Demografía universitaria en perspectiva cualitativa

Sin duda alguna, la pieza más relevante y estratégica de cualquier institución universitaria o que trabaja intensamente con el conocimiento son sus personas: el capital humano, el talento, los profesionales en sus diversas acepciones. El teórico de las organizaciones Henry Mintzberg, en su gran libro La estructuración de las organizaciones, señala como las organizaciones que él denomina profesionales tienen en su base (la base profesional) la parte más importante y estratégica. Constituyen, además, el núcleo con mayor peso y poder de toda la organización y sin duda constituyen su razón de ser. Y esta constatación, que por otra parte nos parece obvia, no ha sido asumida históricamente con la intensidad que merece por los investigadores de la Educación Superior ni a menudo por las universidades o los propios directivos y gestores universitarios de nuestro país. Ni frecuentemente por los políticos y legisladores de la Educación Superior, las universidades y la investigación.

En efecto, en muchas ocasiones se ha puesto más el acento en otros aspectos (estructura organizativa de las universidades, mecanismos de coordinación y control, planificación universitaria, etc.) que, aun reconociendo su relevancia, no constituyen la pieza nuclear de toda universidad y por extensión de la política universitaria. Leyendo según qué estudios o artículos, o escuchando según qué legisladores, políticos o gestores universitarios de nuestro país, pareciere como si el factor humano (el personal docente e investigador y el resto de personal universitario) fuese algo inmaterial, secundario y escasamente relevante, cuando es justo lo contrario: el personal docente e investigador (y el resto de personal universitario) constituye el nervio, el prestigio y la razón de ser de la institución universitaria. Aquella que crea conocimiento (investigación científica) y lo difunde mediante la docencia, la innovación y la transferencia económica, tecnológica o social.

El aspecto más destacado, a mi parecer, en el tema de la demografía universitaria, es el del envejecimiento progresivo de las plantillas universitarias, en parte fruto de la política denominada eufemísticamente como de ‘racionalización del gasto público en el ámbito educativo’ llevada a cabo por el Gobierno español en los años recientes. Y, unido al envejecimiento, la constatación de las extremas dificultades que encuentran en estos últimos años los jóvenes para su acceso y su carrera profesional en las universidades españolas. Un drama que todavía no se ha analizado y discutido suficientemente y que va a hipotecar la calidad, el prestigio y la competitividad de las universidades españolas en los próximos años y lustros. Podemos hablar ya sin equivocarnos en demasía de una generación perdida que, asimismo y contradictoriamente, es la generación mejor formada de la demografía española.

Dificultades de acceso, pero también en muchas ocasiones largos períodos de formación previa, de reconocimiento académico, de trabajo extremadamente competitivo para poder conseguir una plaza en la plantilla del personal docente e investigador en alguna de las universidades españolas. Y, asimismo, con una cierta provisionalidad o precariedad que lastra la progresión académica y científica de los jóvenes y por extensión la calidad y competitividad de las instituciones. Es cierto también que muchos de estos jóvenes están optando, debido a estas extremas dificultades en el panorama de la universidad española, a ocupar plazas de PDI en otras universidades europeas, americanas y del resto del mundo. En este apartado sería interesante también recoger y analizar datos que son recientes. Lo manifiesto aquí porque podría ser una política razonable y necesaria la de revertir la falta de estímulos y plazas para los jóvenes académicos en los próximos años y, en este sentido, intentar recuperar año tras año parte de esta diáspora del conocimiento o del talento del país, sin duda altamente capacitado y que habrá trabajado en universidades de prestigio. Sin duda, ello sería posible si el gobierno o los gobiernos de turno estableciesen como estratégica la política universitaria y de investigación en España, hecho que lamentablemente no ocurre en los últimos lustros. Atrás queda ya la etapa de la Ley de Reforma Universitaria de 1983 y de la Ley de la Ciencia de 1986 que, sin duda, y a pesar de sus limitaciones, fueron oxígeno para el desarrollo de un sistema universitario y científico a la altura de la Europa avanzada.ç

Me gustaría también destacar otros dos aspectos que considero importantes en materia de demografía universitaria. En primer lugar, el hecho de que la legislación y la política en materia de PDI en España ha seguido una tónica muy próxima a otros ámbitos de la realidad universitaria. Me refiero a la laminación constante de la autonomía institucional de las universidades por parte de los gobiernos y de las Administraciones públicas competentes. La regulación es en cierta medida casi asfixiante. Todo debería estar controlado, regulado y estructurado bajo unos mismos parámetros y desde una estructura central externa (el gobierno y la Administración pública competente) que produce como resultado la escasa capacidad de autonomía de las propias universidades para gestionar su capital humano y sus plantillas. Y si a ello le sumamos la escasa capacidad de financiación (para contratar, apostar por determinados perfiles, apoyar grupos estratégicos de la universidad, etc.), el resultado es ciertamente negativo. Y, como bien sabemos, el mundo se enfoca cada vez más en estructuras mucho más ligeras, autónomas, capaces de maniobrar estratégicamente y con cierta rapidez ante un mundo creciente en complejidad y dinamismo. Fijémonos si no en las grandes dificultades que encuentra un académico o joven europeo o extranjero que quiera entrar a formar parte del PDI en una universidad española: burocracia, regulación, requisitos de carácter local, etc. Sin duda, las mejores universidades del mundo son aquellas que disponen de una amplia autonomía institucional para determinar su misión, estrategias y objetivos, y que asimismo disponen de herramientas consistentes para desarrollar una auténtica política de profesorado, PDI o personal en un sentido más amplio. De hecho, diversos estudios recientes han demostrado que el sistema universitario español es de los que menos autonomía institucional otorga a sus universidades y, al mismo tiempo, de los sistemas donde la capacidad de autonomía de los propios docentes es de las más altas, hecho que limita en demasía la capacidad institucional de las universidades en España.

Finalmente, entiendo que más allá de las cifras y los grandes parámetros de las plantillas del PDI en las universidades españolas, deberíamos centrar también la atención prioritaria en otros aspectos más cualitativos. Aquellos que finalmente acaban determinando la calidad, la capacitación y la permanente actualización del PDI y el capital humano en general. Me refiero a aspectos como la carrera profesional del PDI, la política de incentivos, la necesidad de determinados perfiles profesionales, la adaptación a la nueva realidad digital que transforma el mundo y también la educación, el balance entre docencia, investigación e innovación, etc. Me referiré a una reciente experiencia personal que me parece ilustrativa. Hace pocos años tuve que elaborar un estudio comparativo sobre la política retributiva y la carrera profesional del PDI en España, comparándola con otros sistemas universitarios. El hecho fue que me tuve que enfrentar a un casi desierto de estudios, informes y artículos sobre esta temática en nuestro país. Más allá de las estadísticas genéricas, siempre imprescindibles por supuesto, escasos informes sobre una materia tan estratégica para un sistema universitario como la carrera profesional del PDI, sus incentivos, su adaptación al cambio, etc. Un reto que quizá podría asumir Studia XXI para próximos informes y que sin duda redundaría en mejor información para la toma de decisiones en materia de política y gestión universitaria.

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