Cultura maker y universidad
Introducción
La llamada cultura maker o hacedora inspira un modelo educativo, favorecido por las nuevas tecnologías, en que se pretende que el alumnado sea protagonista de su propio aprendizaje. Un aprendizaje que según sus defensores incrementará su autoestima y cultura colaborativa, así como el conocimiento transversal e interdisciplinar de las diferentes disciplinas. Una cultura que responde a la filosofía del learning-by-doign (aprender haciendo) y que se basa en la conveniencia de conseguir un aprendizaje en que las dificultades favorezcan la innovación, imaginación y creatividad de los alumnos, así como su motivación en el aula. Cultura que también ha llegado a la universidad, lo cual es positivo, pero ante la cual tampoco convendría caer en la abducción o infantilismo de pensar que solucionará, cual pócima milagrosa, todos los problemas que afectan a las diferentes etapas de nuestro modelo educativo. Baste pensar, por ejemplo, como Francia, visto el retroceso educativo derivado de la “nueva educación” en algunas materias, ha reintroducido el dictado en clase, la lectura en voz alta y el cálculo mental.
Cultura maker y universidad: una apuesta por su incorporación con sentido común
Fruto de esta revolución maker, asociada en buena medida a la “cultura del garaje” en Estados Unidos y a las disciplinas STEM (Ciencias, Tecnología, Ingeniería y Matemáticas), se apuesta por un aprendizaje práctico, basado en problemas o proyectos, así como se persigue desarrollar la curiosidad, el pensamiento crítico, la reflexión y el trabajo en equipo y colaborativo en el aula y fuera de ella. El proceso de aprendizaje, inmerso en una defensa de la “educación lenta”, se convierte así en algo mucho más esencial que los propios contenidos de las diferentes disciplinas que forman parte de los planes de estudio. Puede hablarse, sin duda, de una innovación educativa en que la cultura maker comparte protagonismo, entre otras, con la flipped classrooom, los recursos en la nube, el aprendizaje servicio, o diferentes experiencias de gamificación y ludificación en aula universitaria.
De este modo, en una línea también aplicable, con sus particularidades, al ámbito de las artes, las humanidades y las ciencias sociales (incluidas las jurídicas); se apuesta por convertir el aula universitaria en un makerspace colaborativo entre profesor y alumno, capaz de involucrar a éste, motivándolo y divirtiéndole, en su propio ciclo de aprendizaje. Dicho lo anterior, bien puede decirse que la educación ha cambiado y que resulta obligado reflexionar, en paralelo, acerca de los nuevos modelos de evaluación y el papel que en él debe corresponder al profesorado. Pero convendría hacerlo sin obviar que no todo lo nuevo, per se, es mejor que lo ya conocido, así como que la realidad siempre termina chocando con no pocas ilusiones ópticas y bondades teóricas. Como suele decirse, el papel lo aguanta todo, pero luego hay que aplicarlo en la vida real.
Nada de malo tiene incorporar la filosofía maker a la educación, también a la universitaria, pero convendría hacerlo desde el sentido común. Es evidente que hoy estamos ante una nueva generación de alumnos, formada digitalmente y habituada a otros entornos, incluso de relación personal. Ahora bien, salvo que queramos engañarnos a nosotros mismos, haciéndonos trampas al solitario, también es cierto que dicho alumnado no siempre nos llega bien formado. Tan es así, que cada día son más frecuentes, en las diferentes facultades, los conocidos como “cursos cero”, orientados a que el alumnado empiece su trayectoria universitaria con una base que le permita no estrellarse en su primer año de Grado. Es lógico pensar en el diseño y construcción de una nueva aula universitaria diferente de aquella que fue propia de la segunda mitad del siglo XX. Con todo, tampoco deberíamos caer en la trampa de diseñar un aula “marciana” que sobre el papel de no pocos expertos de la pedagogía resulta ideal, pero que quienes bregamos, día a día, con la docencia, sabemos que también, cuando menos hoy, todavía tiene mucho de utópica y está lejos de ser posible, si es que realmente es deseable, sin filtro o limitación alguna.
Como todo en la vida, quizás en el punto intermedio, de equilibrio, podamos encontrar la virtud. El aula o laboratorio universitario es innegable que debe ser colaborativa y fomentar la implicación del alumno en su propia formación, pero también lo es que para crear e innovar hay que saber algo y tener algunos conocimientos básicos. Un algo que debe transmitir el profesor, con habilidad, combinando metodologías docentes activas con aquellas otras que algunos hoy califican, no sin cierto desprecio, como clásicas, pero que no convendría olvidar que tampoco serían tan malas cuando muchos de los que hoy tratan de convencernos acerca de las virtudes del movimiento maker se formaron con ellas, hasta el extremo de haber sido tan creativos cómo para ponerlo en marcha.
La necesidad de contar con un alumnado maker
El diseño de esa nueva aula universitaria a la que ya nos hemos referido requiere, en paralelo, un alumno motivado. En esta línea, resulta evidente que la propia redefinición de los espacios formales e informales de aprendizaje tendrá mucho que ver en conseguirlo, pero también que no son pocas las aulas universitarias, guiadas por profesores universitarios implicados en el tema de referencia que, pese a sus esfuerzos, se encuentran con un alumnado digitalizado y que demanda una formación “divertida y dinámica”, pero que cuando se le exige trabajar en grupo e implicarse en su propio proceso formativo, al descubrir que ello, si se hace bien, implica un notable esfuerzo y trabajo, acaba por distanciarse de las bondades de la cultura maker y viene a demandar que “no le compliquen la vida”.
En esta línea, junto a la formación del profesorado fundada en tecnologías y un mejor aprovechamiento de la presencialidad en el aula, también convendría que nuestra sociedad, escuela y familias fuésemos capaces, desde las primeras etapas, de formar personas a las que les gusta divertirse, lo cual siempre es necesario y deseable, pero que también tengan claro que nadie les va a regalar nada y de la importancia de asumir como propia la cultura del esfuerzo y el sacrificio.
Bien está estudiar pasándoselo bien, pero tampoco hagamos creer a nuestros jóvenes, que son nuestro futuro, que con eso solo bastará para convertirlos en grandes creadores e innovadores de éxito. Salvando las distancias temporales, creo que sigue vigente aquello que mi Maestro, el Dr. José Luis Vázquez Sotelo, nos dijo en su día, en la década de los noventa, en la Facultad de Derecho de la Universitat de Barcelona: la ciencia jurídica se debe aprender con la práctica (hoy hablaríamos, por ejemplo, de laboratorios de simulación de juicios), pero tengan claro que para poder divertirse y aprender con dicha praxis es requisito imprescindible y previo que ustedes conozcan bien qué dice la ley y cómo la interpretan la doctrina y la jurisprudencia. Lo contrario, sería comenzar la casa por la chimenea.
Conclusión
Nada que objetar a la incorporación de la cultura maker en la universidad. El mundo, también el educativo, ha cambiado. El inmovilismo nunca es una buena opción. Cosa diferente es que dicha adaptación, fruto de las modas del momento o, incluso, de los intereses de algún sector pedagógico puntual, nos haga olvidar lo qué hemos aprendido en el pasado, que nunca debe olvidarse; así como tampoco la realidad presente con la que nos toca convivir y que nos sitúa ante un escenario, con falta de inversión, en la que incluso lo ideal, si es que lo es, no resulta factible por arte de magia.
universídad es el blog de Studia XXI, un foro crítico cuyas propuestas están encaminadas a debatir y provocar la adopción de medidas eficientes en educación superior.
Muchas gracias David, recordar dónde estamos, con quiénes y con qué contamos para alcanzar objetivos deseables y necesarios siempre es bienvenido (en un foro como este es difícil no estar de acuerdo con la innovación propuesta). Brevemente, reinstalar la necesidad de aprender es clave. Mejor dicho, que esta necesidad sea reconocida y sentida como propia por parte de la mayoría del alumnado es esencial. Y esto hay que saberlo transmitir desde el ejemplo.
Como siempre el Pfrof. Dr. Vallespín, nos adelanta unas consideraciones a tener muy en cuenta, ya que la transferencia entre sociedad y Universidad deberían ir siempre de la mano. especialmente en aquellos temas como es la educación de por vida tan necesaria para un incremento no unicamente de la satisfacción de nuestros alumnos que tambien, concretamente de la sociedad en su conjunto favoreciendo una «real correspondencia» entre educación inicial, cointinuada y transaferencia al tejido productivo de nuestro país, favoreciendo una competitividad real y efectiva que sus beneficios reviertan en el conjunto de nuestra sociedad.
Gracias por sus contribuciones
Muchas gracias por vuestros comentarios. Convendría reinstalar, desde luego, la necesidad de aprender, saber transmitir su importancia y, por extensión, implicar en ello no solo a la universidad, sino también a la sociedad en su conjunto.