A vueltas con la sobrecualificación de los universitarios

El Curso de Verano de la Universidad Complutense de Madrid, organizado por la CRUE en julio de 2015 sobre El reto de la empleabilidad de los titulados universitarios, tuvo como ponente principal a Francisco Pérez, director del IVIE. En su presentación, El empleo de los titulados universitarios en España, hizo un riguroso ejercicio de conceptualización, basado en evidencias. En gran parte, el debate que siguió a su exposición se centró en dos cuestiones: ¿existe la sobrecualificación? ¿refleja algo negativo?

El ponente aportó unos datos incuestionables, como puede apreciarse en el gráfico, que reflejan un nivel actual de sobrecualificación del 23% entre los ocupados universitarios, y del 35% entre los que tienen titulación de tercer grado (lo cual incluye los CFGS).

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El problema que se plantea es en qué medida un universitario está sobrecualificado para una determinada ocupación no pensando solo en su título, sino teniendo en cuenta su nivel real de conocimientos.  Según el Programa para la Evaluación Internacional de las Competencias de los Adultos (PIAAC, de 2012) realizado por la OCDE, escasean los universitarios con un nivel alto de competencias (véase el gráfico más abajo), lo que implicaría no considerarlos como sobrecualificados pues, a pesar del título, no contarían con las competencias adecuadas para acceder a puestos de trabajo de alta cualificación.

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Según el ponente, una parte importante de la sobrecualificación sería nominal: uno de cada dos jóvenes universitarios empleados en ocupaciones que no requieren formación superior tiene un nivel de competencias inferior al que se esperaría de sus estudios.

El debate abundó en la complejidad de las causas del problema, haciendo mención al desempleo juvenil entre los universitarios (un 13,4% en 2015). Si a este dato añadimos el número de profesionales con una adecuada preparación de base, pero incapaces de un desarrollo profesional acorde con su titulación debido a las limitaciones de nuestro sistema productivo, llegamos a la conclusión de que un colectivo muy considerable deja de desempeñar una actividad profesional que le permita mejorar paulatinamente sus  competencias. El propio trabajo, con los retos a los que uno se enfrenta, tiene una enorme fuerza formativa de la que se verían privados los universitarios que no pueden acceder a puestos más acordes con su titulación.

Se produce un círculo vicioso en el que la falta de demanda más cualificada dificulta la formación en la empresa y, así, la adquisición de competencias profesionales adecuadas, redundando en la percepción de que hay muchos titulados con bajo nivel educativo.

Romper ese círculo negativo exige una acción compartida en la que la oferta universitaria de calidad,  acorde con las necesidades básicas del sistema productivo, se encuentre con una demanda del sector productivo que la estimule y sea capaz de completar y desarrollar la competencia profesional de los estudiantes.

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*Miguel Ángel Sancho para univerdad.

 

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