El conflicto de las Facultades de Immanuel Kant

Immanuel Kant (1724-1804) publicó en 1798 El conflicto de las Facultades, un libro con la finalidad principal de defender la función de la filosofía y, por tanto, de la razón y la libertad, frente a la pretensión de absolutidad otros saberes sometidos a la autoridad del poder. En este libro, por tanto, el alemán ofrece una visión de la Universidad que puede contribuir al debate actual sobre la función de esta institución.

Los conflictos entre las Facultades como conflictos entre la autoridad y la razón.

El libro, compuesto por tres textos escritos en momentos distintos y con propósitos diferentes −entre 1793 y 1797−, tiene como «denominador común» el conflicto entre la Facultad inferior con las tres Facultades superiores (§11). La distinción del alemán entre estas dos modalidades tiene como criterio diferenciador la intervención del gobierno sobre los contenidos de las Facultades, ya que «entre las superiores sólo se cuentan aquellas sobre cuyas doctrinas le interesa al gobierno determinar cuáles hayan de ser sus contenidos o si deben ser expuestos públicamente» (§19), y la inferior es aquella que solo debe velar por el interés de la ciencia.

El gobierno interviene en el contenido de las Facultades superiores porque le interesa ejercer un fuerte y duradero influjo sobre el pueblo, acaudillando a quienes enseñan a los estudiantes. Por su parte, la Facultad inferior es libre, pero Kant señala, con cierta ironía, que es inferior porque se la suele tratar de someter a los designios de quien manda.

Existen tres móviles objetivos a priori por los que el gobierno puede influir en el pueblo, que coinciden con las tres Facultades superiores: el bien eterno de cada cual −la Facultad de Teología−, el bien civil en cuanto miembro de la sociedad −la Facultad de Derecho−, y el bien corporal −la Facultad de Medicina−. Los contenidos impartidos en estas facultades no derivan de la razón, sino de libros simbólicos ya establecidos por la autoridad o la naturaleza, como la Biblia, el código civil o el vademécum. Cuando estas Facultades se ocupan de la razón, invaden el terreno de la Facultad de Filosofía, que es la Facultad inferior que se encarga de la razón.

Las Facultades superiores son las de Teología, Derecho y Medicina; y la Facultad inferior es la de Filosofía.

La Facultad de Filosofía como guardiana de la razón

La Facultad de Filosofía, por tanto, «se ocupa de doctrinas que no son adoptadas en función de un orden superior» (§27), es decir, se encarga de la razón, entendida como la capacidad de juzgar con autonomía, conforme a los principios del pensar en general. Por ello, esta Facultad debe ser enteramente libre para compulsar la verdad de las doctrinas que alberga. La Facultad inferior cumple la función de controlar a las superiores, ya que depende de la verdad, pero la utilidad de las superiores para el poder supone que la Filosofía se considere de segundo orden −y la Facultad de Teología incluso pretenda que sea su sierva−.

La Facultad de Filosofía se compone de dos departamentos: la ciencia histórica, que engloba la historia, la geografía, la filología y las humanidades en general; y las ciencias racionales puras, que incluyen las matemáticas y la filosofía puras, la metafísica de la naturaleza y de las costumbres. Abarca todos los campos de conocimiento humano y, aunque no imparta todos los contenidos, sí tiene la competencia de examinarlos y criticarlos. Es la guardiana de la verdad de cualquier disciplina, incluyendo las disciplinas de las Facultades superiores, lo que «debe resultarles harto incómodo» (§28).

«La disputa de las Facultades gira en torno a su incidencia en el pueblo y sólo pueden conseguir dicha influencia por cuanto cada una de ellas haga creer al pueblo que conoce el mejor modo para fomentar su dicha, aunque sean tan opuestos el uno del otro» (§30).

Los tipos de conflicto entre las Facultades.

El propio pueblo no se preocupa por su libertad, sino de sus fines naturales, que son la bienaventuranza tras la muerte, la protección de lo suyo por la ley, y el goce físico de la vida. La Filosofía, a cambio, se limita a determinar lo que el pueblo debe y puede hacer: vivir honestamente, no cometer injusticias, ser moderado en el goce y paciente en la enfermedad. Sin embargo, esto implica un esfuerzo personal que no interesa al pueblo. Por ello, los ciudadanos exigían respuestas de las Facultades superiores; querían ser ser guiados y embaucados, es decir, siendo susceptibles de caer en la conquista de la taumaturgia.

Así, cuando las Facultades superiores actúan como taumaturgos, incumpliendo su misión, quedan en eterno conflicto con la Filosofía, un conflicto que Kant considera ilegítimo. El pueblo no quiere escuchar a los sabios de las Facultades superiores, sino a los eclesiásticos, los magistrados y médicos, y de esta inclinación se aprovecha la autoridad del gobierno, imponiendo teorías que no impliquen esfuerzo a los ciudadanos, pero que le permita controlarlos.

No obstante, también hay un conflicto legítimo entre las Facultades, que se produce cuando la Filosofía cumple su tarea de cuidar que, «si bien no se diga públicamente toda la verdad, sí sea verdad todo lo que se diga y sea establecido como principio» (§32). Así, no se puede conceder derecho alguno a las Facultades superiores sin que la inferior quede autorizada a la vez para presentar sus objeciones.

El conflicto de la Filosofía con la teología

Kant dedica el resto del libro a analizar los conflictos particulares de la Facultad de Teología, de Derecho y de Medicina con la Facultad de Filosofía. El primer conflicto es el que más le preocupaba, ya que sus propias obras fueron censuradas por considerarse contrarias a algunos presupuestos religiosos, según los criterios del monarca prusiano Federico Guillermo II. Kant, para explicar este conflicto, diferencia entre el teólogo bíblico, que se ocupa del estudio las Escrituras y se centra en el credo eclesiástico; y el teólogo racional, que se inspira en la razón y se centra en la fe religiosa, «que tiene leyes propias que cualquier hombre puede ir descubriendo a partir de su razón» (§36).

El conflicto entre ambas se produce cuando la Facultad de Teología critica que la Filosofía cuestione lo que considera credo y, por tanto, estrictamente revelación. Esta última, sin embargo, se preocupa más por la propia religión que por el credo eclesiástico, y le cuestiona a la primera que, como religión interior, debe ser moral y ceñirse a la razón. Por ello, en caso de conflicto respecto al sentido de un pasaje de la Escritura, la Filosofía debe tener el privilegio de determinar ese sentido.

Las críticas a Kant y sus aportaciones.

Pueden hacerse −y se han hecho− innumerables críticas, no solo por parte de los planteamientos posmodernos, a la Ilustración en general y a Kant en particular. Como dijo Hannah Arendt, Auschwitz y los múltiples horrores del siglo XX han marcado para siempre el discurrir filosófico. Por ello, la teoría crítica y sus múltiples ramificaciones, especialmente desde La dialéctica de la Ilustración de Adorno y Horkheimer de 1944, han cuestionado la fe en la razón, la visión del ser humano, los presupuestos de la Ilustración y las patologías de la modernidad. Y esta es una sola de las corrientes que han puesto de manifiesto las muchas sombras de la Edad de las Luces. Por tanto, poco más se puede decir al respecto, y menos en estas líneas.

En relación con El conflicto de las Facultades, sí se puede señalar la parcialidad de Kant al negarles a las Facultades no filosóficas el uso de la razón, o su aparente ceguera ante la posibilidad de perversión de la propia Facultad de Filosofía −«quis custodiet ipsos custodes?»−. No obstante, este libro de Kant también es profundamente sugerente por múltiples motivos. Quizás el más interesante sea su certero análisis sobre la tensión entre el poder y la libertad, entre la autoridad y la razón.

El autor no critica en sí a las Facultades superiores, cuyas materias son esenciales para el conocimiento humano, sino que denuncia en concreto la posibilidad de que el gobierno controle a los ciudadanos mediante sus enseñanzas.

La Filosofía, así, se erige como un contrapoder al gobierno, como garante de la libertad. Y, tras Foucault, podemos añadir al poder político también la influencia de otro tipo de poderes, como los económicos.

La importancia y misión de la universidad.

Para Kant, la universidad tiene la función de formar fabrilmente todo el conjunto del saber, a través de la transmisión del conocimiento y de la instrucción de profesionales mediante los títulos. Y, en especial, tiene la función de velar por la razón, salvaguardando la libertad de quienes la ejercen. De nuevo con ironía, insinúa que esto no debería inquietar al gobierno, ya que las disputas entre las Facultades con la Filosofía suelen quedarse reducidas a ese ámbito, porque a nadie le interesan fuera de la Universidad. No obstante, la Universidad no puede renunciar al ejercicio de la libertad y a la razón como oposición a la totalización del poder y la manipulación.

Por todo ello, la Universidad hoy puede recordar de Kant, entre otras muchas cosas, la importancia de mantenerse libre de todas las injerencias posibles del poder, y la tensión por realizar una investigación relevante y rigurosa, formando al mismo tiempo a los estudiantes en el uso crítico de la razón.

No son tareas fáciles, y se podría cuestionar, no sin gran parte de verdad, la misma posibilidad de independencia de las Universidades en un mundo cada vez más dependiente de los intereses económicos. Sin embargo, la función de esta sección del blog es precisamente contraponer distintas visiones de la Universidad, partiendo de escuelas de pensamiento muy diferentes, como parte de un debate para determinar hacia dónde queremos que se orienten estas instituciones centenarias.

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Comentarios
  1. Carmen Díaz Novelo dice: 02/08/2022 a las 00:00

    Es importante el tema y retomar la importancia de la filosofía como parte de nuestra formación en las Universidades, independientemente de nuestra área de conocimiento, Muchas felicidades Dra. Irene.

  2. Susana Goldmann dice: 08/03/2024 a las 00:57

    Gracias, Irene. Interesante tu análisis, que muestra cómo estas reflexiones de 300 años atrás siguen teniendo vigencia, si se es lo suficientemente crítico para verla. Pido disculpas por no extenderme más por falta de tiempo, porque tu texto lo merecería.


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