Desarrollo sostenible, biogeología y universidad

El desarrollo sostenible, cuya primera definición se incorporó en el Informe Brundtland de 1987, elaborado por Naciones Unidas, entendiéndose como aquel desarrollo que satisface las necesidades del presente sin comprometer aquellas otras que son propias de las generaciones futuras, se sustenta sobre cuatro grandes pilares que no pueden ni deben ser considerados de forma aislada, sino, antes al contrario, de modo integrado: el económico, el social, el ambiental y el cultural (educativo). Asumir la sostenibilidad en la universidad implica optimizar recursos, buscando la eficiencia y el ahorro en todos los procesos y niveles de actuación, con el consiguiente beneficio económico; asumir el compromiso ético y de solidaridad respecto a la sociedad a la que sirve y, en general, con relación a la humanidad; respetar los elementos y los valores ambientales, especialmente los biológicos, en cualquier actuación, tanto dentro como fuera de la universidad, así como reducir los residuos generados con motivo de su actuación; impregnar la formación del alumnado en todos los niveles académicos, así como las prácticas del PDI y del PAS, con los valores que son propios de la sostenibilidad; e involucrar a la institución, fruto de su proyección internacional, en los debates acerca del desarrollo sostenible.

El conocimiento actual sobre la materia nos ofrece una guía completa en orden a la sostenibilidad, pues fruto del desarrollo conceptual y práctico de la economía ecológica resulta factible conjugar dos términos en apariencia antitéticos: de una parte, la economía circular que, inspirada en la naturaleza, tiene por objetivo transformar los residuos en nuevos recursos; y, de otra, la teoría del bien común. Pese a todo ello, lo cierto es que lo que hoy constituyen los objetivos de la Agenda 2030, aprobada en la histórica cumbre de septiembre de 2015 en la que participaron más de 150 jefes de Estado y de Gobierno, dirigidos a transformar nuestro mundo mediante la eliminación de la pobreza, el favorecimiento de un desarrollo sostenible, la ampliación del acceso a los derechos humanos, la consolidación de la perspectiva de género, la consecución de una vida sana, y el alcance de una economía sostenible y respetuosa con el planeta y los recursos que éste nos ofrece, chocan con la falta de cultura biogeológica de nuestra sociedad y, en consecuencia, con las notables dificultades de la ciudadanía, todavía hoy, para entender y comprender los retos vinculados con el cambio climático, la explotación sostenible de los recursos naturales, la prevención y mitigación de los riesgos geológicos, o la eficiente gestión del agua.

En este contexto, las ciencias y, más concretamente, las biogeológicas, son claves, no solo para identificar los recursos que nos ofrece el planeta y gestionarlos de forma adecuada en aquellas actividades humanas y productivas en las que la ingeniería tiene mucho que ver como es el caso, por ejemplo, de la construcción de grandes obras civiles e infraestructuras (edificios, carreteras, vía ferroviaria, túneles, presas); sino también para alcanzar la inaplazable concienciación ética de las ciudadanas y ciudadanos respecto a la correcta comprensión de lo que implica su “huella planetaria” a nivel ecológico y de uso responsable y sostenible de los recursos naturales.

Ante este reto social la universidad está llamada a jugar, dentro de la sociedad del conocimiento, un papel importante. En esta línea, por ejemplo, hay que destacar el esfuerzo realizado por la Facultad de Ciencias de la Tierra de la Universitat de Barcelona, heredera de la tradicional Facultad de Geología, conjuntamente con el resto de Facultades que integran el Área de Ciencias e Ingenierías y, por descontado, por la prestigiosa Facultad de Biología de la UB, la cual tiene el objetivo global de preservar la vida en un planeta sostenible mediante la defensa de la biodiversidad y el equilibrio de ecosistemas, el alcance de una vida más sana, el diseño de una gestión del agua más sostenible y saludable, la producción de alimentos sanos y de materiales biodegradables y el conocimiento del funcionamiento básico de la vida, la salud y la enfermedad.

La referida Facultad de Ciencias de la Tierra ha sabido transformarse con el objetivo de hacer visible que sus estudios no están circunscritos a aquéllos que tradicionalmente se han relacionado con una visión clásica de la geología, sino que también alcanzan a aquellos otros, demandados por la sociedad, que afectan al conjunto del planeta. De hecho, a sus estudios centrados en el análisis de la corteza terrestre y su registro mineral, litológico, dinámico y paleontológico, se han añadido otros orientados al estudio geofísico del planeta, la interacción presente y pasada entre los diferentes subsistemas terrestres (litosfera, hidrosfera, atmósfera, criosfera y biosfera), el examen integral del medio físico en el contexto del medio ambiente y los recursos hídricos, y las llamadas geociencias marinas.

Llegados a este punto resulta obligado señalar que los estudios referidos en el párrafo anterior no solo presentan estrechas relaciones con sus tradicionales áreas de conocimiento afines, como son la Biología, la Física, la Química, la Geografía o las Matemáticas, sino también con otras como la Educación, la Informática, la Economía, la Nutrición, el Derecho, o la Medicina y las Ciencias de la Salud, con las que, cada vez con mayor frecuencia e intensidad, deberán interaccionar de forma transversal y recíproca. Si realmente nos creemos, más allá del envoltorio de marketing y los buenos propósitos políticos, los objetivos y metas de la Agenda 2030 sobre el Desarrollo Sostenible, hemos de hacer posible, con la participación e implicación activa de la universidad, que la formación de nuestros estudiantes, más allá de su particular especialidad, sea también cívica, medioambiental, ética, humanística y científica.

La universidad, por tanto, debe ser sostenible e incorporar a sus valores corporativos la “marca verde”, no por la modernidad o el pedigrí que pueda llevar aparejado dicho término, sino por la necesidad económica y la obligación ética para con nuestros congéneres y el planeta. La ignorancia sobre temas básicos relacionados con el desarrollo global sostenible no es una opción, sino un problema que debe resolverse con urgencia. Su persistencia en el tiempo no solo afectará, en negativo, la calidad de vida de nuestro planeta, sino también al propio desarrollo social y económico de nuestro país. Todas y todos lo tenemos que tener claro, pues nos jugamos, en verdad, el presente y futuro de nuestras hijas e hijos. El futuro es suyo, pero lo hemos de asegurar nosotros asumiendo la responsabilidad de poner en marcha, fruto de nuestra conciencia intergeneracional (con un papel activo del sector universitario), aquellas medidas que son necesarias y que deben adoptarse sin más excusas o dilaciones.

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Comentarios
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  2. Narcís Prat Fornells dice: 18/06/2019 a las 12:21

    En el centenario del nacimiento del profesor Margalef, que fué el primer catedrático de Ecologia de España, opino que estas palabras son bonitas y bien intencionadas, pero, como ya se quejaba el prof Margalef en 1982, mucha palabra y pocos hechos. El primero es que la Universidad tiene apenas dinero para mantenerse viva y que no hay presupuestos para la sostenibilidad. Promesas. palabras pero pocas acciones y mucho menos de las que se desprende de una «emergencia climática». El otro problema es el poco interés de la propia Universidad en avanzar en este tema ya que hay muchos otros asuntos prioritarios. Lo decia elpropio Margalef hace mas de 50 años. La única solución es el decrecimiento energético y un cambio en la demografia. Releer a Margalef pude ser interesante para muchos.
    NARCÍS PRAT, Catedràtic d’Ecologia, Universitat de Barcelona.


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