El problema de la universidad contemporánea según Jorge Millas

Jorge Millas fue un escritor, poeta y filósofo chileno del siglo XX, galardonado con el Premio Atenea y el Premio Ricardo Latcham. No sólo fue uno de los fundadores de la Universidad Austral de Chile, en cuya facultad de filosofía ejerció como decano, sino que también participó activamente en la Universidad de Chile, casa de estudios en la cual se desempeñó como docente de la Facultad de Ciencias Jurídicas y de la Facultad de Filosofía y Educación, en la cual además sirvió como director.

Nicanor Parra, influyente poeta e intelectual chileno, llamó a Jorge Millas “un iluminado”. Pero, además, en el imaginario colectivo de Chile, a Millas se le entregó el nombre de “líder intelectual de la disidencia”.

En primer lugar, Millas expresó abiertamente su contrariedad a la “universidad vigilada” instaurada durante el régimen militar de Augusto Pinochet. Según el autor, en esta época, la universidad transitó por un período de alienación, producto de la delegación de su identidad y autonomía a manos de poderes ajenos.

En segundo lugar, y con anterioridad a los hechos recién mencionados, Millas se opuso férreamente a la reforma universitaria chilena, la cual tuvo como propósito establecer puentes de comunicación y de vinculación entre la universidad y el medio social. En esta instancia, la comunidad criticó profundamente el carácter de “torre de marfil” de las instituciones universitarias del país y exigió de forma reiterada que la universidad se pusiera al servicio del pueblo.

Para Millas, la susodicha reforma del sistema universitario, sólo devino en la intervención política de la universidad.

A continuación, y a raíz de este último punto, se presenta un breve recuento de una conferencia que Millas pronunció en el año 1962 en la Universidad de Panamá, convocatoria en la cual reflexionó sobre la esencia y la reforma de la universidad.

La universidad como función de su tiempo y su medio

Para el autor, la cuestión sobre lo que ha de ser la universidad, conduce irremediablemente a una conciencia historicista, la cual impone una condición sobre cualquier planteamiento que se pueda hacer acerca de la institución. Esto es, que la universidad es meramente función de su tiempo como también de su medio.

Sin embargo, la noción de que la universidad es función de algo que no es de ella, a saber, su tiempo y su medio, debilita la conciencia colectiva para lo que el filósofo llama “la idea absoluta de la universidad” (p. 32).

Es decir, tal como existe una determinación de la institución en cuanto ésta pertenece a un medio y a un tiempo, hay también una idea de la universidad en cuanto está determinada por “la índole de la cultura espiritual del hombre en cuanto tal” (p. 32).

En otras palabras, y según la visión de Millas, la universidad debe ser, ante todo, universidad en el sentido en el que esta alusión designa a un establecimiento que se determina por el hecho de ser una institución espiritual del hombre civilizado, antes de simplemente determinarse por las circunstancias relativas del medio y el tiempo.

Ahora, el autor se pregunta: ¿qué es aquello que no puede, en ningún caso, dejar de ser la universidad? Esto es, la universidad no puede dejar de ser una comunidad de maestros y de discípulos, destinada a la transmisión y al progreso del saber superior.

Así, la universidad es “ámbito propicio para el entendimiento y el saber” (p. 14).

Por tal motivo debemos entonces preguntarnos cuál es aquel saber superior cuya transmisión y progreso constituye la tarea de la universidad.

En la óptica del autor, aquel saber superior es el mejor saber de su tiempo, en efecto, el saber que es producto de las técnicas más elaboradas para la investigación y también para la verificación del conocimiento.

A tal efecto, “el saber superior es la única medida de la esencia y existencia universitaria” (p. 51).

Al día de hoy, este tipo de saber lo componen las ciencias, denominación que incluye tanto a las ciencias de la naturaleza física como a las ciencias de la naturaleza humana. En concordancia, el filósofo alude a la ciencia en el sentido del saber racional que posee.

Sintetizando, el saber superior que señala Jorge Millas, viene a implicar para la universidad el conocimiento como meta, la verdad y la libertad como máximas y los procedimientos tanto de la discusión y el diálogo racional como técnicas.

Siguiendo esta línea, el autor no escatima en verbalizar que la universidad no puede abandonar ninguno de estos elementos sin dejar de ser universidad.

En este sentido, la universidad debe defender el conocimiento inspirado en la verdad y en la libertad, siempre regulado por la discusión. Y si, a pretexto de dar cumplimiento a una misión latente de la época, la universidad traiciona lo recién señalado, se destruye a sí misma.

Asimismo, comenta Millas, cuando se le exige a la institución que sea función de su medio y de su tiempo, se le está pidiendo que dé resolución a la tarea de transmitir y conservar el saber crítico libre, pero siempre dentro de las nuevas condiciones que, para la transmisión del saber y su progreso, le puede ofrecer la sociedad actual.

En base a esto, la labor radica en salvaguardar el conocimiento científico y los valores que ostenta, en un ambiente que comienza a ser hostil, que dificulta su existencia. Esto es, para Jorge Millas, la gran tarea contemporánea de la sociedad.

La transmisión del saber superior en una sociedad de masas

El autor reconoce abiertamente que el cambio social contemporáneo ha propiciado nuevas condiciones para la investigación del saber y su transmisión. Sin embargo, también ha hecho posible la tecnificación de la sociedad.

Por consiguiente, “la vida humana se ha hecho función dependiente del desarrollo técnico, y la sociedad se está masificando” (p. 38).

Como consuelo, la masificación de la sociedad ha permitido que, lo que filósofos y filósofas han considerado como la dignidad y la esencia, la excelencia del hombre, pueda ser una posibilidad. A saber, “la idea del hombre como valor” (p. 39).

En función de lo recién planteado, nunca antes se habían ofrecido a la humanidad tan grandes expectativas de realizar lo humano, pero tampoco jamás se le habían presentado condiciones tan peligrosas, capaces de desnaturalizar su verdadera condición.

Ante todo, hoy la universidad debe cumplir la tarea de transmitir el saber superior, pero en el seno de una sociedad de masas. Lamentablemente, existe el peligro latente de que, en la resolución de este desafío, la universidad como institución sea aplastada “por los poderes irresponsables de la sociedad” (p. 40).

Una universidad de masas

No obstante, el autor establece una distinción entre una universidad de masas y una universidad masificada. A causa de que, para Jorge Millas, la sociedad contemporánea no puede ser sino una sociedad de masas, sin embargo, la universidad contemporánea no tiene por qué ser una universidad masificada.

A propósito de esto, para el filósofo chileno, una universidad de masas es aquella institución que transmite el saber superior, pero en relación con una sociedad que necesita de la educación más que nunca, a causa de que esta sociedad ha convocado al ejercicio del poder a quienes antes estaban privados de acceder a él.

¿Qué quiere decir esto? En habidas cuentas, que hoy día el poder está distribuido universalmente, “y la educación superior es una condición sine qua non para el ejercicio responsable y eficiente de ese poder” (p. 41).

En relación a la problemática recién expuesta, la universidad no puede desentenderse de esta cuestión. Es más, tiene la obligación de preparar a la sociedad de masas para el ejercicio del poder, no sólo del poder político, sino del poder en otras formas, y debe participar activamente para impedir el ejercicio irresponsable del poder colectivo.

Una universidad masificada

Ahora, en el tránsito para ser el poder espiritual más auténtico, mediado por el conocimiento y los valores de la verdad y de la libertad, la universidad se topará con diversos peligros que obstaculizarán su camino. Aquí señala Millas que el mayor peligro que puede atemorizar a la universidad es que ella misma se masifique.

En pocas palabras, la universidad se masifica cuando sus miembros dejan de ser individuos. Cuando dejan de ser individuos no sólo los estudiantes, sino también los maestros.

Y en este marco, dejan de ser individuos cuando renuncian al privilegio del pensamiento, que halla su origen en la virtud moral de poder asumir una responsabilidad, “sustrayéndose al automatismo al que nos llevan las ideologías y las tiranías de los grupos” (p. 42).

En vistas de este diagnóstico, Millas nos enseña cuál es el primer síntoma que se presenta cuando una universidad se masifica: la interrupción del diálogo racional. Sucede pues que ya no existe el respeto entre los miembros de la comunidad, y se deja de reconocer el derecho a la divergencia o a tener una opinión distinta a la de la mayoría.

Visto de esta forma, la herramienta que interrumpe el diálogo racional dentro de la universidad, es la violencia. En este punto, Millas es enfático al decir que la violencia en la universidad es más grave que la irrupción de la violencia al interior de cualquier otro cuerpo de la sociedad, ya que la universidad es la única organización en donde se pueden mantener a salvo los valores del conocimiento y, más importante aún, de la individualidad.

En sus palabras, la universidad “es el último refugio que, en nuestra sociedad, corrompida por el mercantilismo o por las ideologías políticas, puede encontrar el libre discernimiento” (p. 43).

Expresiones de violencia al interior de la universidad

Para el filósofo, hay múltiples maneras en las cuales se expresa la violencia al interior de la universidad. Por ejemplo, los docentes ejercen la violencia cuando se niegan a reconocer en el alumnado a personas que pueden poner en duda las lecciones.

Sencillamente porque la universidad debe ser el ámbito que propicie el hábito de la reflexión, la cual es guiada por la razón, “que a la par convence y duda” (p. 13).

Pero, a la vez, la violencia también puede ser ejercida por el alumnado. Es más, hay una forma de violencia perpetuada por los y las estudiantes que no es reconocida como tal, y que no es sólo un abuso de poder, sino también de autoridad. Para el autor, esto es la huelga universitaria, simplemente porque los y las estudiantes “tienen el deber de no interrumpir el diálogo” (p. 43).

Cuando, tal como sucede en cualquier asonada estudiantil, el alumnado afirma que, la única manera en la cual la institución puede tener un funcionamiento óptimo, es según su modo de entender las cosas y toman posesión de la violencia para imponer su visión del mundo, no notan que también están traicionando el espíritu universitario y extinguiendo el espíritu libre.

Esta suerte de revolución estudiantil. “proclama el derecho a tener razón a solas, en monólogo paranoico y ve en la tolerancia su peor enemigo” (p. 66).

Cuando se hace uso de la universidad como un instrumento político, señala Millas, sencillamente cesan la ciencia y también la crítica.

Aún más cuando el alumnado comienza a reconocer lealtades que son ajenas a la universidad, transformando a la universidad en un campo de acción política.

Millas es tajante al señalar que, “el estudiante puede y debe ser oído en todas las instancias; pero no le compete participar en las decisiones propiamente dichas” (p. 56).

En esta perspectiva, Millas indica que, si se desea que la reforma universitaria porte sentido, su norte debería ser sólo uno: que la universidad pueda fácilmente cumplir su labor de cultivar el conocimiento en una sociedad de masas, sea con cogobierno o sin cogobierno, con libertad de asistencia a clases o sin libertad de asistencia a clases.

En resumidas cuentas, el mensaje del filósofo apunta a “evitar que uno se automatice hasta el extremo de convertir las ideas en fetiches y de sacrificarlo todo ante ellas” (p. 45).

Bibliografía

Millas, J. (2012). Idea y defensa de la universidad. Editorial

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