Las universidades y la Generación Z

Mucho se habla de los cambios que han de producirse en la universidad española para que logre adaptarse a lo que se espera de ella en el siglo XXI como centro generador de talento. Casi siempre la constante presión por revisar la educación superior se sustenta en causas que se hallan fuera del núcleo de la comunidad universitaria; en las empresas y la propia economía que demandan nuevas competencias y campos de especialización; en el avance dentro del marco asentado por Bolonia y el Espacio Europeo de Educación; en la necesidad de cerrar la brecha con los estándares de calidad internacionales, etc.

Sin embargo, no somos todavía plenamente conscientes de que buena parte de las transformaciones que deben producirse  en la universidad tienen una raíz endógena, que se corresponde con el salto generacional que está aconteciendo en las sucesivas promociones de jóvenes que ingresan en los programas de grado.

La teoría generacional nos dice que las coordenadas culturales, económicas, sociales y políticas en que los niños y jóvenes se hallan inmersos acaban condicionando la forma que tienen de percibir y entender el mundo. Se trata de unos rasgos compartidos en mayor o menor medida por quienes crecieron en un contexto particular que les une entre sí y les diferencia de quienes conocieron otras circunstancias en sus primeras etapas de la vida.

Los cambios en las sociedades modernas se producen cada vez más rápido y el tiempo que tarda en aparecer una nueva generación se acorta. Los jóvenes del Milenio ya mostraron una personalidad colectiva diferente respecto a la Generación X debido a circunstancias hasta el fin del siglo pasado inéditas; la quiebra del comunismo como alternativa a la economía de mercado, la inversión de los flujos migratorios tradicionales, la aparición de nuevos modelos de familia o la saturación del mercado de trabajo con diplomados y licenciados.

A diferencia de lo que se viene pensando, la irrupción de Internet y las nuevas tecnologías solo ha conformado de manera un tanto superficial la personalidad generacional de los llamados millennials, ya que su contacto con los dispositivos digitales ha sido más bien tardío.  Quizá por esto, y por las oportunidades que todavía brindaba la economía cuando aún estaban en su adolescencia, la absorción de estos jóvenes no supuso un gran desafío para la universidad, más allá de la sempiterna cuestión del bajo nivel de conocimientos con el que salen de los institutos.

Pero a los millennials les ha sucedido la Generación Z, que son quienes poco a poco van a obligar a revisar profundamente la enseñanza superior. Los jóvenes Z, los nacidos entre 1994 y 2010, constituye la primera generación que ha incorporado Internet en las fases más tempranas de su aprendizaje y socialización, y también aquella a la que la crisis ha marcado más directamente su personalidad.

Las nuevas tecnologías han condicionado su forma de aprender: gracias a Internet se han acostumbrado desde pequeños a no depender tanto de padres y docentes para adquirir el conocimiento; a utilizar de manera inmediata fuentes tan dispares en su naturaleza como indiferenciadas en la forma de acceder a ellas; a recibir cantidades ingentes de datos y a discriminarlos con arreglo a su propio criterio.

Lo anterior se traduce en que la capacidad para organizar y transmitir la información de estos jóvenes es extremadamente flexible, fusionable y compartida. Algo que les hace estar muy preparados para ser no solo ciudadanos en la era digital, sino también para ocupar las nuevas profesiones e integrarse en entornos de trabajo multiculturales y globales.

La Generación Z ha llegado a los referentes culturales no solo a través de libros, sino también de soportes interactivos y multimedia conectados a Internet. En consecuencia, el conocimiento para ellos pierde su carácter lineal para convertirse en una realidad nebulosa donde la información no está jerarquizada y, de estarlo, es el criterio comercial y no el académico el que prima en la ordenación de los contenidos. Una nube en la que todas las opiniones valen lo mismo, y en la que cada pieza de información puede ser alterada, adaptada o modificada por el usuario, que, a su vez puede producir información nueva y globalmente accesible.

La otra cara de la moneda es que, desaparecido el principio de autoridad e instalados en la creencia de que toda voz merece ser escuchada y tenida en cuenta, es posible que estemos ante una generación peor informada que la anterior, pese a su gran facilidad de acceso a fuentes del saber de todo tipo.

Los alumnos Z parecen tener menor capacidad para la educación teórica y demandan una enseñanza más práctica y flexible, menos formal, orientada a experiencias y habilidades que les ayuden a afrontar un futuro laboral caracterizado por la incertidumbre y el cambio, con profesiones novedosas y vinculadas a proyectos colectivos de trabajo en red con la creatividad como componente principal.

Han vivido en un contexto caleidoscópico en cuanto a culturas,  ideas y estilos de vida y con un dispositivo siempre a su alcance para estar en contacto con amigos y conocidos. Lo que les hace tener buena disposición para el trabajo en equipo y para respetar e interesarse por la opinión del otro. Serán sin duda la generación menos sexista y racista de la historia, uniéndoles además un marcado sentimiento de insatisfacción hacia la educación formal, poco preparada para formar a los profesionales del futuro.

Los jóvenes Z saben que buena parte de las profesiones a las que dedicarán su tiempo no existen todavía y que, por tanto, prepararse para ellas con un itinerario preestablecido no tiene tanto sentido como lo tuvo para las generaciones anteriores. El corolario que extraen es que es mejor tomar la educación como un camino y no como un objetivo, supliendo las limitaciones del currículo académico con aquellos aspectos vocacionales que les gustan o para los que tienen mayor talento. Su desarrollo personal no se basa tanto en la búsqueda de su lugar en la sociedad como en una vía de autoafirmación.

En un mundo con certezas cada vez menos consistentes, el éxito individual no es sino ser sincero con uno mismo y aportar soluciones encaminadas a mejorar el planeta o la sociedad desde lo genuino.

Hasta la fecha, los argumentos más visibles a favor de los cambios en la universidad provienen de agentes ajenos a ella, quienes, además de indiscutible razón en sus planteamientos,  tienen la visibilidad y la fortaleza institucional para dominar los debates que la cuestión suscita. Sin embargo, conviene que en la agenda que debe conducir a la reinvención de las instituciones de enseñanza superior no nos olvidemos de los propios alumnos, cuyas motivaciones, aspiraciones y hábitos están cada vez más alejados de los de las promociones anteriores.

La Generación Z es ya una realidad en las aulas que debe ser tenida en cuenta a la hora de repensar todo el edificio organizativo sobre el que estas se sustentan. No hacerlo, además de dar la espalda quienes deberían ser los principales stakeholders de la universidad, puede hacer que cualquier reforma destinada a modernizar la institución se quede solo a medio camino.

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