Más sobre «rankings»

De forma indefectible, cuando un responsable universitario ve que su universidad figura en los puestos de cabeza pone cara de satisfacción y saca pecho, con o sin disimulo. Por el contrario, si la universidad no aparece donde esperaba o, peor aún, si figura –algo tan inconcebible como real- por detrás de otra institución a la que discute méritos, comenzará a poner en tela de juicio la metodología del ranking. Seguro que con motivo de la publicación por IVIE, hace unos días, del ranking de las universidades españolas, ha pasado algo de esto por la cabeza de muchos.

Discutir sobre la necesidad o no de los rankings es bastante estéril. Son como el Everest: están ahí, y siempre habrá ojos que los miren.

En cualquier caso considero que es mejor, por los efectos que produce, disponer de un mal ranking que no tener ninguno. Y pienso también que no es fácil hacer trabajos de ese tipo, por las distintas variables que hay que saber controlar. ¿Se imaginan ustedes que alguien comenzase a realizar un ranking sobre periódicos, emisoras de radio o infraestructuras provinciales? ¿Un ranking de ministerios o de fabricantes de vehículos que no se limitase a dar cuenta solo de costes y datos de producción, porque eso sería como hacer un ranking universitario teniendo solo en cuenta los presupuestos y el número de egresados? La cosa no es fácil.

La distinta metodología empleada y las distintas variables que se tienen en cuenta producen, además, resultados dispares e incluso contradictorios. Nada de esto importa, en general, a los medios, a los opinadores y a los distintos agentes sociales, que tienden a fijarse solo en el trazo grueso: “No hay ninguna universidad española entre las cien mejores del mundo”. Es una afirmación basada en el rigor, como se ve.

Pongamos al lado (hablar de comparaciones no sería adecuado) la lista de Shanghái, que es la más citada en el mundo, junto a la de IVIE recién publicada y la de Times Higher Education, todavía más reciente, pero referida solo a las universidades con menos de 50 años. En la primera y en la última he tenido en cuenta solo los datos de las universidades españolas. En la de IVIE he alargado la lista porque el grupo seleccionado termina con la Rovira i Virgili, por orden alfabético. También pasa lo mismo en el resto de las listas, que a partir de determinada posición las universidades se agrupan por grupos y en orden alfabético (algo que muchos periodistas y opinadores parecen desconocer).

Hay varias cosas que llaman la atención, pero comenzaré por la más evidente. En las tres listas figuran cinco universidades: UAB, UAM, Pompeu, UPV y UPC. Otras tres figuran en dos listas: Rovira i Virgili, País Vasco, y Carlos III. Es un notable grado de coincidencia, observable, en términos generales, en muchos otros rankings. Lo que indica que si una universidad es buena, es probable que aparezca, con oscilaciones, siempre en grupos de cabeza, con independencia de los criterios usados. Este dato nos debería inclinar a observar los rankings con cierto respeto y a preguntarnos qué es lo que la universidad puede hacer para ir subiendo en la relación, siempre que pensemos que eso es interesante.

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Y puede hacer mucho, si cuenta con los apoyos externos necesarios. En particular, aunque no solo, por supuesto, con más medios. Muchos países asiáticos, Francia, Arabia Saudí o Rusia han destinado muchos fondos con este objetivo. Tengamos presente, por ejemplo, que si una universidad contrata como profesor a un premio Nobel, la universidad avanzaría como un cohete en la lista de Shanghái. También lo haría si los rankings tuviesen más en cuenta el entorno social. Shanghái solo tiene en cuenta parámetros relacionados con el número de ex-alumnos ganadores del Nobel o de medallas de prestigio internacional, el número de profesores con Nobel (siempre en especialidades técnicas: el de Literatura, por ejemplo, no serviría. Esos dos criterios ponen en fuera de la lista de los cien primeros a todas las universidades españolas); los investigadores citados en 21 especialidades; publicaciones en Science o Nature, y artículos indexados, relacionados con el números de académicos a tiempo completo. Se trata de criterios relevantes, aunque faltan algunos otros que ayudarían a completar una visión más objetiva del trabajo realizado por una institución como la universitaria que debe velar con su aportación por la redistribución de la riqueza.

Supongamos, por ejemplo, que tomamos la lista de las 500 universidades del ranking de Shanghái y miramos el porcentaje de estudiantes de cada país que estudia en esa relación seleccionada de universidades. No he hecho cuentas, pero no creo estar equivocado si afirmo que es más que probable que el salto de España fuera, seguramente, grande y que la relevancia indiscutible de EEUU, por ejemplo, quedara muy tocada. Todo eso, suponiendo, claro, que lo que propongo tenga alguna relevancia (porque igual no es necesario que todo el mundo estudie en centros de prestigio si las universidades tienen objetivos diferenciados).

Lo ideal, en cualquier caso, es que las universidades se puedan mover en la lista no por haber contratado a un Nobel sino por hacer bien las cosas en enseñanza, en investigación y en actividades de impacto cultural y social.

Por encima de rankings internacionales, lo que es evidente es que, desde que en 1983 la revista US News & World Report comenzara a elaborar por su cuenta los rankings anuales de las instituciones de EEUU, adquiriendo un enorme y temido poder, se han comenzado a elaborar rankings en otros muchos países. En la actualidad existen decenas, distribuidos en 35 países, que se pueden consultar en el IREG Inventory  y que hacen referencia solo a rankings elaborados según criterios de calidad (el de IVIE está incluido). Digo que “enorme y temible”, porque en países en los que los estudiantes disponen de buenos sistemas de becas, o de otro tipo de ayudas que les ayudan a moverse, tienen ante sí universidades que no son fotocopias unas de otras, y no están tan condicionados por la cercanía de la universidad a su residencia (seguramente todas esas variables están relacionadas entre sí), las familias miran con interés estos rankings que hacen que las instituciones sean capaces de atraer alumnos con más o menos fuerza. Los rankings inclinan a que posibles estudiantes extranjeros pongan sus ojos en unas universidades antes que en otras.

Todo eso, sin olvidar, por supuesto, que también los ojos de los poderes públicos, empresas privadas y posibles donantes acaban teniendo en su mesa unas listas que son analizadas con sumo interés.

Existen, por tanto, rankings internacionales, nacionales y también por especialidades. Todos ellos llaman la atención del público o de los medios a distinta escala (no es lo mismo aparecer delante de una universidad alemana que de una más cercana). Todos ellos tienen virtudes y defectos. Todos ellos son criticables. Todos ellos inducen cierto orgullo o cierto desprecio, de manera proporcional al puesto logrado. Pero todos ellos son necesarios.

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