El Covid19: una oportunidad para optimizar los procesos de aprendizaje

La actual crisis sanitaria ha obligado a las autoridades académicas a suspender la docencia presencial en las universidades y a celebrar los exámenes finales de manera online. Por otra parte, ya es más que probable que al menos el primer semestre del próximo curso lo vivamos en régimen de docencia semipresencial, con pocas clases, en un aula con pocos alumnos en cada sesión y con mucha virtualidad.

Nadie había previsto un cambio tan repentino y, ciertamente, las universidades presenciales, que son la mayoría, ante la imprevisibilidad de la situación, no estaban realmente preparadas. Sin embargo, se han adoptado ciertas medidas. Y el sistema, a la espera del desenlace final con los exámenes de junio y julio, no se ha colapsado.

Se han activado con carácter de urgencia muchos recursos de tecnología docente. No es que sean recursos especialmente sofisticados, pero no eran masivamente utilizados en la docencia presencial. Ahora se imparten clases on line, sincrónicas y asincrónicas. Los docentes producen vídeos y audios para los estudiantes y se obtiene mucho más rendimiento de los recursos de plataformas como Moodle. Las actividades de evaluación han adquirido un formato y un contenido diferentes. Las videoconferencias con estudiantes, entre profesores y para la gestión ordinaria son nuestro pan de cada día. Y un largo etcétera.

Situación favorecedora del aprendizaje autónomo

Se está observando, y habrá que hacer una investigación empírica sobre docencia, que más presencialidad no implica necesariamente mejor formación. Y que esta situación, paradójicamente, está favoreciendo el aprendizaje autónomo de los estudiantes –o de una parte de ellos–, que es uno de factores que incide en el aprendizaje profundo.

Aún es prematuro valorar el impacto de esta crisis en el futuro de la docencia universitaria. Pero no hay duda de que se trata de una crisis y que nos hallamos en un punto de inflexión. Muchos hemos aprendido que, en nuestro sistema universitario, en general los grandes cambios sólo pueden implantarse en momentos de crisis o de ruptura, como sucedió con el proceso de Bolonia y el EEES.

Por circunstancias diversas, ahora, inesperadamente, también estamos en un momento susceptible de incorporar mejoras estructurales importantes. No muchas, pero si algunas muy significativas.

Uno de los temas que quedó pendiente de resolver después de Bolonia es el de la planificación docente en el nivel más cercano al estudiante. Se elaboraron nuevos planes de estudio y se cosieron, con más o menos habilidad, objetivos de aprendizaje, habilidades, competencias, nuevas metodologías y nuevos sistemas de evaluación. Pero, como se ha dicho, se cosieron. Y ahora las costuras se tensan. Ya hace un tiempo que apreciamos que estos elementos no estaban totalmente injertados o articulados.

Alineación constructiva

Los pedagogos, al menos aquellos con una vocación más práctica o aplicada, como John Biggs, o Elena Cano y Artur Parcerisa entre los nuestros, nos han enseñado que una de las claves de un buen aprendizaje es la conocida como alineación constructiva. Es tan aparentemente sencillo como alinear los objetivos de aprendizaje –o sea, las intenciones o lo que realmente queremos conseguir–, la metodología y los recursos –como lo haremos y con qué– y la evaluación, que debe ser coherente con lo que pretendíamos y con los recursos que hemos ofrecido a los estudiantes. Si uno de estos tres elementos no está alineado con los otros, los resultados de aprendizaje ya no serán los óptimos.

Sin presencialidad hemos tenido que rehacer algunas piezas de este engranaje tan sensible. Concretamente, la metodología y los recursos. Trajinar con uno de los ingredientes puede alterar fatalmente aquella alineación mágica. Sin querer, podríamos decir, hemos tenido que reprogramar nuestra docencia.

Planificar, por tanto, es reflexionar y alinear el ciclo entero. Pero también consiste en prever, proyectar y visionar todos los pasos que seguiremos. Y es, finalmente, si, también, hacerlo público y comunicarlo a los estudiantes para adquirir un compromiso.

La asignatura pendiente de la buena planificación docente

La planificación de la docencia en este nivel, que es la más cercana al estudiante, es uno de los eslabones más débiles hoy. Algunos profesores se han instalado en su particular ecosistema docente y, a su manera, siguen adelante. Rechazan la planificación como la hemos definido, aunque sea la suya propia, pues les obliga y creen que les merma libertad. Por eso hay tantos planes docentes y tantas guías docentes que juegan demasiado con la ambigüedad y que acaban concretando poco porque son documentos entendidos como meramente burocráticos.

Las universidades y los centros deberían poner serio remedio para garantizar que esta planificación se diseñe y efectivamente se ejecute en todos los casos. Deberíamos aprovechar esta inesperada coyuntura para reflexionar y actuar sobre cómo mejorar la docencia, como incorporar nuevos recursos e implantar instrumentos de planificación docente de calidad. Tanto si se da en un entorno presencial, semipresencial o virtual, la planificación de la docencia y su vinculación con los objetivos de la respectiva titulación son un elemento clave de la calidad de nuestro sistema universitario.

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