Confundir el continente con el contenido

Empleamos la expresión que da título a este post cuando, literalmente, confundimos el recipiente con lo que guarda en su interior, como cuando decimos que vamos a tomar una copa, cuando lo que tomaremos será su contenido, pero también cuando confundimos el envoltorio, la apariencia de las cosas, con las cosas en sí mismas. A esta segunda acepción es a la que me refiero en esta entrada. Pero al margen del título y su explicación, vayamos al grano.

Observo con cierta frecuencia en los concursos de acceso a Plazas de Profesor Titular y Catedrático de Universidad en los que he participado como miembro de la Comisión Evaluadora (creo que está mal visto llamarla tribunal), una práctica cada vez más frecuente, que estimo, de seguir así, va a convertirse en una práctica habitual.

Me refiero al hecho de que los concursantes -la gran mayoría con currículos bastante buenos-, desde que se aplica el filtro de la acreditación previa, se presentan a las pruebas de los concursos que varían dependiendo de cada universidad, pero entre las que se incluye siempre una presentación de la trayectoria profesional del candidato. En ese momento, cuando se describen las actividades de investigación, se concede gran importancia a las publicaciones científicas que los candidatos presentan con gran profusión de datos.

Nos indican con precisión su número, qué porcentaje de estas publicaciones se encuentran en uno u otro cuartil de prestigiosos índices, nos ilustran sobre el factor de impacto de las revistas en las que publican. Nos hablan del número de citas, del número de citas en los últimos cinco años, de su índice «h», de otros índices bibliométricos, etc.

De todo ello nos dan cuenta detallada, como si estas cifras sirvieran de justificación en sí mismas de la calidad de su actividad investigadora. Y es cierto que estos indicadores de uso muy extendido en todo el mundo académico miden la popularidad de las revistas entre los científicos y el interés despertado en otros mediante las citas; en definitiva, permiten disponer de unas métricas para la comparación entre científicos del mismo área de conocimiento o para la comparación de áreas muy alejadas a través de los datos aportados por todo este conjunto de indicadores.

Siendo así, los concursantes parecen decir: si mis indicadores son buenos o muy buenos, qué más da a lo que haya dedicado mi actividad científica. La mejor valoración es ésta que les presento y les ofrezco estos datos para facilitar el trabajo a los miembros del tribunal. Lo demás seguramente es irrelevante -parecen pensar los candidatos- ya que si nos referimos al contenido científico mismo de estas publicaciones, los miembros de la comisión evaluadora tendrán muchas más dificultades en valorarlo.

Sin embargo, a mí me parece que, teniendo cierta lógica esta línea de pensamiento, olvidan que la investigación científica pretende hacer avanzar el conocimiento y resulta de gran importancia describir esta actividad desde la perspectiva científica, haciendo explícito el conocimiento aportado y el impacto que este conocimiento ha supuesto en la línea de investigación objeto de la publicación y no sólo desde la precisa medida bibliométrica.

Parece razonable que los candidatos describan su actividad científica, destacando sus principales contribuciones, el impacto que ha tenido en la sociedad, en la salud de las personas, en ciertos productos y servicios o en el avance del conocimiento en este u otro campo.

Es verdad que el sistema y, seguramente, todos nosotros en alguna medida tenemos la culpa, ya que este conjunto de indicadores bibliométricos rodea la evaluación curricular de un aura de objetividad determinista muy del gusto de algunos, evitando en la medida de lo posible la evaluación por pares en la que es imposible no incorporar un elemento subjetivo. Los sistemas de acreditación del profesorado fijan con precisión el número de publicaciones necesarias, en qué revistas, incluidas en una lista selecta de índices, en qué proporción debe estar en el primer cuartil, etc.

Siendo esto así, parece lógico que los candidatos se esmeren en demostrar que han cumplido sobradamente con estos criterios, ya que el sistema les indica claramente cómo van a ser valorados.

Pero a mí me produce cierta tristeza pensar que los candidatos se muestren más orgullosos de poder acreditar un cierto valor de su índice «h» que de describir sus contribuciones a la solución de algunos de los retos que tenemos planteados como sociedad y que precisan de un gran esfuerzo en investigación.

Son tiempos en que se mide la calidad de la producción audiovisual por las audiencias, la relevancia social por el número de seguidores en las redes sociales, y no es de extrañar que midamos la calidad de la actividad científica por los indicadores bibliométricos. Estas formas de valorar la calidad tienen su razón de ser, pero llevadas a sus últimas consecuencias pueden llegar a confundir el continente con el contenido.

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Comentarios
  1. Miguel Ángel Quintanilla Fisac dice: 24/01/2017 a las 12:44

    Muy pertinente el comentario de Javier Uceda. Todos los expertos señalan que los indicadores bibliométricos no se deben usar como criterio para la evaluación de las aportaciones científicas de investigadores individuales. No valen para eso. Y su uso en las comisiones de evaluación y acreditación, como se está haciendo en España, es inadecuado. ¿Por qué se mantiene? Supongo que porque la alternativa (que cada uno de los evaluadores asuma su propia responsabilidad) requiere un cambio en la cultura académica que no hemos sabido impulsar.

  2. Francisco Miguel Martínez Verdú dice: 08/02/2017 a las 20:15

    Comparto lo mismo. Y así se mantiene para incluso evaluación de proyectos públicos, sean nacionales y autonómicos.
    Una pena que la investigación inter y multidisciplinar, o híbrida, incluso la transferencia tecnológica, no se valore bien, o sea difícil de encajar en acreditaciones, etc. Incluso con el nuevos sistema ANECA de evaluación. No todos podemos publicar en revistas Q1/Q2 porque hay disciplinas híbridas que nacen, crecen, y se consolidan, y nunca encajan en áreas de conocimiento, por ejemplo, como las que se definen para los nombres de los dptos. universitarios. Al menos en España.


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