De «endowments», «fundraising» y otras expresiones poco académicas

El primer verano después de ser nombrado rector de la Universidad de Navarra viajé a Estados Unidos para visitar algunas de sus más prestigiosas Universidades. Recuerdo que tanto en esas visitas como en ámbitos no académicos, al decir que era rector de una Universidad (President en su terminología) enseguida me hablaban de endowments  y fundraising. Yo trataba de explicar que en España, y en general en Europa, esos son ‑aunque quizás habría que decir eran– términos un tanto extraños y que los rectores, sin dejar de tener un importante papel de relaciones institucionales, se dedican más a cuestiones académicas. Lo que, en no pocas ocasiones, no dejaba de causar extrañeza en un mundo en el que la principal labor de quien dirige la Universidad es conseguir aumentar su patrimonio a través, sobre todo, de ambiciosas campañas de levantamiento de fondos (el famoso fundraising).

Me venía esto a la memora al leer un reciente artículo sobre los endowments de las Universidades americanas (https://www.bloomberg.com/quicktake/university-endowments). Como es sabido, los grandes endowments universitarios son un fenómeno muy de aquel país, que ha permitido a las principales universidades acumular importantes patrimonios (aunque, en cuantías menores, existen también en muchas otros centros universitarios e incluso colegios). Según los datos que se ofrecen en ese artículo, las 5 Universidades con mayores endowments son

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Otro dato de interés, quizás más sorprendente en este lado del Atlántico, es el endowment de las top universidades públicas, menores sobre todo atendiendo a al número de estudiantes pero en todo caso muy importantes

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Desde luego son muchos los comentarios que pueden hacerse de estos datos. El artículo al que me refiero recoge, por ejemplo, algunos aspectos negativos. Así, el hecho de que los donantes se beneficien de importantes desgravaciones fiscales ha llevado a algunos críticos, incluidos miembros del Congreso, a preguntarse si las Universidades están haciendo lo suficiente para ayudar a los estudiantes a hacer frente a las altísimas deudas que asumen para pagar las matrículas. Otros señalan que los cerca de 6.300 millones de dólares en desgravaciones fiscales que suponen cada año podrían servir para financiar el plan del Presidente Obama para hacer gratuitos los llamados community college.

Desde la perspectiva de nuestras Universidades, la magnitud de esas cifras podría reforzar el discurso de quienes insisten en que si nuestras universidades no están entre las mejor situadas de los rankings es por falta de recursos. Y no cabe duda de que, aunque el dinero no sea lo único importante en una Universidad (desde luego no constituye su alma, como intenté explicar en mi entrada anterior) sí permite mejorar los medios para la docencia e investigación, atraer a buenos profesores e investigadores, becar a excelentes alumnos y, en definitiva, hacer realidad muchos proyectos que, de otra manera, se quedarían en el papel.

Pero me gustaría ver el tema desde otro ángulo: el del compromiso de los antiguos alumnos, y más en general de la sociedad americana, con sus Universidades. Y es que, aunque todas las buenas Universidades, empezando por las privadas, reciben importantes cantidades de fondos públicos para financiar su investigación, sus patrimonios provienen del dinero que aportan particulares (y del que los rendimientos de ese dinero producen).

Desde luego son varias las razones que explican este fenómeno tan americano. La primera podría ser, por supuesto, las cantidades de dinero que se mueven en Estados Unidos y por ello no es casualidad que las campañas más exitosas en los últimos años se estén produciendo sobre todo en California, donde radican las principales empresas tecnológicas (Stanford fue la primera Universidad en conseguir mil millones en uno solo año, y en 2015 esa cantidad se elevó a mil seiscientos millones). Otra razón de peso es, por supuesto, un sistema fiscal que favorece las donaciones al permitir una muy relevante desgravación. Se trata de una idea muy americana: que sean los ciudadanos y no el Gobierno los que deciden qué proyectos merecen ser apoyados.

Detrás de las impresionantes donaciones hay también pragmatismo (que la Universidad por la que obtuve mi título sea la mejor o, al menos, una de las mejores) e incluso vanidad (que el nombre del donante, o de su familia, aparezca en un Aula, Biblioteca, Museo Universitario o incluso en las instalaciones deportivas).

Pero hay en muchos casos un verdadero compromiso con el propio alma mater, la conciencia de que lo que uno ha conseguido en la vida no es solo fruto de sus propios méritos sino que se debe también a las ayudas recibidas de otros y, en particular, de la Universidad en la que se formó.

Y esto a pesar de que esa formación se adquirió haciendo frente a unas matrículas treinta o cuarenta veces mayores que las que paga un Universitario en un centro público español.

Ese compromiso personal se revela en el hecho de que, como ponen de relieve distintos estudios, las donaciones no provienen fundamentalmente de grandes empresas sino, sobre todo, de particulares. Que incluyen grandes donaciones (¡8 por encima de 100 millones en 2015!) pero también cuantías individuales mucho menos relevantes pero que, al tener carácter anual, aseguran a las Universidades unas cantidades muy significativas al comenzar cada año académico. Como dato significativo resulta también que un porcentaje importante de las donaciones proceden de personas que no son antiguos alumnos.

Como es fácil suponer, las donaciones no vienen solas, ni nadie da dinero a cambio de nada. Quien conoce un poco del mundo de las Universidades americanas, sabe cómo se fomenta la vinculación de los estudiantes con la Universidad, durante los estudios y para toda la vida; con qué rigor se emplean los fondos y con qué trasparencia se informa sobre su destino (y a ellos se dedican importantes departamentos de Alumni y de Desarrollo). No es casualidad que la palabra a la que se acude para explicar la relación de la Universidad con sus donantes sea accountability (que un poco pobremente podemos traducir por responsabilidad o rendición de cuentas).

El sistema tiene desde luego algunos problemas y, como antes se ha dicho, no está exento de algunas críticas. Pero no cabe duda de que no solo aporta a las Universidades americanas unas cantidades que ni siguiera los Gobiernos más ricos de Europa pueden garantizar a las suyas, sino que crea unos estrechos vínculos entre Universidades y sociedad; fomenta un sentido de pertenencia y la conciencia de que los proyectos solo pueden salir adelante con el compromiso de todos.

No es de extrañar por ello que esta misma senda se empiece a recorrer por algunas Universidades británicas (Oxford y Cambridge están lanzando desde hace algunos años importantes campañas de fundraising), pero también en países asiáticos.

En España, las Universidades -al menos las públicas- miran más a los correspondientes Gobiernos autonómicos, de los que vienen la mayor parte de su financiación. Y la sociedad –al menos parte de ella- se lamenta de la escasa presencia de nuestras Universidades en los rankings internacionales, pero como si fuera algo que no va con ella. Sería desde luego más útil que, por parte de todos, se empezara a andar en esa otra dirección, sin duda mucho más productiva: de compromiso de la Universidad con la sociedad pero también de esta con aquella. No se me ocultan las dificultades; estoy en una Universidad en la que, desde hace años, se procura mantener una estrecha relación con los antiguos alumnos y con el sector privado. Con frecuencia, al hablar de estos temas, no son pocos los que insisten en que nuestra cultura es muy distinta. Pero precisamente porque cambiar una cultura cuesta mucho, convendría empezar cuanto antes.

La alternativa, menos exigente desde luego pero también menos productiva, es seguir lamentándonos.

 

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Comentarios
  1. María-Teresa Mateos Fernández dice: 11/10/2016 a las 11:02

    Pues comparto casi al 100% lo que se comenta en este artículo. Y es verdad que seguir lamentándonos no nos conduce a ninguna parte. Pero junto con toda la parafernalia de «fundraising» que se puede montar aquí, debe ir pegadito y sin desviarse el «palabro» accountability. Ésta acepción, en el sentido de la obligación de rendir cuentas de manera transparente, es también muy importante. Y en la que en España, solemos flojear.
    Gracias por hacerme reflexionar sobre estas cosas.

  2. PILAR MARTIN DE AGAR VALVERDE dice: 11/10/2016 a las 15:48

    Muy acertados el artículo y el comentario de María-Teresa. Ambos, junto con lo que plantean José Antonio Martínez y Carmen Pérez Esparrells en su trabajo http://portal.uned.es/pls/portal/docs/PAGE/UNED_MAIN/LAUNIVERSIDAD/UBICACIONES/05/DOCENTE/JOSE_ANTONIO_MARTINEZ_ALVAREZ/EL%20SISTEMA%20DE%20%20FINANCIACI%C3%93N%20UNIVERSITARIA%20EN%20ESPA%C3%91A%20EN%20TI%20EMPOS%20DE%20CRISIS_VER14%20(1).PDF
    invitan a una reflexión seria sobre el pasado, presente y futuro de la Universidad y su relación con la sociedad.
    Saludos cordiales.


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