Cinco tópicos sobre innovación docente

La docencia importa. Pero más allá de inflados discursos, lo que parece es que ha quedado un tanto minusvalorada y relegada a un segundo plano en el esquema de las prioridades universitarias. Por un lado, el profesorado se encuentra atrapado en un esquema de incentivos en que las recompensas académicas se obtienen principalmente en el terreno de la investigación y al que se le ofrecen mayores estímulos para la dedicación a la producción de “papers” que a la formación de estudiantes.

Por otro lado, arrastradas por las necesidades de un “resultadismo métrico” (que ha introducido más exigencia y competencia, pero que provoca también algunos daños), parece como si las propias instituciones universitarias hubiesen optado igualmente por relegar el papel de una docencia que, significativamente, distingue a las Escuelas de Negocios que tantas veces se invocan al mirar hacia arriba en los rankings.

Dejémoslo claro desde el principio: no trato de contraponer docencia e investigación, ni albergo ningún desatinado propósito de reducir el papel de esta última. Pero me parece imprescindible reivindicar una dignificación y mayor atención al ámbito de la docencia.

Entre todo el amplio abanico de medidas orientadas a esa finalidad, hay dos que me parecen principales. En primer lugar, las medidas de apoyo, estímulo y motivación a un profesorado que parece el eslabón débil de la cadena sobre el que recaen las exigencias de un proceso (cada vez más exigente, complejo y burocratizado) sin resortes ni ayudas suficientes, asumiendo “solos ante el peligro” el sobreesfuerzo y las responsabilidades que el sistema no es capaz de proporcionar ni de resolver. Y en segundo lugar, la adopción de medidas para resolver la tarea pendiente de disponer de mecanismos apropiados para evaluar adecuada y rigurosamente el desempeño y los resultados de la labor docente, que no se consigue, desde luego, por la mera acumulación lineal de años de ejercicio ni por los instrumentos actualmente disponibles.

Que la docencia universitaria requiere, además de su dignificación, una profunda renovación para adaptarse a nuevas exigencias y contextos, es algo que está fuera de discusión.

Pero hay también mucho de tópico en la abundante literatura (y alguna palabrería) dedicada al tema. Me referiré en particular a cinco de esos tópicos que me parece que merecen alguna reflexión.

  1. Los estudiantes en el centro. Es éste uno de los principios más retóricos y repetidos pero quizá menos aplicados en la práctica, porque convive con una gran despreocupación por conocer verdaderamente el modo en que han cambiado los receptores de nuestra formación, por tratar de responder a sus renovadas expectativas y por atender no solo a una gama de alumnos más plural y heterogénea sino a una tipología de estudiantes nuevos y distintos en sus aptitudes, perfiles, habilidades y lenguajes, a los que tenemos que hacer un renovado esfuerzo por acercarnos y acertar a responder.
  2. Los profesores ¿importan?. Hay alguna tendencia en la innovación educativa que se vincula a iniciativas en que parece diluirse (a veces casi hasta la nada) el papel del profesor. Como si un buen docente no fuese un elemento absolutamente diferencial en el proceso de enseñanza (o en la propia competencia entre universidades), y hubiese desaparecido por completo ese elemento esencial que consiste en el contacto y la relación estrecha con un profesor, que no siempre se puede replicar en cualquier tipo de soporte.
  3. Contra las clases magistrales. El fin de la docencia tradicional se acompaña con frecuencia de una forma tópica orientada a erradicar la “clase magistral”. Desde luego que la renovación conlleva el fin de un tipo de clases tradicionales (no precisamente magistrales), pero eso dista de la sentencia extrema de condenar a las verdaderas clases magistrales, como si hubiese de desaparecer el magisterio, como si los maestros ya no importasen, como si ya no hubiese lugar para que el que sabe explique y el que no sabe atienda y, de paso, fuese completamente innecesario que nadie fuese a la universidad.
  4. Saber hacer: el dominio de lo práctico. La orientación a la práctica, y casi a la acción, es otro de los paradigmas de las nuevas orientaciones docentes que tiene tanto de verdad como de exceso. Es cierta la necesidad de incorporar más y mejores enseñanzas prácticas y más experiencias reales de aprendizaje, pero no sin el acompañamiento de unas enseñanzas teóricas que constituyen los fundamentos imprescindibles para una sólida formación.
  5. Las paradojas de la innovación. Hay algunos otros tópicos que llegan a convertirse en paradojas, en el caso de algunas tendencias de innovación educativa. Bajo la apariencia de diversidad, muchas veces lo que se consigue es precisamente lo contrario: una uniformización en el resultado de producir egresados indistinguibles, cuando el sistema lo que verdaderamente aprecia es lo diferente y lo singular.

Con el influjo de una formación útil e instrumental, a veces se conciben enseñanzas muy especializadas desde el principio que encumbran lo especifico e ignoran lo fundamental y se desarrollan programas docentes en que lo especializado desplaza a lo “nuclear”, con desprecio hacia la formación en capacitaciones básicas para saber, pensar y crear.

Y en ocasiones se ignora que el conocimiento ha iniciado un imparable proceso de deslocalización y que, justamente por ello, se acentúa la importancia de lo que no sea pura transmisión de contenidos y pasan a primer plano los elementos que solo puede ofrecer la docencia y los docentes más valiosos, que son los que con estas líneas he pretendido reivindicar.

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Comentarios
  1. Ramón Morillo dice: 19/06/2016 a las 12:02

    Falta un destructivo tópico más: el desprecio de la facultad de la memoria como forma de preservación y asimilación del conocimiento que se transmite


¿Y tú qué opinas?