La Universidad en tiempos de turbulencias económicas y políticas

He leído un lúcido artículo del profesor Sosa Wagner en que diagnostica los males de nuestra Universidad poniendo el acento en el sistema clientelar que genera la elección de Rectores y en la perversión de la autonomía universitaria, no pensada para blindar la organización sino para proteger las libertades académicas; no falta su reivindicación de la denostada pero imprescindible ciencia básica, tal y como defendió en su brillante Lección magistral (o sea, se trata de investigar espoleado por la curiosidad científica y no persiguiendo el pragmatismo retributivo), a lo que suma su queja ante el mantra de la palabrería académica “políticamente correcta” (excelencia, competitividad, etc).

Así pues, en este contexto de turbulencia donde todos opinan y todos asestan leña al mono universitario, de forma tan generalizada como injusta, bien está un análisis crítico pero respetuoso con los valores de tantos profesores que tanto aportan.

Hago notar que Sosa arremete contra el modelo de organización y la coartada de la autonomía universitaria, y no contra el estamento docente que sencillamente labora en “casa sin amo”.

Personalmente pienso que es injusto poner en entredicho la Universidad pública por los puntuales errores que pueda cometer (llámese Máster concedidos al “gusto”, o investidura de cátedras por las intrigas, inercias, modas o como se decía en el pasado con la “venta de oficios y gobiernos se hacen deudores eternos“). No debe juzgarse la parte por el todo, ni manchar la categoría por la anécdota, ni sacrificar todo el rebaño por la oveja negra. No.

Y digo injusto porque conozco bien la Universidad pública y hay una masa silenciosa, laboriosa y que desdeña el trasiego de favores, unos que adoran la docencia y otros que viven para investigar. Otra cosa es que creo que la Universidad pública como toda corporación no está libre del Principio de Pareto, ya que el veinte por ciento es quien siembra la buena reputación y productividad universitaria de la que se beneficia el restante ochenta por ciento (pauta que curiosamente puede predicarse igualmente de casi todos los colectivos, periodistas, jueces o médicos, por ejemplo).

Por eso, en mi opinión sobra la creación de mas organismos de control, Consejos, Comités y mas artilugios inútiles, como sobran Planes, Programas, Códigos y similares juegos de papiroflexia. Cada reforma universitaria, y van tres sustanciales desde la Constitución, ha sido el parto de los montes y solo han traído, o bien unas disposiciones transitorias para calmar apetitos personales, o bien un modelo nuevo para que suban al carro de la plaza, de las ayudas, de la investigación, los que bajo el anterior se sentían excluidos. Y como tales normas universitarias son lugar de trenzado de la competencia estatal, autonómica y universitaria, junto a intereses sindicales, el resultado es un ornitorrinco que, por cierto, es un animal peligrosísimo por su veneno.

No es fácil. El alumnado actual en su mayor parte es pasivo, tecnológicamente servil y con actitud hostil hacia lo que significa lecturas extensas o exámenes duros. El profesorado actual está dividido por categorías, destinos y áreas de conocimiento, pero emocionalmente me atrevo a distinguir tres tribus. La de los acomodaticios (se dejan llevar por la corriente, como invitados a fiesta a la que le han regalado las entradas y el ponche es gratis), los desilusionados (su mente brillante e ímpetu científico ha tropezado con barreras burocráticas) y los franciscanos (creen en la bondad de su labor y con generosidad sirven a la “hermana universidad”, al “hermano rector” y a la “hermana ciencia”).Y como no, tampoco faltan los “cortesanos” que en el palacio universitario ocupan cargos académicos, algunos para aportar e irse discretamente, y otros para profesionalizarse en la gestión del circo universitario.

La investigación jamás contó con tantos medios y posibilidades transfronterizas de acceder a fuentes de conocimiento, y es cierto que los tramos de investigación han sido un estímulo positivo, pero paradójicamente jamás se produjo tantísima hojarasca, muy laboriosa y muy ordenada eso sí, e incluso editada en libros que son como sarcófagos egipcios que nadie abrirá y si lo hacen, volverán a cerrarlos por su rancio olor.

Sobre el gobierno universitario y el sistema presidencial dejado en manos del Rector, creo que el pastor puede ser elegido por las ovejas, pero hay que garantizar que aquél no olvide que su misión es producir la lana de la docencia y la leche de la investigación, con productividad y calidad, y no entregarse a colocar cascabeles o rulos o dotarles de establos individuales. Nada fácil, pues esta altura de miras deseable en el Rector de cada universidad, depende de la pasta humana del Rector, de su legitimidad académica, su talla personal y liderazgo, y hay de todo en las viñas universitarias.

Por ello, contamos con una Universidad de enorme potencial, con una masa científica fabulosa, pero manifiestamente mejorable, por lo que procede un debate claro y abierto. Por ello recomiendo vivamente la lectura del artículo del profesor Sosa Wagner de quien cuenta con ciencia, experiencia, valentía y lógica.

Me limito a exponer el certero pronóstico final de Sosa, sencillo pero elocuente de lo que nos espera en los nuevos tiempos:

«Estimo, por el contrario, que, desde fuera, se irán imponiendo los cambios que han de mudar el paño universitario y, en tal sentido, el Espacio europeo de la enseñanza y el de la Investigación –ya a nivel mundial– serán determinantes para concebir nuevos modos, nuevos comportamientos. ¿Cómo no va a cambiar su trabajo el profesor cuando advierta que los alumnos pueden elegir entre acudir a su clase o a la de otro que se encuentra a miles de kilómetros? ¿Cómo no va a cambiar el alumno cuando se percate de la dificultad que entraña conocer un oficio en un mundo sin fronteras? ¿No se darán cuenta de que es mejor apretar los codos en las bibliotecas y laboratorios que entregarse a la rutina, a los aprobados por compensación o a la zafiedad de los botellones?»

Pero añado un lamento final. En tiempos de bonanza económica se confía en que la Universidad multiplicará los panes y peces de su labor investigadora, y que sabrá rentabilizar su servicio a la empresa y tecnología, y por eso, las administraciones estatal y autonómica se limitan a dejarla disfrutar de su autonomía pero sin incrementar la subvención nominativa y regateando inversiones. Al fin y al cabo, ¿si tan pujante es la Universidad, y tantos valores intelectuales atesora, cómo no va a aprovechar las sinergias del progreso económico?.

Paradójicamente en tiempos de crisis económica las administraciones territoriales, Estatal y autonómica, cuentan con la coartada para aplicar la tijera y paralizar incentivos económicos a la Universidad pues ¿como no va a ser prioritaria la sanidad, la educación primaria y la justicia?, ¿acaso la universidad no es una institución secular como los robles que aguantan todo?.

Por si fuera poco, la inestabilidad política y los cambios de gobierno tampoco sitúan a la Universidad en línea de prioridades sino que mas vale no tocar semejante avispero.

Al final resulta que la Universidad pública tiene autonomía para administrar su propia escasez, como un hidalgo medieval cuya nobleza de sangre le hacía digno de respeto y con privilegios pero sin tener asegurada la pitanza cotidiana.

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Comentarios
  1. Alfonso Fernández dice: 15/06/2018 a las 18:01

    Hubo un tiempo en que esa autonomía no se empleó para administrar la escasez, más bien para dilapidar dineros que tendrían que haber tenido otros fines, demasiados corralitos. No tengamos miedo en llamarlo corrupción. De aquellos barros estos lodos. Yo también sé de lo que hablo

  2. Dora Granados dice: 16/06/2018 a las 14:40

    «¿Es posible que me de la referencia del artículo de Sosa Wagner?
    Los males de la Universidad Española son semejantes a los de la mexicana.
    Urgen cambio.

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