Quiénes se van de Erasmus, y por qué importa

La internacionalización de nuestro sistema universitario ha sido considerada una prioridad por parte de las autoridades (véase, por ejemplo, la estrategia publicada al respecto por el Ministerio de Educación, Cultura y Deporte en 2014). Recientemente, este blog ha tratado el tema con una valoración de la experiencia en Cataluña (aquí). En el mundo globalizado actual, parece un aspecto imprescindible a perseguir. En esta entrada, propongo darle algunas vueltas más a la internacionalización con un repaso a uno de los programas más conocidos y populares: el Erasmus.

El programa Erasmus fue creado en 1987; acaba de cumplir, por tanto, 30 años de edad. Cerca de su aniversario, ha sido celebrado como un éxito por la Comisión Europea, y reemplazado por Erasmus+, que aúna en su seno los intercambios educativos, profesionales, e incluso deportivos. Aquí, no obstante, me centraré en la movilidad de estudiantes para cursar asignaturas en centros extranjeros, que es la parte principal.

Además de la tan mencionada construcción de una ciudadanía europea (o global), las estancias Erasmus tienen consecuencias económicas nada desdeñables. Un reciente estudio de la Comisión Europea analizó sus efectos en las habilidades y la empleabilidad de los estudiantes, encontrando que los Erasmus tenían más posibilidades de acceder a buenos puestos de trabajo, y menor incidencia del desempleo[1]. Si esta experiencia resulta tan positiva para los estudiantes, es especialmente importante asegurar que la participación en ella esté abierta a las distintas capas sociales.

De hecho, se ha señalado que quienes participan en el programa Erasmus son una muestra seleccionada respecto de la población total de estudiantes, en su personalidad y en que pertenecen a entornos familiares más privilegiados. En 2013, un 64% de los Erasmus tenía padres con educación universitaria (al menos uno de ellos); un porcentaje superior que en los estudiantes en general, o en la población total de la misma edad. La amplitud social del programa, sin embargo, parece haber aumentado en los últimos años, ya que son más los que indican proceder de familias con rentas por debajo o cercanas a la media de sus países (53% en el curso 1997-98 frente a 63% en 2004-05, según este artículo).

Ello ha tenido lugar a pesar de que no se ha incrementado notablemente la cuantía de las becas, y que éstas cubren una pequeña parte de los costes de las estancias. En las encuestas, una de las razones principales para no emprender un intercambio Erasmus es la falta de capacidad financiera (aunque también tienen importancia cuestiones personales). Las barreras son claramente mayores en los países participantes de renta media-baja: más de un 60% de los estudiantes en éstos, incluyendo España, conocían a otros que no habían emprendido el viaje por motivos económicos (frente a menos de un 25% en el norte de Europa).

En los últimos años de crisis económica, el programa Erasmus ha copado titulares en la prensa española debido a recortes y congelaciones de las ayudas, y su exigüidad en comparación con las de otros países (por ejemplo, aquí). La Comisión Europea establece unas horquillas en función de los costes de la vida en el país de destino (las actuales en la p. 51 de la guía del programa), dentro de las cuales las agencias nacionales tienen capacidad de decisión: son éstas las que determinan si conceder muchas becas, pero de menor entidad, o pocas becas, pero más ”jugosas”. Al primer modelo se ha enfocado claramente nuestro país, con unas cuantías que se sitúan en la parte baja de las horquillas europeas, sólo 50€ al mes por encima del mínimo para el curso 2017-18 (lo cual supone unas ayudas básicas de entre 200 y 300€ mensuales)[2].

Lo cierto es que España es un país líder, especialmente en recepción pero también en envío de estudiantes. El siguiente gráfico muestra el número de estudiantes Erasmus enviados al extranjero por el país, desde el curso académico 2000-01. Del entorno de las 15.000 estancias anuales en el inicio de este periodo pasamos a cerca de 35.000 en el curso 2011-12, el máximo de la serie[3]. El crecimiento fue especialmente rápido en los años iniciales de la crisis, pero los números se redujeron desde 2012, coincidiendo con los descensos en las ayudas públicas y un contexto económico más deteriorado (ver aquí).

Fuente: Estadísticas oficiales del programa Erasmus.

El programa Erasmus no es, desde luego, un programa redistributivo: su objetivo es acercar a los estudiantes a otras realidades académicas y culturales, y en ello ha sido eficaz. No obstante, el diseño de las ayudas tiene efectos distributivos importantes, sobre las cuales es conveniente un debate público sosegado.

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[1] Por ejemplo, la probabilidad de sufrir desempleo de largo plazo era la mitad para los Erasmus, y su tasa de paro cinco años después de la graduación se situaba un 23% por debajo de la de quienes no hicieron estancias en el extranjero. Los estudiantes Erasmus tenían de partida puntuaciones más altas en ”habilidades para la empleabilidad” que los no móviles (lo cual dificultaría atribuir su mejor situación al programa en sí mismo), pero experimentaron también mejoras tras sus estancias.

[2] Se prevén suplementos para quienes realizan prácticas profesionales, para movilidad a lugares periféricos o lejanos, así como para estudiantes procedentes de entornos desfavorecidos. Las ayudas de la UE, asimismo, pueden ser, y son, complementadas por otras administraciones. En cualquier caso, las becas medias de la UE por mes de movilidad son notablemente más bajas en España que en otros lugares con niveles de renta similares o inferiores, como Italia, Portugal, Grecia o Lituania.

[3] Esto supone entre un 1 y un 2% del total de estudiantes universitarios del país, cada año.

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Comentarios
  1. […] altos de Europa[3], y demostrando también un importante impacto en los niveles de empleabilidad(ver aquí).  Además de permitir articular dobles titulaciones, los Erasmus Mundus incorporan acuerdos […]


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