Una verdad a medias

Los cambios tecnológicos, económicos, sociales, han puesto en cuestión los modelos educativos tradicionales y abierto un imprescindible proceso de renovación de metodologías y de irrupción de novedosas e interesantes iniciativas formativas. Coincido plenamente en la imperiosa necesidad de renovar los métodos y sistemas de enseñanza, en innovar en los modos de desarrollar los procesos de aprendizaje y en muchas de las orientaciones que promueven iniciativas como ésas. Como en toda innovación, es preciso, además, aventurarse a asumir riesgos para explorar nuevos modelos.

Pero creo también que hay algo de moda, bastante de exceso (si no se incorporan los debidos matices) y mucho de “verdad a medias”, en el modo en que, en ocasiones, se presentan y difunden esas iniciativas bajo llamativos titulares o simplistas lemas. Un ejemplo de todo ello nos lo ofrece una reciente entrevista en el diario El País a George Kembel, promotor del proyecto de la d.school en la Universidad de Stanford. Por un lado, es indudable que se trata de un muy interesante e innovador proyecto que merece todo la atención. Por otro lado, en la entrevista destacan algunas afirmaciones que me parecen cuando menos arriesgadas si no se matizan convenientemente.

“Se aprende haciendo, no escuchando a un profesor”, es uno de los titulares que expresa una de esas verdades a medias (por lo que excluye más que por lo que afirma), porque me parece que el imprescindible refuerzo de las experiencias prácticas en nada debe menoscabar el papel (sin duda renovado y reformulado) del profesor, siquiera como inspirador, guía y compañero en la aventura del aprendizaje.

“La clave es teorizar menos y actuar más. Basar el aprendizaje en experiencias reales y no en lecciones magistrales” se añade, y con ello se incurre nuevamente en otra verdad que se queda a medias si no se toma en cuenta algo que considero relevante: que la más amplia (y equilibrada) incorporación de experiencias reales de aprendizaje requiere el acompañamiento de unas enseñanzas teóricas que constituyen los fundamentos imprescindibles para una sólida formación de base e incluso para un aprovechamiento pleno de las experiencias prácticas.

Conscientes  de esa necesidad, las universidades han hecho importantes esfuerzos por ofrecer cada vez más sistemas de prácticas a los estudiantes. Pero éstas ni resultan suficientes, ni se organizan adecuadamente, ni alcanzan verdaderamente los objetivos a los que debieran responder, porque no se trata sólo de complementar la formación teórica con alguna experiencia práctica sino de imbricar ambas en el propio proceso de aprendizaje. Por eso me atrevo a proponer una serena reflexión para avanzar hacia lo que se cabría imaginar como una especie de “Universidad Dual” (al modo de la FP Dual).

Además de verdades a medias, me parece que hay también el riesgo de caer en algunos excesos, como el que nos ofrece uno de los enlaces sugeridos en la entrevista: “Si facturas 15.000 euros, apruebas”, en un proyecto  formativo que se declara orientado a “dedicar a los estudiantes a crear una empresa y generar ingresos desde el primer día”.

Tengo la convicción de que uno de los aspectos más decisivos para la renovación de los sistemas de aprendizaje radica en el ensayo de fórmulas innovadoras para generar cauces adecuados de estímulo a la creatividad, al emprendimiento y a las iniciativas de los estudiantes, porque los sistemas actuales no cuentan con canales apropiados para aprovechar y apoyar talentos e ideas que, muchas veces, acaban desarrollándose fuera del ámbito universitario.

Pero también aquí habrá que poner medida y cuidado para que, bajo una apariencia aséptica, moderna, innovadora, se encubra la formación exclusivamente en un tipo de valores y un modo parcial y sesgado de contemplar el proceso formativo en el que se confunde enseñanza con educación.  Para evitar el riesgo de promover programas formativos que incorporen más conocimiento pero menos educación, y en los que ésta se conciba como producto y no como proceso, no como conocimiento útil para toda la vida sino de “usar y tirar”, con enseñanzas que tienen fecha de vencimiento y en las que, a veces, lo que sirve para hoy ya no servirá para mañana, precisamente por la falta de los fundamentos de una sólida educación.

No me cabe duda, en fin, de que se aprende haciendo; de la necesidad de acercarse a los nuevos tipos de estudiantes de hoy día, a los lenguajes, códigos y soportes que manejan; del reto ineludible de fomentar su creatividad y emprendimiento y de aprovechar sus potencialidades; y de la inaplazable necesidad de impulsar nuevas iniciativas y modelos formativos. Tan solo trato de prevenir de algunos riesgos, excesos y verdades a medias que, en última instancia, son las que marcan la distancia que separa la apariencia de la sustancia, los formatos abiertos de los formatos vacíos, la retórica hueca de la densidad necesaria para generar nuevos ecosistemas y espacios de verdadera innovación.

Quizá porque nos ocupamos mucho de formar profesionales (algo que debemos hacer) y menos de formar personas (algo que no debemos abandonar), es por lo que en el proceso de renovación de los sistemas formativos nunca debiéramos olvidar una palabra, educación, que no es almacenamiento sino procesado, que no quiere decir absorber información sino generar estructuras de comprensión y que procura modos de pensar, de concebir, de situarse y de disponer de referencias intelectuales. 

 

¿Y tú qué opinas?