Las agencias de calidad y la calidad de las agencias

No admite controversia el hecho de nuestra creciente dependencia de los indicadores en todos los estratos de la investigación y la educación universitarias. Desde el diseño institucional al mismo diseño de la carrera personal, la fuente básica de información es indirecta, a través de indicios de calidad. Esta es ya una realidad en las esferas de la empresa, las finanzas y en general en la mayor parte de la planificación social. Tampoco es controvertible su necesidad: desde las políticas públicas en educación, hasta el mundo globalizado que incluye la educación en los Acuerdos Generales sobre Comercio de Servicios (GATS) el flujo de información comparativa se basa en los indicadores. Particularmente en los indicadores de calidad sobre los que descansan las nuevas modalidades de exposición a la vista global que son los rankings. Como ya había ocurrido en el mundo económico, esta necesidad dio paso al nacimiento y proliferación de instituciones proveedoras de la comparabilidad de los datos y de auditorías y acreditaciones.

Las agencias de calidad surgieron en todos los niveles como instrumentos de evaluación y acreditación. Sin ellas no comprenderíamos los cambios más recientes en la universidad española, mucho más profundos y duraderos de lo que harían pensar las reformas legales e incluso la vida diaria del funcionamiento universitario. Pese a las muchas críticas, es, de nuevo, difícil poner en cuestión su necesidad y las virtudes de transparencia que han promovido o intentado promover.

Teniendo en cuenta las cuestiones en las que no debemos de perder el tiempo en discutir, lo cierto es que las experiencias de todos estos años nos deberían llevar a una reflexión sobre los efectos no deseados de la importancia que estas agencias han adquirido. Quiero referirme a dos claros efectos negativos observables.

El primero tiene que ver con la proliferación de agencias: cada comunidad autónoma ha puesto en marcha su propia agencia de acreditación. En principio no habría ningún reparo puesto que la educación universitaria está transferida a las comunidades autónomas. La cuestión interesante es por qué han creído que es conveniente gastar parte de su presupuesto en crear y mantener sus propias agencias. La sospecha razonable es que es porque lo consideran un instrumento útil para su planificación educativa. ¿Por qué? Esta pregunta es más difícil de responder, pero cualquier gestor político seguramente piensa que tal agencia le va a permitir un espacio de política autonómica en los márgenes de la Agencia Nacional. Pero este carácter de instrumentación es claramente una perversión del sistema. Un sistema de acreditaciones de calidad se supone que es un sistema que mide lo que en cada momento y espacio se considera suficiente para ser aceptable tanto en el nivel público estatal como en el del mercado de servicios. Si no es así es porque las agencias se han convertido en agentes: en medios de intervención.

Que esta perversión es real es algo que las autoridades de las universidades notan diariamente en la falta de elasticidad y capacidad de innovación que imponen sobre las universidades, que tendrían que ser en el mundo contemporáneo instituciones en renovación continua.

El segundo efecto ha sido ya muy criticado, pero no por eso debemos dejar de recordarlo: las agencias se han convertido en diseñadoras de la vida académica. Del mismo modo que los indicadores más usuales, han dejado de ser informacionales para ser performativas: investigadores, profesores, autoridades y gestores ordenan sus decisiones para cumplir con los indicadores, no para producir resultados de calidad. Imaginen que cuando la enfermera nos pone el termómetro cambiásemos la temperatura para que el termómetro no indique fiebre. La necesidad de investigar sobre nuevos indicadores sin efectos performativos y  de agencias de calidad sin efectos perversos se está imponiendo de forma creciente.  A la vez que incrementamos la calidad de las universidades debemos hacerlo también con la calidad de las agencias.

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Comentarios
  1. Miguel Arranz dice: 12/05/2017 a las 12:05

    Estoy de acuerdo con que las agencias de calidad son una cuestión de necesidad pero, ¿Cuándo y quién va a poner fin a los excesos? cada vez los procesos de gestión son más pedregosos. Implantarlas sin dotar de recursos suficientes para la gestión por parte de las universidades, y no corregir las disfuncionalidades tan bien mostradas en la reflexión de este artículo, no tiene razón de ser.

  2. José Fernando dice: 12/05/2017 a las 12:53

    En el momento que se implantan unos requisitos (indicadores) que han de cumplirse para… la consecuencia suele ser que las personas e instituciones actúen en función de lograr la inclusión en el conjunto de los que cumplen; alterar la «temperatura» para que el «termómetro» no indique «fiebre».
    Detrás del modelo de acreditación, hay todo un paradigma antropológico que determina, o al menos condiciona fuertemente, cualquier proceso.
    Difícilmente la investigación valiosa puede someterse al cortoplacismo que se está imponiendo. Una «catedral» necesita «siglos» para ser construida. La, parece ser imprescindible, necesidad de que la actividad universitaria sea «rentable» puede estar erosionando los cimientos del Alma Máter, que puede convertirse en alma mater(ialista).


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