A vueltas con la reforma de la Selectividad
Vaya por delante mi convicción de que debemos ser muy prudentes a la hora de valorar las reformas educativas, máxime si no conocemos -como es mi caso- los detalles y pormenores de la propuesta ministerial, más allá de unos artículos de prensa, un par de noticias en los medidos de comunicación o las propias declaraciones de la ministra en el anuncio de la reforma.
Es necesario disponer de un documento oficial (anunciado para este mes de septiembre y el cual se estudiará con más detalle en este blog cuando sea público) y del tiempo suficiente para analizarlo con cierto detenimiento. Bien es verdad, que en los últimos meses hemos conocido algún que otro borrador que ofrecía pistas relevantes sobre las intenciones del equipo ministerial.
El cambio: una necesidad del sistema
Lo que sí puede asegurarse con una sólida certeza es la conveniencia, yo diría exigencia, de cambiar el actual modelo.
Tres razones sustentan esta afirmación. Por un lado, el propio deterioro del modelo que ha acabado por hacer de la selectividad y las pruebas EBAU una simple herramienta de asignación de las plazas universitarias de las distintas titulaciones, lejos de evaluar cualquier grado de madurez académica de nuestros estudiantes.
Por otro, hay que ser conscientes que, aunque con retoques de distinto calado, el modelo tiene más de cuarenta años y durante este tiempo las sociedades, en general, las universidades, y, en particular, el perfil de nuestros estudiantes, las maneras de enseñar y las formas de aprender, han sufrido profundos cambios que hacen aconsejable la adaptación a los nuevos tiempos. Así lo han entendido numerosos países de nuestro entorno que han reformado el acceso a la educación superior en estos últimos años, caso de Reino Unido (2018), Italia (2019) o Francia (2021).
Finalmente, quizá la razón de mayor peso, se sustancia en la propia congruencia pedagógica del sistema, dado que si desde 2006, con la LOE, nuestro sistema educativo en todos sus niveles ha adoptado -con mayor o menor criterio pedagógico, ese es otro debate- el enfoque competencial, incluso en las titulaciones universitarias desde la Reforma del Proceso de Bolonia, parece razonable que ese mismo enfoque competencial presida las pruebas de acceso al nivel superior del sistema educativo.
Si nuestro sistema educativo en todos sus niveles ha optado por el enfoque competencial, parece razonable que ese mismo enfoque presida la pruebas de acceso al nivel superior del sistema educativo.
No es solo evaluar, sino cómo evaluar y qué ofrece esa evaluación
Conviene no olvidar que, en el ideario pedagógico, no existe un modelo de evaluación bueno ni malo, per-se, sino una evaluación pertinente o no pertinente (aun cuando también las hay impertinentes), en función del grado de coherencia que mantiene con el resto de elementos del desarrollo curricular que intervienen en los procesos de enseñanza-aprendizaje. Lo verdaderamente importante, por tanto, es que haya un elemento vertebrador: que las maneras de enseñar estén acordes con los estilos de aprendizaje que se propongan y que la evaluación responda a esas mismas formas de desarrollar los principios pedagógicos.
¿Cómo articular el modelo o enfoque por competencias en una prueba evaluatoria que no solo ofrezca información sobre el nivel de competencias de nuestros estudiantes, sino que sirva para orientarles en la elección de la carrera universitaria donde, a priori, tenga mayores posibilidades de éxito académico?
Este es el debate, un debate fundamentalmente técnico, que no de política partidista, cuya apertura en la sociedad, en general, y, especialmente, en la comunidad educativa, solicitamos al Ministerio del ramo. Porque hay otra certeza muy repetida en el ámbito pedagógico: una reforma en educativa no la hace el BOE, la hace la comunidad educativa, los estudiantes y, de manera fundamental, el profesorado.
Para reflexionar
Es en el seno de este debate en el que debemos plantearnos que perfil de universitario queremos para el futuro inmediato. Para ello hay que preguntarse qué instrumentos son los adecuados para pasar de un modelo memorístico a un enfoque de aprendizaje competencial. Revisar si tenemos demasiados exámenes por materias en esa prueba de acceso y si los países de nuestro entorno tienen menos (2 Francia y una prueba oral de especialidad, 2 Italia junto a una entrevista de madurez, 3/4 el Reino Unido dependiendo de la especialidad a la que se quiera acceder, 4/5 Portugal y Grecia, etc.).
También si es conveniente esa prueba general de madurez académica como instrumento para medir el grado de razonamiento competencial de nuestros estudiantes o si es positivo o no un periodo de transición hasta el 2026 para la implantación definitiva de la reforma. Conviene plantearse si es necesario hacer un esfuerzo de homogeneización para tener -al menos- un marco común pactado con todas las Comunidades Autónomas o si se buscan canales de aproximación entre culturas hoy día alejadas como son las del bachillerato y los modos y formas de la universidad.
Ganar el futuro de la educación pasa por articular este debate con seriedad crítica y con participación reflexiva. De todas y todos depende, también de ti, amable lector.
¿Para qué se necesita una prueba tras finalizar el bachillerato?, ¿es que no nos fiamos del profesorado de bachillerato? La actual prueba, con su porcentaje de aprobados en torno al 90% desmiente que la formación del bachillerato no sea adecuada, ¿entonces? Necesitamos una prueba para ordenar la entrada en la universidad, ya que fijamos, para cada grado, el número máximo de estudiantes que pueden acceder. Este límite es necesario porque nuestros centros no tienen la capacidad de absorber a todos los estudiantes que han finalizado el bachillerato o el ciclo superior de la formación profesional. La consecuencia es la visión general en la sociedad de que cada estudiante se juega su futuro, sobre todo en grados muy vocacionales como medicina, a una sola carta u por unas pocas décimas, lo que genera no poco estrés social (y mediático). Yo propondría pensar en la opción de suprimir la prueba, permitir que cada cual empiece la carrera que quiera . . . y no permitirle pasar a segundo hasta que no supere todo primero en un máximo de dos cursos. Eso eliminaría el estrés que conllevaría cualquier prueba y daría a cada estudiante dos cursos para demostrar que, de verdad, está preparado para afrontar el grado elegido.
En respuesta al comentario previo, hay varios problemas importantes si se suprime el examen de acceso. Sin el control externo, muchos colegios e instituciones de educación secundaria tendrían todos los incentivos del mundo a satisfacer a sus clientes al máximo, adjudicándoles las máximas calificaciones con el mínimo esfuerzo. Especialmente en los que funcionan como empresas privadas. Esto pondría en desventaja a las instituciones más exigentes, que se verían forzadas a aproximarse a las otras. Simplemente, no habría exigencia, excelencia o calidad, porque a fin de cuentas no habría forma de demostrarla, y para que se va uno a esforzar tanto si no hay consecuencias claras. A medio plazo el nivel de formación bajaría en todo el sistema. Las universidades recibirían toneladas de solicitudes similares, que serían incapaces de seleccionar de forma objetiva, y posiblemente tendrían que usar una lotería. El rendimiento durante los primeros cursos universitarios sería bajo, parte sería expulsada, parte se absorbería bajando el nivel universitario, y en el proceso se despilfarraría una gran cantidad de recursos.
Los sistemas meritocráticos no son perfectos, no siempre seleccionan a alguien mucho mejor que el siguiente candidato de la lista, y también tienen sus costes. Los seleccionados pueden beneficiarse de fuerzas sociales que reducen la equidad. Pero tienen la gran ventaja de que los seleccionados tienen una mayor excelencia en el campo examinado, y esto mejora la calidad general del sistema, con respecto a los atributos evaluados en el examen. Se puede debatir sobre qué atributos evaluar, pero no sobre la necesidad de aplicar el filtro.
La otra gran ventaja, es que es un proceso rápido. Se termina el bachillerato, y en unas semanas el tema está resuelto sin mayor daño al estudiante, que en caso de no obtener la evaluacion requerida puede dedicarse a otra cosa, como optar por formación profesional (enormemente relevante para la economía Española, o si lo desea puede tratar de mejorar sus conocimientos e intentarlo de nuevo el curso siguiente.