El ascenso a las peanas universitarias

Hace años, en bachillerato, me hablaron de muchas vidas dedicadas a la ciencia, historias narradas como una especie de Vida de los Santos. Las grandes hagiografías (de ellos y afortunadamente cada vez más, también, de ellas) que circulan entre el público general están llenas de aventuras trepidantes, enemistades interesantes y serendipias geniales, y hasta las tragedias, que las hay, parecen hermosos martirios. Hay muchas historias que nos cuentan que la vida a la luz de la ciencia, a pesar de alguna sombra, es una vida que merece la pena ser vivida.

Años después, cuando aterricé en la realidad laboral universitaria, pude conocer esos grises cotidianos de la vida académica de los que no se suele hablar en las charlas de divulgación en el instituto y (más tarde que pronto) terminé por entender que esto también es un trabajo, con unos claroscuros importantes. Entendí que la felicidad de poder dedicarse a enseñar y hacer ciencia tiene su contrapunto en el desasosiego con el que vive la carrera académica, los sinsabores del día a día y los problemas de salud mental, que son muy comunes, y padece hasta un tercio de las personas que escriben una tesis, o los abandonos, por hastío o impotencia, de muchas personas brillantes. Y aprendí que en la universidad santos hay muy pocos, o ninguno, aunque a quienes elegimos vivir de la cosa académica no nos falta nunca fe y esperanza para aguantar. Al menos de entrada.

La realidad de la universidad española

Vivir la cosa universitaria en nuestro país significa desvivirse personalmente por la carrera académica: las exigencias del día a día, la carga laboral y emocional y la búsqueda permanente de recursos para trabajar dejan poco tiempo a otras facetas de la vida.

Damos por hecho la necesidad de renuncia y sacrificio personal, e incluso lo incentivamos de manera enfermiza. Hay hasta quien presume de ello en redes sociales, idealizando un ascetismo intelectual idílico y alejado todo lo posible de lo mundano, como pasar tiempo con la prole y preparar la merienda, cuidar al abuelo por las tardes o preocuparse por hacer la compra.

Es triste que naturalicemos que el ascenso a la peana académica es así, porque la Vida de los Santos de la Ciencia que nos han contado es sesgada y tramposa por lo que no se dice. No nos cuentan, por ejemplo, que Isaac Newton no cambió un pañal en su vida, o que Rosalind Franklin era heredera de banqueros que apoyaron económicamente su carrera. Consciente de las zancadillas de lo mundano, Santiago Ramón y Cajal en sus Tónicos de la voluntad recomendaba de manera desenfadada como “apetecible compañera de glorias y fatigas a la señorita hacendosa y económica que […] cifrará su orgullo en la felicidad y salud del esposo”.

Y aunque desconozco muchos otros detalles del martirologio científico, que de todo habrá, sospecho que ha sido y sigue siendo mucho más fácil llegar a los altares de la ciencia a quienes no arrastran mochilas cotidianas, a quienes renuncian a otras facetas de la vida o a quienes tienen una buena escalera para pasar por alto estas dificultades.

El ascenso a las peanas universitarias sigue siendo el del privilegio, y no solo el del esfuerzo y la inteligencia. En la actualidad, está plagado de trampas sociales y económicas, y otros escollos que la mayoría de la población, sencillamente, no puede sortear. De entrada, ocho de cada diez estudiantes de grado proceden de clase media o alta. Posteriormente, más de ocho de cada diez doctores en nuestro país desarrollan sus estudios de máster y sus tesis en apnea económica, sin un contrato de formación doctoral, y en el mejor de los casos, quienes lo consiguen reciben un salario que apenas da para sobrevivir. Más tarde una mayoría tiene que aguantar, económica y familiarmente, hasta los cuarenta años para tener un contrato estable y decente en la universidad.

Una vez dentro, la capacidad económica y la carga de cuidados en el hogar condicionarán en buena medida la velocidad de la carrera académica: finalizan más fácilmente quienes tienen menos cargas familiares y más recursos.

Porque para ser profesor titular o catedrática se nos sigue exigiendo, además de sabiduría en lo propio, disponer del tiempo necesario para alargar la jornada laboral todo lo que haga falta, poder alejarse de la familia largas temporadas y cerrar con demasiada frecuencia la agenda a todo lo humano.

 

Comentarios
  1. Jose dice: 27/02/2024 a las 20:02

    Bueno, eso depende mucho de donde estés, hay mucha heterogeneidad entre instituciones, tanto en España como fuera de ella. En muchos sitios puedes hacer un doctorado y un postdoc con una financiación bastante razonable, en otros no es así. El estrés va en aumento con el punto culmen en el tenure track, pero luego se vuelve mas llevadero y proporciona una vida que puede ser muy tranquila si te plantas como titular, y tal vez algo mas intensa si persigues Quienes hablan bien, están contentos, otros a lo mejor no tanto, o no en cierto periodo de su carrera. Lo importante es no desanimarse y buscar el camino que nos lleva a lo que buscamos cada uno,

  2. Jose dice: 27/02/2024 a las 20:03

    queria decir si persigues una catedra (se me ha cortado)

  3. […] Enlace al post original […]


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