contribución en forma de comentario rediofónico para Onda Cero Salamanca: https://maquinta.wordpress.com/2017/01/17/plagio/


¿Y tú qué opinas?