«Rankings»: la clave está en el conocimiento

En los últimos tiempos se han vertido muchas opiniones sobre los rankings universitarios, especialmente sobre el conjunto de indicadores en los que se basan para ordenar las universidades, en la forma en que se obtienen los datos para estos indicadores, en el grado de subjetividad de los mismos, etc. Las opiniones son diversas y frecuentemente se manifiestan con cierta vehemencia, en la medida que las universidades observamos con gran atención e interés la evolución de nuestras instituciones en los rankings más consolidados.

Es verdad que las universidades son instituciones complejas que asumen una gran variedad de tareas, todas ellas, generalmente bien identificadas, en las que la evaluación de su desempeño debe realizarse mediante unos indicadores que nos permitan conocer en que magnitud y con qué calidad se realizan cada una de esas tareas.

Pero una vez hecha esta consideración general, cabe preguntarse, por qué muchos de los rankings universitarios más consolidados en un contexto global, ordenan las universidades por indicadores que tienen que ver sobre todo con la investigación. El caso más paradigmático es el ranking ARWU, más conocido como ranking de Shanghái, que se centra en indicadores directos que tienen que ver con la investigación, o indirectos como la presencia de premios Nobel o Field Medals entre sus profesores o egresados.

No pretendo entrar en un análisis de los rankings y sus indicadores, ya que no es objeto de este post. Recientemente, ha habido numerosas entradas en este blog relacionadas con esta cuestión tan interesante. Pretendo insistir en la importancia que tiene en nuestros días el conocimiento y el papel decisivo que juegan las universidades en su generación.

El conocimiento, a lo largo de la historia, siempre ha estado en la base del crecimiento económico y desarrollo social. Sin embargo, la Sociedad del Conocimiento en la que nos encontramos, en una fase de construcción más o menos avanzada, se caracteriza por un proceso de aceleración creciente en la generación de estos conocimientos, incomparable con cualquier periodo anterior, y también, porque, ahora como nunca, la diferencia entre el resultado económico de unos u otros países no puede solo explicarse por la diferencia en el acceso a los recursos naturales disponibles.

La innovación se convierte en un elemento imprescindible para explicar la generación de conocimiento y buena parte del desarrollo económico se fundamenta en la capacidad de los países para generar este nuevo conocimiento y transformarlo en productos y servicios.

En este contexto las universidades se convierten en una pieza, quizá la más importante, al servicio de la ansiada generación de conocimiento a través de las actividades de investigación, desarrollo e innovación, sumando más enteros, si cabe, como un elemento básico en la estructura económica de cualquier país.

Es cierto que esta parte de la actividad universitaria está apoyada en muchos elementos intangibles difíciles de medir, por lo que la percepción social de la importancia de esta tarea es mucho más difícil de alcanzar, incluso por parte de las administraciones públicas, de las que depende directamente el sistema universitario público.

En la mayoría de las ocasiones, medimos la participación de las universidades en estas tareas a través de indicadores como las publicaciones científicas, el volumen de recursos captados para investigación, el número de patentes o los contratos de transferencia y su volumen económico.

Estos indicadores miden, la actividad investigadora y de transferencia, pero están lejos de cuantificar su participación en la construcción de la Sociedad del Conocimiento y su impacto económico.

Es verdad que estas consideraciones son mucho más complejas y exigen combinar estos indicadores con su impacto económico y social, siendo necesario relacionarlos con otros valores claves en la construcción de la Sociedad del Conocimiento como son el capital humano. A estas complicaciones de bastante importancia hay que añadir que el rendimiento de la actividad universitaria desde esta perspectiva está condicionada por la eficiencia del Sistema de Ciencia y Tecnología en cada país, que es función de numerosos factores.

En conclusión, si el conocimiento en las sociedades modernas como factor de la actividad económica y el desarrollo social, ha crecido en importancia de forma muy significativa por algunas, entre otras, de las razones apuntadas, las universidades como elementos esenciales en la generación de conocimiento deben disponer de los medios al servicio de estos objetivos, a la vez que ser evaluadas en su desempeño, en una cuestión de tanta importancia.

Este hecho nos inclina a apoyar el desarrollo de rankings universitarios que midan el desempeño de las universidades en este ámbito. El ranking de Shanghái, como ya se ha dicho, mide indicadores directos e indirectos que tienen que ver con la investigación y la capacidad de generar conocimiento de las universidades, por lo que a pesar de las muchas críticas que podemos hacerle, en realidad es preciso reconocer que va en la buena dirección.

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