«Pacto de Estado por la Educación»: para el pueblo, sin el pueblo

Ya son casi 40 años de democracia los que llevamos vividos en nuestro país, exactamente los mismos que llevamos sin conseguir un acuerdo sobre un sistema educativo consensuado por parte de toda la clase política, así como los principales actores implicados. Tristemente, el debate sobre el sistema educativo ha sido usado como caballo de batalla ideológico por todos los gobiernos en el cargo a lo largo de las diferentes legislaturas, intentando obtener rédito en las urnas y, desgraciadamente, en los últimos años ha estado sujeto a las necesidades económicas para cuadrar las cuentas públicas.

El quid de la cuestión, que parece no haber sido entendido por los responsables políticos tanto del Estado como de las Comunidades Autónomas, es que el sistema educativo constituye los cimientos del modelo de Estado que queremos. El tan manido tópico de que la juventud es el futuro, supone una gran verdad en el debate que nos ocupa sobre el pacto educativo. La formación de nuestros jóvenes es la piedra angular sobre la que se construirá el sistema socio-económico a corto plazo, del que dependerá el Estado del Bienestar en última instancia.

Por lo tanto, el debate sobre el pacto educativo, lo primero a lo que debe responder es ¿qué modelo de sociedad queremos tener?

Es el momento, tenemos la oportunidad, la sociedad lo reclama y la comunidad educativa está dispuesta a remangarse y arrimar el hombro para conseguirlo. ¿Por qué nos empeñamos en cometer una y otra vez los mismos errores? Muy sencillo, falta de voluntad, ya que se obtiene mucho más rédito político y visibilidad con la confrontación en vez de con la ardua tarea de comenzar un largo e intenso debate que nos lleve a un acuerdo de cómo queremos dar un futuro a nuestros jóvenes, y por ende a nuestro país. El mejor ejemplo de esta falta de voluntad ha sido la última crisis, causada por un sistema productivo insostenible y poco innovador en el que los ciudadanos no contaban con la formación adecuada y, los que la tenían se vieron forzados a emigrar, haciendo escalar las cifras del paro juvenil a límites de un Estado fallido.

Tasas y precios públicos, sistemas de becas, Erasmus, acceso a la universidad, así como las otras reformas introducidas en los últimos años contra la opinión de la comunidad universitaria -que siente cada vez más alejado su propio sistema- no han hecho más que acrecentar las tensiones. En vez de buscar los acuerdos necesarios de los que nos sintamos todos parte, se han encargado informes a gurús con vocación de expertos, con cierto tufillo ideológico, que instauraron el falso mantra de que sobran universidades, que las universidades deben de tener la prioridad de fomentar la excelencia y que cuyo fin único sea cumplir con criterios que parecen más indicados a contentar a la OCDE que a cumplir con el verdadero propósito de la universidad.

En el contexto en el que nos movemos, con la situación política y socioeconómica actual, se dan las circunstancias necesarias para sentarnos en la mesa y hablar en profundidad sobre cuál es el sistema que queremos, tal y como se ha hecho en otros países europeos.

Es necesario que todos los actores implicados, así como los responsables públicos, se comprometan a crear un foro de diálogo con el fin de debatir todas las propuestas y se tomen el tiempo necesario para consensuar las reformas necesarias. Es hora de conseguir un Pacto por la Educación que cuente con nuestra opinión, es hora de que los políticos del Estado se den cuenta de que formular un nuevo pacto sin los principales actores del mismo carece alguno de sentido y volverá a errar en el desconocimiento y, por tanto, volverá a fracasar.

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