Pruebas de acceso y autonomía universitaria

Tengo la impresión de que las universidades y los universitarios vivimos siempre bajo la sospecha permanente. Desconozco si esa falta de confianza tiene fundamento alguno (no creo que funcionemos peor que cualquier otra administración o cualquier otra empresa), pero el hecho evidente es que a pesar de que la autonomía universitaria está reconocida en la propia Constitución, en la práctica tiene aquí unos límites inaceptables.

Desde luego, la autonomía de nuestras universidades está a años luz de la autonomía que tienen esas universidades a las que dicen que nos debemos parecer. Porque esto de la selectividad también está relacionado de forma directa con la autonomía universitaria.

La autonomía no quiere decir que las universidades pueden hacer con libertad lo que les de la gana o que puedan tomar decisiones sobre ámbitos que no son de su competencia. No es eso. Pero existen al menos cuatro aspectos sobre los cuales las universidades de referencia siempre tienen competencias que nadie discute. Competencias que van acompañadas también, por cierto, por la exigencia de responsabilidades. Para bien y para mal. Pueden acertar o equivocarse. En ambos casos el rector o equipo dirigente acarrea con las consecuencias que se deriven.

No hay universidad seria que no tenga libertad absoluta, y recalco lo de absoluta, para fijar los estudios y sus contenidos académicos, sin que tenga que pedir permiso a nadie de fuera. No hay universidad de referencia, ni empresa, que renuncie a elegir a sus trabajadores de la forma que considere conveniente. No existe universidad de referencia que renuncie a fijar sus presupuestos como mejor le parezca. Las limitaciones las fija, por decirlo de algún modo, el propio mercado, y no el gobierno de turno, aunque la universidad reciba fondos públicos. Ello incluye, en el capítulo de gastos, por ejemplo, la posibilidad de fijar salarios. No hay universidad de referencia que renuncie a fijar el modo que considere conveniente para elegir el número de alumnos que va a admitir ese año, y para establecer los sistemas de ingreso.

Estos cuatro elementos, centrales en la práctica de cualquier autonomía universitaria real, no existen para nosotros (salvo en las privadas, en parte).

Se puede discutir si al final de los estudios previos a la enseñanza superior debe haber un examen final o no. Se puede discutir si ese examen otorga un título y si ese título debe ser requisito previo para la entrada en la universidad. Hay modelos de todos los gustos en el mundo. Pero lo que no se debe poner en cuestión es que cada universidad tiene que tener autonomía absoluta para establecer los sistemas de ingreso de sus alumnos que considere convenientes. ¿Que las universidades propondrán sistemas diferentes e incluso difíciles de comparar entre sí? Es posible. Incluso es probable. Pero no pasa nada. Eso no quiere decir que un sistema sea más injusto que otro. Quiere decir que es diferente, nada más. No estamos muy habituados a esto en un ámbito en el que todo está regulado hasta la extenuación (confundimos norma y garantía) y en el que se ha generado una cultura que hace difícil concebir que se pueden tomar decisiones sin recurrir a tanta norma que cae de arriba. De hecho, así se funciona en gran parte de ese mundo que llamamos civilizado. Claro, esto es seguramente un incordio para la universidad, porque le genera un problema nuevo, un problema que la norma no le resuelve. Pero es que la autonomía tiene esas cosas. Aprender a vivir en libertad tiene también lo suyo. Abogo, por tanto, a que se deje de una vez en manos de cada universidad libertad para establecer las formas de ingreso que considere convenientes.

Reivindico autonomía. Esa autonomía que las universidades de referencia siempre han tenido.

 

¿Y tú qué opinas?