“¡La idea de universidad está muerta!”

“¡La idea de universidad está muerta!”. Esta es una de las proclamas que se pueden leer en un texto de Karl Jaspers titulado La idea de la universidad, fechado originalmente en 1923, reimpreso en 1946, y reelaborado y ampliado en 1961. Es, a su vez, el título escogido por Jürgen Habermas para, un cuarto de siglo después, hacer una serie de consideraciones sobre la idea y la reforma de la universidad. En esta entrada se resumen algunas de las ideas principales del prestigioso filósofo alemán, junto con algunas explicaciones que ayudan a contextualizar la nunca sencilla lectura de este autor. Para situar el debate más fácilmente, en España toda esta cuestión se ha problematizado a partir del concepto de misión de la universidad, introducido por Ortega. Misión e idea de la universidad, por tanto, serían conceptos intercambiables a efectos de la lectura de este texto.

La primera constatación que ha de hacerse alude directamente al título de este post: “la idea de la universidad está muerta”. Habermas critica que Jaspers parta de la idea de universidad para analizar el estado de la universidad. Esto es, según su opinión, el principal error del idealismo alemán: la consideración de que los órdenes institucionales son formas del espíritu objetivo o, dicho de manera más sencilla, que la universidad tendrían un esquema prefijado al que debe aproximarse y de cuya separación se desprende precisamente la crisis de la universidad. Habermas introduce la sombra de la sospecha sobre el espíritu objetivo al señalar que “las organizaciones ya no cristalizan ninguna idea”. Esa sería la primera reflexión que introduce el texto, y de la que se desprenden otras tres (que coinciden con las partes en las que se divide el texto).

En la segunda parte, analiza la expansión educativa experimentada en las sociedades industriales occidentales, que habrían dado lugar, según su opinión, a un ahogamiento producido por la diferenciación del sistema científico, dejando a la formación a su suerte y, por ende, al servicio de los medios de vida de la economía y de la administración planificante. No obstante, para Habermas, en la medida que la universidad participa del conocimiento científico a través del aprendizaje, la idea de universidad no puede estar absolutamente muerta, ya que esta correlación estaría enraizada en el mundo de la vida (lebenswelt, lifeworld). El mundo de la vida, para quienes no estén familiarizados con la terminología del autor, sería el lugar de la generación libre, es decir, sin coerciones, de la opinión pública. Junto con la reflexión final, haré una serie de consideraciones sobre el alcance de este concepto en la obra del autor y su posible aplicación al ámbito universitario.

En la tercera parte, Habermas examina la validez de los presupuestos básicos de la idea de universidad en Humboldt y Schleiermacher. Para estos, el problema principal era el de cómo liberar la ciencia moderna de la influencia de diversos agentes -la autoridad estatal, la sociedad civil- una vez ésta se había emancipado de la tutela religiosa. La solución fue, como es sabido, la articulación sistémica de la “autonomía universitaria”. Esta autonomía estaría compuesta por tres principios básicos: la afirmación de una ciencia universitaria apolítica de cara al Estado, el blindaje de la docencia frente a los imperativos formativos de la sociedad civil a través de una mayor proximidad con la formación científica, y la posición central de la facultad de filosofía en el interior de las escuelas superiores. La filosofía habría de estar encargada, por tanto, de la unidad de los procesos de investigación y formación que, a su vez, sería el origen de una sociedad futura emancipada.

Para Habermas, “estas condiciones institucionales para la implementación de la idea básica de la universidad alemana, no se dieron al principio ni tampoco pudieron tener concreción en el curso del siglo XIX, de manera que cada vez menos pudieron satisfacerse” (p. 7). Lo que en realidad se produjo, según su perspectiva, fue, en primer lugar, que la racionalidad instrumental avocó hacia el acercamiento de la formación universitaria hacia los saberes ocupacionales; en segundo lugar, que la filosofía también acabó por perder el monopolio en la interpretación global por la cultura; tercero, que la ciencia acabó por ser una fuerza productiva importante en la sociedad industrial; y, cuarto, que a través de la diferenciación entre educación popular y académica se confirmaron las estructurares de clases, desmintiendo el contenido universalista de la idea de universidad.

En la cuarta parte, examina las ideas de los reformadores de la universidad de los sesenta que, si bien las refiere al contexto alemán, son perfectamente trasladables al naciente escenario europeo. Según su opinión, bajo el enunciado de «socialización de la universidad», se profundizó todavía más en la cientifización de la praxis de la investigación, la diferenciación de especialidades, la institucionalización de la investigación, y la escolarización de la formación académica. En el trasfondo de las reformas estaba, como apunta el propio Habermas, las comparaciones internacionales de los sociólogos funcionalistas de la educación y los análisis de necesidades de los economistas. Estos procesos, sin embargo, hicieron estallar la “ficción de unidad que Humboldt, Schleiermeier y Schelling antaño quisieron fundar con la fuerza totalizadora de la reflexión científica” (p. 10). Es decir, que bajo la apariencia de la idea humboldtiana de universidad de fondo, estos procesos no hicieron más que alejar a la universidad de tal idea.

Con todo, lo que el autor trata argumentar es que la idea de universidad no ha encontrado, desde sus orígenes y hasta ahora, concreción fáctica. Y por ello se pregunta: “¿Acaso no deberíamos reconocer que esa institución –la universidad– también puede existir al margen de cualquier idea por conveniente que fuera, incluso de aquellas ideas que ella hubiese tenido sobre sí misma?” (p. 11).

Esta es la pregunta que se propone responder en la quinta y última parte: por un lado, Habermas concede cierta validez a la teoría del sistema aplicada al caso universitario. Según ésta, “la fuerza integrativa de ideas e instituciones, pertenece, más o menos, a una sobreestuctura funcional de un sustrato de flujos de la comunicación y de la acción, que unos tras otros se concertan y por ello no requieren de ninguna norma”. Dicho de manera más sencilla: que los procesos de reforma de la universidad, como hemos visto, han seguido una lógica independiente del espíritu objetivo, y que esta lógica sería consecuencia de una suerte de racionalidad instrumental que prioriza la actividad económica o administrativa sobre cualquier otra.

Sin embargo, como suele ocurrir con el tipo de argumentación habermasiana, una vez sentados los términos de la discusión y de exponer las limitaciones de los discursos que analiza (con cierta caricaturización mediante), termina por componer una teoría propia de la idea de universidad: para el autor, la teoría del sistema enunciada anteriormente, si bien tiene parte de validez, es incompleta, ya que generaliza -y totaliza- los sistemas de acción desde la perspectiva de los participantes. Expuesto de manera simplificada: aceptar la teoría del sistema en la reforma de la universidad implicaría que la comunidad universitaria en su conjunto no tendría margen de maniobra en el curso de los cambios, pasados y futuros, que acontecen en la universidad. Por el contrario, para Habermas “las normas y las orientaciones valorativas siempre están empotradas en el contexto de un mundo de la vida” (p. 11). Tanto los partidarios de la idea humboldtiana como los visionarios de la racionalidad instrumental omiten un aspecto fundamental del desarrollo de la universidad: su contribución general -no solo a través de la docencia y de la investigación- al “autoentendimiento cultural y la ilustración intelectual”. Como señala Habermas: “al ir más allá de la preparación profesional académica, presentan rendimientos con el estudio de la manera científica de pensar, es decir, con un enfoque hipotético frente a los hechos y normas, al ofrecer su contribución para los procesos generales de socialización. Al ir más allá del conocimiento de expertos, los procesos universitarios de aprendizaje también coadyudan con interpretaciones informadas y especializadas al diagnóstico de la época y a tomas de posturas políticas de fondo, con lo cual dan un aporte a la ilustración intelectual” (p. 12 y 13). La idea de fondo sería que los procesos de aprendizaje, junto con la cultura científica, contribuirían al autoentendimiento de las ciencias en lo más global de la cultura, que tiene su lugar en el mundo de la vida.

Habermas, de igual modo que en su teoría de la acción comunicativa, contrapone y enfrenta sistema y mundo de la vida como principales fuerzas actuantes en la totalidad social. Y ello aplica de igual modo a la reflexión sobre la universidad. Llegados a este punto, es lícito preguntarse qué es esto del mundo de la vida. Habermas no aclara el significado y alcance de este concepto en ningún momento del texto referenciado y, además, cabe señalar que ha sido quizá el componente de su teoría que más críticas ha recibido. En oposición al sistema dominado por los poderes administrativo y económico, entiende el mundo de la vida como el «lugar donde se produce el conjunto de interpretaciones intersubjetivas que constituyen un núcleo común de conocimientos implícitos”, contribuyendo a dotar de sentido a la existencia y constituyendo el horizonte de cualquier entendimiento cognitivo y práctico (Vallespín, 2001). Sería algo así como el lugar (o conjuntos de lugares) donde la comunicación entre ciudadanos fluye sin dominaciones. Dentro del complejo social, Habermas entiende que formaría parte del mundo de la vida las asociaciones voluntarias que se encuentren fuera del reino del estado y de la economía: las iglesias, las asociaciones culturales, la academia, los medios independientes de comunicación, los clubes de deportes y de esparcimiento, las sociedades de debate, los grupos de ciudadanos concernidos y los intentos de conseguir firmas de peticiones, hasta las asociaciones ocupacionales (incluyendo a las organizaciones empresariales y profesionales), partidos políticos -aunque con ciertas restricciones-, sindicatos e instituciones normativas y, con especial relevancia, los movimientos sociales (Pérez-Díaz: 1997:51). Como apunte, y remito al último autor citado para una crítica más exhaustiva, puede que aquí resida el principal punto débil de la teoría habermasiana: la radical separación entre sistema y mundo de la vida dentro de una teoría de la esfera pública ciertamente restringida.

Volviendo a lo que nos ocupa, el mundo de la vida universitario sería, por tanto, el lugar de los procesos de aprendizaje, libres de la influencia de la racionalidad instrumental, que se llevan a cabo formal e informalmente en la universidad, enclaustrados en el marco de una cultura científica -y no económica ni administrativa- que constituiría el medio comunicativo que hace posible el entendimiento. Por tanto, y para terminar con el argumento del autor, la reforma de la universidad para Habermas pasa por revitalizar el mundo de la vida universitario frente a la colonización de tal mundo por el sistema (y su racionalidad administrativa y económica).

No extrañará al lector que haya llegado hasta aquí que los planteamientos de Habermas sean muy a menudo calificados de utópicos. Y no están faltas de razón tales acusaciones. No obstante, más que utópicos, yo diría que los planteamientos de Habermas son sumamente exigentes y, por tanto, conllevan mucha dificultad, lo que no quiere decir que sean del todo imposibles. Prueba de ello es este foro, Univerdad, al cual me siento muy unido. La idea de construir un espacio de generación libre de opinión sobre la mejora de la universidad, basado en el intercambio de razones e informaciones y sin restricciones a la participación es sin duda un reflejo palpable de los planteamientos del autor, facilitado, además, por las posibilidades que ofrecen las nuevas tecnologías.

Referencias

Pérez-Diaz,V., (1997) La esfera pública y la sociedad civil. Taurus. Madrid

Vallespín, F., (2001) “Habermas en doce mil palabras”, en Claves de la razón práctica, nº 114 julio/agosto.

Vallespín, F., (2012) “¿Cuanta deliberación es posible en las democracias contemporáneas?” en E. Beltrán y F. Vallespín (eds), Deliberación pública y democracias contemporáneas. Síntesis. Madrid.

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Comentarios
  1. Carmelo dice: 12/09/2019 a las 17:48

    Interesante, Rafael. Muchas gracias por acercarnos al pensamiento de Habermas. «Los planteamientos de Habermas son sumamente exigentes y, por tanto, conllevan mucha dificultad, lo que no quiere decir que sean del todo imposibles»: la universidad pudiera ser-debiera ser o es «el lugar (o conjuntos de lugares) donde la comunicación entre ciudadanos fluye sin dominaciones». Es una pregunta, es una afirmación o es un deber/ideal; puede ser las tres cosas, si bien, no agota definición ni diálogo.

  2. Maria Teresa Gil dice: 23/09/2019 a las 16:35

    Una entrada de alto calado para entender algo mejor el marco de reflexión intelectual sobre el que hemos ido de construyendo «la idea de la universidad» y nuestra propia idea de la universidad. Gracias, Rafael, por recordarnos cómo se puede centrar esta idea en el seno de la más pura tradición humanística.

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