Becas universitarias: cuánto pagamos, cuánto queremos pagar

En nuestros días, nadie duda de la importancia de la formación superior para el desarrollo económico y cultural del país. Se puede discutir, sin embargo, cómo fomentar el acceso a la educación universitaria en igualdad de oportunidades, de modo que se favorezca la equidad y no se desperdicien las capacidades de la población. Para ello, el sistema de becas es un elemento fundamental. Con las becas se cubren, por una parte, los precios de las matrículas, y por otra parte se ayuda a los estudiantes a enfrentar sus gastos de transporte, residencia, etc. Un elemento prácticamente ausente en nuestro país, por el contrario, es la dimensión de las becas-salario, que afrontarían lo que los economistas llaman el “coste de oportunidad” (los rendimientos económicos que los alumnos podrían obtener realizando actividades alternativas en el tiempo dedicado a su formación).

Ahora bien, ¿cuánto se gasta en becas universitarias en nuestro país? ¿Cómo ha evolucionado su magnitud en los últimos años? La figura 1 muestra nuestro gasto público en becas y ayudas al estudio, para los niveles universitarios, expresada como porcentaje del Producto Interior Bruto (la diferencia entre ambas series es la subvención de precios públicos de las matrículas, que no está incluida en la inferior).

Fig. 1: Gasto público en becas universitarias, como porcentaje del PIB

Fuente: Estadística del Gasto Público en Educación (Ministerio de Educación) y Contabilidad Nacional de España (INE).

Podemos observar que ha habido una considerable estabilidad, durante los últimos veinte años, en la cuantía que dedicamos a subvencionar la educación universitaria de nuestros jóvenes con situaciones económicas más desfavorecidas¹. La serie oscila en torno a un 0,08% del PIB; 0,06%, si descontamos lo correspondiente a matrículas. La tendencia ha sido ligeramente decreciente hasta los primeros 2000, creciente después hasta 2008 (al tiempo que aumentaba también el denominador), y muestra finalmente los efectos drásticos de las últimas reformas habidas durante la Gran Recesión.

La cantidad parece sin duda muy abstracta para los legos. ¿Cómo podemos juzgar si este nivel es mucho o poco? Un recurso útil es compararnos con nuestros vecinos. Según la OCDE (Education at a Glance, 2014), en 2011 España era el país número 29 de 36 en cuanto al peso de becas y préstamos para el estudio universitario en el gasto total público en educación. Pero esto no es exactamente un buen indicador, pues la comparación se ve afectada por los precios de las matrículas (el Reino Unido y Estados Unidos ocupan los primeros lugares de la clasificación), y por el nivel de gasto público educativo de cada lugar.

Quien escribe estas líneas reside actualmente en Suecia. La comparación con los nórdicos puede parecer un tanto manida, y a veces es exagerada (no, no todo lo hacen mejor los escandinavos). Pero la cifra equivalente en dicho país, de becas y préstamos a estudiantes para la educación superior, es del 0,57% del PIB en 2012-15 (Oficina Estadística Sueca). Si retiramos la parte que corresponde a préstamos, que suele situarse en torno a un 60% del total, nos queda un 0,22%: abrumadoramente más elevado que el nivel en España. En la sociedad sueca, parece impensable que un joven no realice estudios universitarios por motivos económicos – aunque desde luego existen demandas de mejora.

La siguiente pregunta que podemos hacernos es quién recibe estas prestaciones. La inversión en educación es beneficiosa para nuestro futuro colectivo, sin duda, pero ¿son las becas universitarias una ayuda para las clases altas de hoy, o de mañana? Es decir, ¿tienen un efecto social regresivo, de subvención a los ricos? Este debate ha tenido lugar por ejemplo en el contexto de Estados Unidos (3 Theses on Higher Education, No, Public Spending on Higher Education Isn’t Regressive), aunque diferencias fundamentales entre este país y el nuestro hacen difícil extrapolarlo. Los datos existentes en España sobre esta cuestión son escasos. Jorge Calero, de la Universidad de Barcelona, ha estimado la distribución del gasto público en becas entre la población, para el año 2010 (“La educación y la desigualdad”, en el II Informe sobre la Desigualdad en España de la Fundación Alternativas). Combinando sus resultados con la distribución de la renta, podemos aproximar qué porcentaje supondrían las becas universitarias sobre la renta de los hogares, diferenciando éstos según su capacidad económica². El cálculo contiene un importante margen de error, pero resulta bastante ilustrativo (véase la Figura 2): las becas para estudios universitarios (que son el 50% del total, según los datos del Ministerio) supondrían un 0,34% de su renta para el decil inferior de los hogares, y este porcentaje cae de manera bastante consistente hasta llegar al 0,05% para las familias más acomodadas. Una diferencia de 7 a 1³.

Fig. 2: Becas públicas universitarias como porcentaje de la renta de los hogares, por decil

Fuente: Cálculos propios a partir de Calero (2015), EU-SILC 2011 (Eurostat) y Estadística del Gasto Público en Educación (Ministerio de Educación).

Al parecer, las becas universitarias en nuestro país no son regresivas. Lo serían todavía menos si no fuera una realidad, como comentaba Manuel Valdés en la anterior entrada de este blog, que las clases bajas suelen acudir menos a la universidad. Lo primero no implica, por tanto, que sean suficientes para garantizar la igualdad de oportunidades en la educación superior. En “Opiniones de los españoles sobre sus universidades: algunas perspectivas” (descargable aquí) se muestran los resultados de una encuesta a la población española sobre tres posibles opciones para la financiación de los estudios universitarios (p. 30): gratuidad general, pago completo de los costes de las matrículas combinado con gratuidad para “quienes no puedan pagarlas”, o pago completo combinado con préstamos a muy bajo interés (y devolución condicionada a un determinado nivel de renta futura). Las opiniones parecen muy divididas entre estas tres alternativas: 27,5% para la primera, 29,3% para la segunda, 36,3% para la tercera. Se puede interpretar como que la preferencia por la gratuidad general es minoritaria (27,5% a favor), pero también como que la gratuidad, al menos para quienes tengan problemas económicos, es mayoritaria (56,8%). La comunidad universitaria tiende a estar más a favor de la gratuidad, y a ser bastante crítica con los instrumentos públicos para facilitar el acceso igualitario a las aulas (véase por ejemplo, en la misma web, “La comunidad universitaria española opina”, pp. 33-34).

La asociación La Facultad Invisible, a la que pertenezco, considera que el sistema de becas no cumple adecuadamente su función de garantizar la equidad en el acceso y continuidad a los estudios universitarios. Hace poco, nuestra campaña «Apadrina un becario» logró recaudar casi 15.000 € en once semanas para dotar a nueve estudiantes con unas ayudas ciudadanas extraordinarias. Hubo un total de 344 donaciones, y se generó un considerable impacto mediático. ¿Es esto una muestra de que la sociedad española está dispuesta a pagar más, de modo colectivo, para mejorar el aprovechamiento de los talentos de toda la población? El debate está servido.

 

¹ Téngase en cuenta que la educación universitaria está subvencionada en su mayor parte también para los no becarios, puesto que los precios públicos solo cubren una pequeña parte del coste estimado del servicio.
² Utilizamos deciles: cada grupo incluye un 10% de los hogares, ordenados de menor a mayor según su renta.
³ Este tipo de cálculos considera al estudiante dentro de su familia cuando convive con ella. Se obvia, por tanto, la dimensión que podrían tener las becas como apoyo a una posible emancipación de los estudiantes (lo cual en general les llevaría a tener rentas inferiores a las de su hogar de procedencia).

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Comentarios
  1. Manuel Valdés dice: 30/05/2017 a las 13:58

    Muy interesante la reflexión. Me parece especialmente acertado señalar lo difícilmente comparables a escala internacional que son ciertos datos relativos a la financiación de los sistemas de Estado, como es este caso el sistema de becas. Los distintos modelos educativos de educación superior presentan estructuras diversas que requieren de mayores o menores elementos de compensación. Con todo, es muy reveladora la atonía del porcentaje de gasto público dedicada al sistema de becas en España.

    Y muy sugerente también la heterogeneidad de la población española respecto del modelo de financiación de la enseñanza universitaria. No obstante, hecho en falta otros posibles modelos más allá de las tres opciones consideradas. En concreto, creo que un sistema de precios progresivos podría ayudar de forma más efectiva a garantizar la igualdad de oportunidades en el acceso a la Universidad.


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