Movilidad presencial o movilidad digital: un falso dilema para la educación superior

Resulta un lugar común defender la movilidad de los estudiantes como fuente de calidad de la educación superior. Suele darse por hecho que la internacionalización conduce a una mejora de la actividad universitaria. Como con otros muchos asuntos es conveniente matizar y ver los detalles. En lo general es fácil estar de acuerdo, pero en el análisis de los matices suele encontrarse lo más interesante de una opinión. Si el objetivo es adquirir conocimiento de calidad sobre los más diversos asuntos, conviene explorar lo que para ello suponen las nuevas capacidades de acceso que nos ofrecen los espacios digitales.

La tradición indica que la movilidad internacional ha sido importante desde los orígenes de la universidad, ya sea en la edad media europea o en otras anteriores. En ese sentido, no es ocioso recordar que “cuando la primera universidad europea se fundó en Bolonia en 1088, la universidad india de Nalanda llevaba más de seiscientos años ofreciendo educación superior a miles de estudiantes de los países asiáticos” (A. Sen, India: The Stormy Revival of an International University. The New York Review of Books, 13 de agosto de 2015).

Desde entonces se han sucedido cambios en las metodologías, los contenidos curriculares e incluso en los fines de la universidad. También se han multiplicado las iniciativas en favor de la movilidad de estudiantes, en su mayoría diseñadas sobre la base del valor intrínseco que se le atribuye al intercambio de estudiantes entre instituciones. Estamos, sin duda, en una fase de amplia y general aceptación de la movilidad por parte de las estructuras académicas; es una propuesta que cuenta además con el apoyo decidido de los gobiernos, las empresas, la ciudadanía y los propios estudiantes.

La buena acogida de la movilidad hace que sea importante evaluar su contribución a la mejora de la calidad del sistema, dado que los cambios sociotécnicos producidos en el último medio siglo —la era digital— están cambiando de raíz las condiciones de esas prácticas. Resulta indispensable tener en cuenta cómo las nuevas capacidades digitales, los nuevos espacios de formación y las nuevas dinámicas sociales —que permiten acceder a la formación y generar ciencia en condiciones diferenciadas a la norma que ha regido en la academia desde sus orígenes—, han cambiado las condiciones físicas de producción, transmisión, difusión y conservación del conocimiento.

Si esto es así, y los datos son apabullantes, la limitación física que trataba de afrontarse con la movilidad requiere ser pensada hoy de otra manera. Nadie considera ya, por ejemplo, que para escuchar una lección magistral de algún experto, o de un auténtico sabio, sea indispensable asistir al local en el que imparte su conferencia.

Un primer aspecto a tener en cuenta es que la internacionalización de la actividad universitaria ha pasado de ser una faceta complementaria de la actividad de las universidades —que contaban para ello con estructuras diferenciadas más o menos potentes—, a convertirse en una componente transversal al resto de políticas institucionales. Se trata de una expansión global que resulta evidente en el caso de proyectos docentes y de investigación coordinados: en la docencia las plataformas que ofrecen cursos y grados abiertos y a distancia se nutren de las iniciativas de universidades de todo el mundo; y en lo relativo a la investigación, es difícil encontrar ejemplos de proyectos de alcance únicamente local, y lo habitual son las colaboraciones de equipos mediante consorcios y agrupaciones de carácter supranacional.

Ninguna de esas nuevas formas de colaboración internacional entre instituciones requiere la presencia física de profesores o investigadores en otros centros de trabajo. Las sesiones de trabajo conjunto consisten en hitos puntuales que cumplen con la misión de estrechar lazos afectivos o culturales entre los equipos. En ningún caso el campo de la investigación depende de la estancia continuada en el territorio de los investigadores.

De alguna manera la victoria de la internacionalización está teniendo lugar a costa de la movilidad tradicional, dando paso a un cambio estructural que aún tarda en ser comprendido por muchas de nuestras universidades.

Algo similar sucede con la dedicación de los estudiantes. Actualmente cualquier persona con acceso a Internet puede adquirir todo tipo de conocimientos, competencias y habilidades a través de múltiples herramientas digitales. Khan Academy es el lugar de referencia para trabajar las asignaturas básicas hasta la etapa del bachillerato. Plataformas como Coursera o EdX ofrecen cursos de nivel superior en combinación con universidades y escuelas de negocio de todo el mundo. Y en la web abierta es posible acceder a manuales, referencias científicas o vídeos explicativos sobre cualquier disciplina, junto con los datos necesarios para realizar investigaciones; se encuentran allí todo tipo documentos divulgativos, buenas prácticas y protocolos abiertos que permiten intercambiar información entre estudiantes, profesores, grupos de investigación y también con empresas y la administración. Si nos fijamos en las prácticas docentes, hace tiempo que el modelo de las clases magistrales está ampliamente cuestionado como método didáctico y sus alternativas en forma de clases invertidas, proyectos entre pares, aprendizaje personalizado o el basado en proyectos no son intrínsecamente dependientes del contacto físico.

Que los actuales programas de movilidad de estudiantes permanezcan ajenos a esa realidad equivale a dejar fuera de la academia las prácticas que son habituales en el día a día de las personas interesadas en el conocimiento.

Para ayudar a reducir esa brecha las nuevas formas de movilidad internacional deberían apoyarse en lo que ya es comportamiento cotidiano de estudiantes y profesores. Esas nuevas modalidades podrían formularse a partir de las prácticas, sociales y de acceso al conocimiento, que se producen en los espacios digitales, tratando de acomodar los procedimientos disponibles a las necesidades de los estudiantes y a los objetivos de cada programa.

Veamos un ejemplo. Los programas de intercambio clásicos de mejora de la capacitación de los estudiantes, suelen buscar el complemento de las materias más deficitarias de los planes de estudio en las universidades de origen con otras de más calidad en las de destino. Para ello desplazan a algunos estudiantes entre ambas instituciones, dando por supuesto que es en la sede física de la universidad de destino donde se accede a los recursos de aprendizaje necesarios para mejorar la capacitación. Este sería un caso de movilidad basada en la lógica de la escasez de los recursos, que es propia de las economías de la etapa analógica.

Sin embargo, cualquier versión alternativa al modelo tradicional de movilidad que pretenda tener impacto en sociedades altamente digitalizadas —donde funciona principalmente la lógica de la abundancia (M. Weller, A pedagogy of abundance. Spanish Journal of Pedagogy, 249, 2011)—, debería tener en cuenta que el desplazamiento físico no es la opción principal ya que no es necesaria ni siquiera la más conveniente para mejorar la formación de los estudiantes.

Hay un conjunto de situaciones académicas en las que el desplazamiento de estudiantes podría no ayudar al logro de los fines de mejora pretendidos. Más bien, en la mayoría de casos la estancia en el extranjero supone una dificultad añadida y elitista debido a las limitaciones idiomáticas, al coste del traslado o al tiempo necesario para adaptarse a la cultura local, lo que es contrario a la idea misma de aprovechamiento curricular. Desde luego que de manera indirecta se consiguen otros resultados, no despreciables por lo que respecta a formación vital.

Pero parece indispensable tener en cuenta que hoy la forma más eficaz de intercambiar conocimientos —ya sea en espacios abiertos o en el marco de un plan de estudios compartido— es a través de prácticas mediadas digitalmente, por lo que puede decirse que los programas de movilidad que no incorporen esa dimensión pueden considerarse incompletos.

Otro segundo grupo de programas de movilidad busca principalmente el intercambio cultural o el fortalecimiento de la identidad regional. En el contexto español los principales ejemplos de esa modalidad serían los programas Erasmus y el reciente marco para la Movilidad Académica Iberoamericana. El intercambio cultural está directamente vinculado al desplazamiento —para conocer al otro hay que estar presente—, por lo que este sería un tipo de movilidad justificada en los términos de las clásicas estancias en el extranjero. La forma de enriquecer la experiencia de los estudiantes en este caso pasaría por mejorar las fases previas y posteriores al desplazamiento mediante la dotación de espacios de intercambio, ya sea en los campus digitales de las universidades o en otros espacios paralelos.

También puede ser interesante ampliar el alcance de la movilidad, incorporando otras dinámicas sociales que abran los programas a un mayor número de jóvenes y no solo a aquellos que están matriculados en una universidad. El mismo programa Erasmus ha seguido un proceso evolutivo de ese tipo. En sus inicios se trataba de una iniciativa directamente vinculada a la universidad y en la actualidad ha ampliado su ámbito de influencia al resto de niveles educativos y a la ciudadanía en general, que puede participar mediante voluntariado, prácticas laborales o como colaboradores ofreciendo servicios educativos relacionados con el intercambio.

Este análisis sucinto acerca de los tipos de movilidad y su correspondencia con los objetivos de los programas y con las nuevas necesidades de los estudiantes, muestra la conveniencia de diseñar propuestas que tengan en cuenta los hábitos de la sociedad actual.

La digitalización de las prácticas cotidianas permite expandir la capacidad de actuación también en el terreno de la producción de conocimiento, su adquisición y difusión, actividades que históricamente han sido patrimonio de la academia. Los modelos de movilidad digital, el acceso a recursos de aprendizaje abiertos en la web, la propagación de espacios que permiten acceder a contenidos educativos de alto nivel, y las rutinas de socialización habituales de los estudiantes, en su mayoría basadas en la mediación digital, suponen una oportunidad para que la universidad cumpla con su misión tradicional en la actual sociedad conectada.

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Comentarios
  1. Pedro Santamaría dice: 13/10/2016 a las 12:36

    Excelente artículo. Introduce cuestiones muy interesantes y que ya están sucediendo. Por desgracia, y es una duda que tengo y lanzo al foro, los cursos online son una herramienta que se está empezando a dar a conocer pero todavía no se conocen mucho. Esto a mi parecer plantea problemas en todos los niveles educativos: si no se trata con cuidado, puede abrir una herida en temas de igualdad (la llamada brecha digital), la circunscripción al ámbito universitario, y otras cuestiones de carácter intuitivo… Gracias y enhorabuena por el blog.


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