Immanuel Kant: conocimiento, ética y universidad
Immanuel Kant, sin duda uno de los filósofos más influyentes de la historia, nació en 1724 en Königsberg, capital de Prusia Oriental, ciudad donde vivió toda su vida hasta su muerte en 1804. En 2024 se cumple, por tanto, el 300º aniversario de su nacimiento.
Kant resume el planteamiento fundamental de su filosofía – ¿Qué es el hombre? – en forma de tres famosas preguntas:
Todos los intereses de mi razón (tanto los especulativos como los prácticos) se resumen en las tres siguientes cuestiones: ¿Qué puedo saber? ¿Qué debo hacer? ¿Qué puedo esperar?
Sapere aude: la importancia del conocer
Ahora bien, ¿por qué es importante el conocer? Si el conocer no nos influyera, poco importaría conocer una cosa u otra, o la contraria. El conocer es importante porque influye en nuestro actuar: actuamos de una forma u otra en función de lo que conocemos.
Pongamos que quiero llegar desde mi casa en Königsberg hasta la catedral de la ciudad. Conocer el mapa de mi ciudad me ayudará a escoger el camino más corto… suponiendo, claro está, que lo que quiero es escoger el camino más corto. Porque muy bien podría querer pasar por ese parque tan bonito, aunque sea dando un rodeo; o por el mercado para comprar zanahorias para la comida; o por esa plaza donde dicen que hay gente que me observa al pasar para poner sus relojes en hora.
Así, el conocimiento influye en mi acción – ¿Qué debo hacer? –, pero de dos formas diferentes:
- Astucia – imperativo condicional: dado un objetivo que me he propuesto, un fin, cuál es el medio más eficaz para lograrlo. (Si quiero llegar a la catedral, ¿por dónde debo ir?)
- Ética – imperativo categórico: ¿qué objetivo debería proponerme, para hoy, para mañana, para toda mi vida? (¿A dónde quiero ir, qué quiero llegar a ser?)
El imperativo condicional depende claramente de mi conocimiento de cómo funciona el mundo, conocimiento que me dan las ciencias empíricas. Así, aunque no tenga certeza plena – nunca la tendré – puedo estar razonablemente seguro de que el trazado de las calles no ha cambiado durante la noche: el mapa que conocía ayer sigue siendo válido hoy. En el universo se observan regularidades, y el conocimiento científico de las mismas me facilita la vida, nos facilita la vida a todos. Por eso hay que enseñar las ciencias en las universidades y escuelas, y esforzarse por divulgar el conocimiento científico de todas las formas posibles.
El conocimiento moral y el imperativo categórico en Kant
No obstante, el conocimiento científico no puede responder a la parte más importante y radical de la pregunta, ¿qué debo hacer? No puede responder al imperativo categórico. Este no se conoce de modo científico, observando las regularidades en el universo. El imperativo categórico no es empírico.
¿Cómo se conoce, pues, el imperativo categórico? Pues ahí está el problema, que, propiamente hablando según Kant, el imperativo categórico no se conoce, sino que se postula. Descartada la posibilidad de conocer de modo científico lo que debo hacer (no por mera conveniencia pragmática, sino porque es verdaderamente lo bueno para mí), solo queda alguna posibilidad de conocerlo de modo metacientífico. O sea, metafísico.
Pero, claro, en Kant la metafísica no es verdadero conocimiento: no es posible conocer aquello que realiza en plenitud la vida humana. El sugerente ideal kantiano «Sapere aude!» (¡atrévete a saber!), no logra aquí su objetivo. Camino cerrado, por mucho que Kant manifieste su admiración tanto por la ley moral como por el conocimiento científico:
Dos cosas llenan mi ánimo de creciente admiración y respeto a medida que pienso y profundizo en ellas: el cielo estrellado sobre mí y la ley moral dentro de mí.
Kant proporciona varias formulaciones del imperativo categórico. La más conocida es la llamada “fórmula de la ley universal”:
Obra sólo según aquella máxima por la cual puedas querer que al mismo tiempo se convierta en ley universal.
Lo verdaderamente moral para Kant
Como era de esperar, para Kant lo verdaderamente moral es la obediencia a imperativos no condicionados, el obrar “porque está bien”, no “porque espero un beneficio”. Personalmente, juzgo esta aportación muy positiva y acertada. Considero en cambio que la primera formulación kantiana del imperativo categórico es una reducción esterilizante de “lo bueno” a “lo universal” (que es una propiedad lógica, no ética). Si lo bueno no se reconoce por sí mismo, tampoco se puede reconocer porque sea lógico o universalizable, ni porque sea útil o conveniente, ni por ninguna otra razón.
Estar dispuesto a reconocer, no postular, lo bueno en tanto que bueno, es tanto como estar dispuesto a reconocer que hay algo por encima de mí mismo, algo a lo que me someto voluntariamente, algo que no es equivocado decir que es digno de veneración, y que en la tercera formulación del imperativo categórico sí queda mejor expresado:
Obra de tal modo que trates a la humanidad, tanto en tu persona como en la persona de cualquier otro, siempre al mismo tiempo como fin y nunca simplemente como medio.
No solamente someto mi conocimiento a las regularidades de la naturaleza, una naturaleza que no he inventado yo. También someto mi voluntad a un bien que no es creación mía, que no invento sino descubro; un bien que re-conozco, especialmente en el rostro del otro.
¿Tiene la universidad una misión ética en la sociedad?
Pocos dudan hoy día que la universidad tiene un rol principal en la transmisión (y ampliación) del conocimiento, especialmente referido a los conocimientos empíricos y aplicables al progreso material de la sociedad. Es decir, los estudios STEM (Science, Technology, Engineering, Mathematics).
Dicho de otra manera: razón instrumental, puesta al servicio de unos fines… que no pueden ser conocidos, sino solo postulados. Razón al servicio de lo que queremos. Y lo que queremos es… lo que queremos, lo que nos da la gana, sea como individuos o como comunidad humana. Un círculo del que parece que no hay escapatoria: lo que queremos no tiene por qué someterse a nada que esté más allá de… lo que queremos.
El papel de los estudios humanísticos
De esta manera, los estudios humanísticos en la universidad, en la medida en que pretenden transmitir y ampliar “conocimiento”, se han transformado en estudios también empíricos (o tecnológicos): se estudian los “hechos”, los hechos de la historia, los hechos de las corrientes de pensamiento (o las formas de modificar el comportamiento humano). En particular, la ética enseñada en la universidad no se atreve a ser otra cosa que una visita al museo de los bastante numerosos sistemas de pensamiento ético que ha habido; o, peor aún, mera “costumbrología”, recorrido descriptivo por las costumbres reinantes (reinantes sin pretensión alguna de racionalidad) en todo tipo de sociedades de las que podamos tener conocimiento.
Algo más valientes son los que se arriesgan a proponer verdaderos deberes éticos, deberes de comportamiento; verdaderos bienes que apelan a nuestra conciencia, que nos piden actuar. No obstante, las más de las veces estos deberes están sustentados en principios dogmáticos (es decir, sobre los que no cabe razonar, dialogar, dejarse convencer). Aun así, al menos hay que reconocerles el mérito de desafiar los límites de una razón puramente empírica o instrumental.
La racionalidad ética
Para muchos, la universidad es el “templo de la razón”. Entonces, ¿cómo vamos a enseñar ética en la universidad –verdadera ética, no mero retablo de curiosidades– cuando la sociedad es mayoritariamente escéptica respecto a la racionalidad de la ética? En todo caso, pienso que ser “neutro” es un error, porque consolida el escepticismo. Hay que tomar partido, aún a riesgo de equivocarse. No hace falta estar completamente seguro de estar en posesión de la verdad –como no lo estamos en ninguna disciplina universitaria–, porque la conquista de la verdad es una tarea colectiva, y nunca terminada. En mi opinión, proponer ideales morales y tratar de razonarlos, de presentarlos como cognoscibles y no como meros acuerdos sociales, es mucho mejor que refugiarse en un menos comprometido rol de guía de museo.
La universidad debería “pringarse”, declararse territorio no neutral, y no conformarse con transmitir sólo conocimientos puramente instrumentales. Es mejor hablar y equivocarse, que callar y consolidar la idea de que la ética no es una verdadera tarea de la universidad. Termino con unas palabras de John Stuart Mill sobre las opiniones silenciadas:
Pero lo que hay de particularmente malo en imponer silencio a la expresión de opiniones estriba en que supone un robo a la especie humana, a la posteridad y a la generación presente, a los que se apartan de esta opinión y a los que la sustentan, y quizá más. Si esta opinión es justa se les priva de la oportunidad de dejar el error por la verdad; si es falsa, pierden lo que es un beneficio no menos grande: una percepción más clara y una impresión más viva de la verdad, producida por su choque con el error.
John Stuart Mill, Sobre la libertad, 1859
Totalmente de acuerdo: claro, conciso y concreto. Gracias.
Un saludo afectuoso
Agradecido por el esplendido artículo, y asimismo el homenaje a un icono de la filosofía, Enmanuel Kant. Me será muy útil, para mi exposición sobre «Etica y Derecho Mercantil», en la Facultad de Derecho, Universidad de Barcelona, el próximo 25 de octubre de 2024.
Sugerente artículo que nos aproxima con mucha claridad al conocimiento del bien moral dentro del rigor de la gnoseología kantiana. La Universidad debe retomar esta discusión en todos sus ámbitos disciplinarios y superar el cómodo escepticismo sobre la racionalidad moral.
En la Maestría de Gestión de la Convivencia en la Escuela. Violencia, Derechos Humanos y Cultura de Paz, en UPN, México, trabajamos con varios de estos principios para reconocerse en el mundo y reconocerlo. Tal vez podamos generar algún contacto para alguna charla o conferencia que conecte el braco educativo con ese puerto Kantiano que alienta un ir y venir para transformarse. Atte Dr. Luis Manuel Cuevas Quintero.
Gracias, Luis Manuel, si lo desea puede pedir mi contacto a los editores del portal (o buscarme en la red).