El humanismo digital

El hombre conforma una sociedad que le define y condiciona. Le define porque sus obras nos permiten conocerle. Le condiciona porque sus circunstancias son el contexto en el que vive. El conocimiento de la sociedad del siglo XXI huye de toda representación mitológica, subjetiva, teórica y, supuestamente, ideológica. Para alcanzar un retrato exacto de los vínculos humanos se opta por la estadística, por su aparente fotografía objetiva de los fenómenos y por sus cuentas sin cuentos. El dato se ha convertido en el nuevo valor deseado y para producirlo se procede a la medición de todo: pulsaciones, pasos, precios, duraciones, velocidades, calorías, temperaturas, etc.

Se pretende que la combinación de todos los datos permita crear modelos de conducta exactos que pronostiquen el futuro. Supone la eliminación de modelos teóricos y subjetivos. La razón, la experiencia y la ciencia ejecutan las resoluciones sin que sea necesaria la toma de decisiones. El protagonismo del conocimiento se traslada del conocedor a la idea medida de lo conocido. Este giro implica un cambio hacia un nuevo paradigma donde el sujeto y el objeto pasan a ser automatizados y manipulados a partir del cúmulo de datos en que se han convertido. El saber es producido por y para máquinas.

El conocimiento a partir del mero almacenamiento de datos supone la renuncia a la búsqueda de sentido, a la causalidad, a la verdad, a la diversidad y a la libertad.

De este cálculo exacto se despeja toda variable, teoría, individualidad y acontecimiento. La acumulación masiva de datos bloquea la capacidad de atención y análisis del hombre, que acaba mecanizándose por su ineptitud para distinguir y seleccionar. La paradoja está en que los resultados que ofrecen las máquinas solo representan un momento del presente, realmente ya pasado, y pretendemos que reflejen el futuro.

¿Universidades para las empresas?

En este contexto se reclama que la universidad esté “más cercana” a la sociedad. En concreto se pide que nutra de empleados al nuevo mercado laboral y satisfaga los requerimientos del tejido empresarial. Se demanda que los centros superiores de enseñanza dejen atrás la teoría, se empreserialicen y formen parte de la cadena de producción. Esto implica hacer cada vez más prácticas, fomentar las horas de taller y trasladar la docencia a las oficinas. También supone la transformación del régimen universitario al modelo empresarial: externalización de servicios, multiplicación de trabajadores temporales y burocratización para asegurar el control.

En concreto, en esta visión, la misión de la universidad sería proporcionar eficaces operarios y convertirse en el departamento de formación de personal de las empresas. La universidad debe participar en la preparación profesional de los jóvenes, pero eso no significa que se convierta en su fin.

El objetivo de la universidad no es convertir en aplicados y competentes robots a los estudiantes para que ejecuten de manera automatizada una serie de procesos ya fijados en un determinado sistema.

Frente a la tendencia hacia una universidad centrada en la instrucción técnica para proporcionar al mercado laboral graduados, cabe recordar sus orígenes de educación para la humanidad libre. A un despertador se le pide que active una alarma, pero no le dejamos fijar la hora, al autobús le pedimos que nos transporte, pero no que decida dónde. A la universidad se le puede pedir que fomente la reflexión, pero no que moldee para determinado trabajo práctico.

La universidad no tendría que formarnos exclusivamente para un trabajo: sería restrictivo y empobrecedor enseñar a hacer las cosas como ya se hacen. No se trata de enseñar a hacer algo, sino cuestionar si vale la pena hacerlo. La universidad podría ayudarnos a entender el mundo, a nuestros contemporáneos, de forma que seamos creativos a la hora de aportar soluciones a los problemas actuales.

Hoy más que nunca la universidad tendría que ayudar a las personas a descubrirse, a reflexionar, a formular preguntas, más que a aportar respuestas. Dirigir la universidad a adiestrar operarios es inútil en un tiempo de cambio de paradigma continuo. Un entorno como el que estamos viviendo, volátil, incierto, complejo y ambiguo, debería servir a los estudiantes para ser flexibles y reflexivos, contemplativos y conscientes. En fin, debería enseñar a usar la brújula más que dar rutas fijas, dar más importancia a cómo conocemos que a la información como producto.

La transdisciplinariedad convierte a las humanidades digitales en originariamente universitarias, frente a la tendencia a la hiperespecialización, porque son una manifestación de la visión de conjunto y de la inclusión del contexto.

Quienes conciben la universidad como preparación para el empleo consideran que la tradición es un peso muerto que ralentiza el progreso. Son Ícaros en caída libre que piensan que el pes de las alas les impide volar más alto. La universidad ha dado mucho en sus casi diez siglos de historia y puede dar mucho más si sigue cuestionando las caprichosas tendencias sociales, fomentando el pensamiento crítico y creando nuevos paradigmas. Para ello no precisa estar en el centro de la rabiosa actualidad, sino continuar desenvolviéndose en los límites. La universidad ofrece una perspectiva desde la periferia. Las distintas disciplinas que engloba y su autonomía le permiten atender a los fenómenos desde las zonas fronterizas y poner en duda lo que aparentemente es aceptado por muchos (incluidos los algoritmos).

En este sentido, la universidad es un faro situado entre el mar y la tierra, lo líquido y lo sólido, lo teórico y lo práctico, lo antiguo y lo novedoso, lo analógico y lo digital, lo humanístico y lo tecnológico.

Es un faro emplazado en un alto, con buena vista y a la vista. Es un lugar marginal, alejado de lo más obvio y frecuentado, donde se puede divagar, disponer de sí mismo y tomarse su tiempo. No es una torre de marfil, porque su aislamiento le aproxima a los marineros, a los riscos, a las zonas de peligro. Está emplazado para dar la voz de alarma con independencia. Sí, está enclavado en tierra firme y no se moja, no sufre los vaivenes de las olas, ni los azotes del viento (o no tanto como las embarcaciones), pero a cambio permanece en el lugar crítico, da luz a lo oscuro y voz a lo sordo, sin verse afectado por las corrientes del momento. La universidad es -o debería ser- el lugar de la mediación, del debate, donde no se acepta automáticamente lo nuevo por ser nuevo, sino que es filtrado, criticado y evaluado. Es una institución que no está cerrada al cambio, pero que no aprueba cualquier transformación por la simple argumentación del progreso.

Renacimiento digital de las humanidades

En la actualidad la universidad es empujada hacia el pragmatismo y la mercantilización en un contexto social en el que se incluye a los aparatos tecnológicos porque el hombre humaniza a las máquinas, habla con ellas y les pide compañía. Este paisaje pide la reforestación humanística del monte universitario y social. En este marco las humanidades se desenvuelven en unas circunstancias semejantes a las del Renacimiento. En ambas épocas se dan cambios radicales en la sociedad, deseos de entender el nuevo mundo en el que viven, miradas desde otros puntos de vista a lo ya conocido, diversas aproximaciones al arte, diferentes formas de comunicación, invenciones tecnológicas, aplicación de innovadores métodos en la ciencia y búsqueda del lugar del hombre en estas novedosas circunstancias.

Así como entonces las humanidades fueron puente entre la edad antigua y moderna y recopilaron para la imprenta todo el acervo cultural anterior, hoy pueden ser continuadoras de toda la tradición y traductoras del bagaje clásico al lenguaje computacional. La tecnología no obnubila al studium humanitatis, le abre nuevas perspectivas. Gracias a los medios informáticos podemos extraer conclusiones a través de la comparación de múltiples obras textuales digitalizadas, contrastar similitudes y diferencias de miles de imágenes, obtener patrones musicales, etc. La imprenta favoreció la fijación, facilitó la consulta y difundió el saber. La digitalización ofrece la oportunidad de analizar al mismo tiempo muchos testimonios, crear bases de datos que facilitan búsquedas, acercar las fuentes del conocimiento a todos los terminales. Las humanidades hoy tienen la misión de trasladar la cultura antigua, medieval y moderna a la era digital. Hemos admirado todo lo que la imprenta ha conservado de la época manuscrita. También hemos lamentado la pérdida de muchas obras que no subieron al arca de la prensa. Es el momento de sacar experiencia para nuestro tiempo. Por eso trasladamos los contenidos humanísticos a la web semántica. La traducción de nuestro conocimiento del hombre y del mundo al lenguaje de las máquinas es un paso crucial. Ha tocado a esta época trasladar a la escritura digital los saberes adquiridos por el hombre hasta ahora.

La práctica (la buena práctica) tiene una teoría previa que la fundamenta y diseña. La teoría necesita una práctica posterior que la pruebe.

Y, finalmente, esta práctica necesita una teoría que la explique, analice y comunique. Una y otra se necesitan. La teoría está presente incluso en aquello que pueda parecer más exclusivamente práctico. No hay motivo para que la época de los datos sea posteórica ni poscrítica, porque estos son una traducción del conocimiento y ya sabemos que las traslaciones conllevan cierto cambio semántico que necesita ser interpretado. Las representaciones de la realidad que se hacen a través de los datos tienen un contexto teórico de creación. Lo que hacemos no surge ex nihilo: está cargado de juicios previos, patrones preconcebidos y estrategias conocidas. Necesitamos la teoría para ser conscientes de la preteoría que trabaja en el desarrollo de datos, algoritmos, visualizaciones, etc. Esta teoría es heredera de la filosofía del conocimiento y de la ciencia. Las humanidades actuales deben aceptar el reto de reflexionar y proponer el aparato crítico que dé razón de nuestro tiempo.

No podemos dejar que los algoritmos saquen de la chistera de los datos masivos las supuestas soluciones. El almacenamiento de datos iguala y anula, son unos y ceros, por eso la memoria digital no olvida nada e ignora el acontecimiento inolvidable. La transformación digital merece una interpretación que dé razón de lo que se digitaliza, indexa y visualiza. Las humanidades pueden ayudar a encontrar, resaltar, seleccionar, destacar el grano de la paja. Esto forma parte de la reflexión sobre nuestro tiempo. Si no queremos pasar a la historia como la época invisible, tendremos que buscar la manera de preservar el inasible mundo digital. Si no queremos ser recordados tampoco como la época impasible, tendremos que ser críticos con el fenómeno digital. Las humanidades pueden favorecer el pensamiento crítico preciso para comprender nuestro mundo y la capacidad comunicativa para el diálogo.

Mañana, la segunda parte de la entrada en el blog.


Fuente: Cuaderno de Trabajo #12 de Studia XXI, Transformación Digital de las universidades. Hacia un futuro postpandemia

 

Comentarios
  1. Carmen Perez-Esparrells dice: 10/10/2023 a las 10:36

    Enhorabuena, Javier por unirte al gran equipo de Universídad!

  2. Humanismo digital II - Universidad, sí dice: 11/10/2023 a las 09:00

    […] Continuamos con la segunda parte de la entrada Humanismo digital […]


¿Y tú qué opinas?