De la crisis a la oportunidad, una visión europeísta desde las universidades
La motivación principal de todo profesor recae en la voluntad de que el otro aprenda, corroborar que los alumnos están asumiendo como propios los objetivos de aprendizaje que nos hemos marcado.
En el ámbito universitario tecnológico, concretamente en la formación en ingenierías, esta motivación tiene una componente profesionalizadora. Estamos generando el talento que habrá de liderar el crecimiento tecnológico, y por tanto económico y social, de nuestro entorno, y debemos asegurar a los mejores profesionales para desarrollarlo.
Venimos de sobrevivir una pandemia que ha confinado a prácticamente toda la población europea en sus viviendas. Ello ha modificado de forma abrupta la manera de organizar escuelas, institutos, y universidades. Sí, el COVID -19 sigue modificando el contexto educativo de una de las formas más urgentes y drásticas que habíamos visto.
Y puesto que el contexto determina de forma esencial la forma de ejercer el proceso de enseñanza- aprendizaje. A veces puede hacerlo en positivo y otras en negativo, pero en todos los casos, la responsabilidad del profesor es adaptarse a dicho contexto para que sea lo máximo de favorecedor o lo mínimo de penalizador para el crecimiento intelectual y profesional de nuestro alumnado.
La adaptación como requisito
Parece claro que un buen profesor ha de ser flexible al entorno para adaptarse al mismo de la mejor manera. Y desde una óptica más amplia, también parece claro que Europa y su vocación de liderazgo mundial en conocimiento, debe de flexibilizar su política universitaria para poner los condicionantes mejores en este sentido. Los cambios sociales y del entorno laboral son elementos que están modificando los currículos y así, los objetivos de aprendizaje, de forma acelerada.
Hay qué reenfocar no sólo el cómo, sino sobre todo el qué.
Puede que hacer un llamamiento a adaptarnos a las necesidades del mercado sea un hito no especialmente deseable entre algunos segmentos directivos de las universidades. Sin embargo, es del todo compartido que las nuevas necesidades sociales han de, necesariamente, ser tenidas en consideración. Puesto que, en la mejora de la sociedad y en su progreso, el talento de los titulados es una aportación sumamente clave, nadie duda de la importancia de la formación superior y le reconoce ser un derecho y un deber de todo Estado para con su ciudadanía.
De igual forma que en los presupuestos nacionales han de existir las suficientes partidas de inversión para poder sostener y mejorar el sistema educativo. Europa ha de generar a su vez, las condiciones económicas para lograr mantener y empujar a un sistema universitario, que siga cumpliendo los estándares de calidad. Éstos estándares deben permitirnos acceder a las mejores acreditaciones institucionales, nacionales e internacionales, así como demostrar el cumplimiento de los objetivos de competitividad requeridos en el tejido económico de la Unión.
Estrategias en cooperación
Este planteamiento destaca la cooperación transnacional, con las más de 40 alianzas universitarias, que suman unas 284 instituciones, que estamos creando con una vocación “bottom up”, y que van tomando forma mientras exigen nuevas formas de gobernanza y organización.
Con una idea clara de generar un área educativa verdaderamente común, que trabaje por una economía sostenible, resiliente, inclusiva y más digital.
Y que permita dar mejores oportunidades de empleo a través de generar una ciudadanía europea mejor formada, especialmente en el ámbito de la tecnología.
Parece, pues, que las líneas estratégicas están definidas, y que desde la universidad europea deberemos avanzar con paso firme hacia esta cooperación que nos permita ser verdaderos motores del liderazgo global de Europa.
Estamos llamados como profesores y gestores universitarios a asumir este reto. Para ello habrá que trasladarlo en las dinámicas estratégicas de las diferentes instituciones educativas, que deberán recibir los recursos y los apoyos suficientes, si queremos ser parte sumatoria a esta estrategia. En el deseo que, de esta crisis global, surja una oportunidad de recuperación que permita reforzar el papel de la universidad europea.
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