Encuentros educativos en la tercera fase

Nuestro sistema educativo universitario sufre desde hace unos años un proceso de transformación donde prima la obsesión por medir el progreso educativo y verificar la consecución de metas. El sistema educativo copia indebidamente de los exitosos sistemas de producción industrial. De una forma u otra, el alumno o alumna es considerado un “producto” que debe sufrir una serie de transformaciones tendentes a adquirir determinadas habilidades y competencias que serán útiles para la sociedad. Estamos perdiendo como objetivo prioritario la educación de personas singulares y libres, en un proceso madurativo que no puede someterse a los estándares industriales. En este artículo, comparo el proceso educativo con la programación de máquinas “inteligentes”. Tengo la esperanza de que las similitudes de ambos procesos -que las hay- arrojen luz sobre las diferencias, que son mucho más importantes.

Programar máquinas, educar personas

Cuando en el contexto de la Inteligencia Artificial hablamos de “aprendizaje automático” (machine learning) estamos dando a entender que una máquina computacional puede aprender, puede ser enseñada. Una máquina puede aprender a reconocer rostros, a imitar el estilo de escritura de una persona o de un gremio profesional; puede aprender a ejecutar los movimientos de un cirujano o de un equilibrista; puede aprender a jugar al ajedrez o al Go mucho mejor que un ser humano, etc.

Ahora bien, ¿aprenden las máquinas igual que las personas, enseñamos a las máquinas de la misma manera que a las personas? Pienso que en la educación humana se pueden distinguir tres fases que ayudarán –espero– a clarificar la diferencia entre programar máquinas y educar personas. Claro que la distinción solo es importante para quien primero ha visto la semejanza: si el lector no la ha visto todavía, le invito a leer de nuevo el párrafo precedente.

Las tres fases que expongo a continuación no se corresponden con etapas cronológicas de la vida, sino que se manifiestan entrelazadas en cualquier edad y proceso educativo, ya sea educación de niños pequeños, enseñanza universitaria, adultos comprometidos con aprendizaje para toda la vida, etc. Como profesor de universidad -y también como padre de familia- pienso que existe el peligro de convertir la educación de las personas en un proceso de robotización. Mi ámbito de enseñanza es la ingeniería, pero pienso que el peligro no es exclusivo de los ingenieros. Si un humanista pensase que lo suyo es la creatividad, pero que lo propio de los ingenieros es resolver los problemas que otros deciden, entonces habría sucumbido al mismo mal que denuncio.

Tres fases en el proceso educativo

proceso educativo

Tres fases en el proceso educativo

Instrucción

En la primera fase enseñamos a cumplir normas concretas sin cuestionarlas. Los cubiertos se cogen de esta manera. Hay que mirar antes de cruzar. Cuando escribas un correo a tu profesor, di qué asignatura estás cursando con él. La memoria final de la asignatura tiene que tener esta estructura. Un sistema de ecuaciones lineales se resuelve así… Es una suerte de “programación” o “domesticación” de la conducta, tendente a crear hábitos que sabemos que son beneficiosos, por eso los inculcamos incluso mediante recompensas y sanciones para reforzar su proceso de aprendizaje.

En esta primera fase el foco no está en promover el sentido crítico en el educando, sino su capacidad de aprender patrones de conducta estandarizados. La evaluación de esta fase educativa –que podemos denominar Instrucción– es relativamente simple y fácilmente verificable por medio de pruebas “objetivas” que miden el grado de asimilación de esos patrones de conducta.

Capacitación

Claramente, este modelo educativo es insuficiente, y así llegamos a la segunda fase, en la cual enseñamos a valorar los objetivos, a apreciar la calidad de una obra bien hecha, que puede ser recoger la habitación, escribir un ensayo o fabricar un robot. Enseñamos el valor de la habitación ordenada, pero dejamos que nuestro hijo descubra la forma más adecuada de ordenarla. Enseñamos a distinguir un ensayo bien escrito de uno penoso, pero no podemos dar la receta perfecta para escribirlo bien. Marcamos el objetivo que tiene que alcanzar el robot, pero el alumno tiene que descubrir la forma concreta de lograrlo. En esta fase es necesario “educar el gusto” para distinguir lo bueno de lo malo (por ejemplo, un buen relato de ciencia ficción de uno malo, aunque no te guste el género de la ciencia ficción).

Esta fase requiere, además, la capacidad de evaluar si determinados medios son adecuados para alcanzar los objetivos propuestos. El educando recibe un problema, con la tarea de encontrar una solución conveniente, admitiendo que habitualmente no hay una solución única y perfecta, sino una gama de soluciones que pueden ser mejores o peores desde diferentes puntos de vista. Hay varias formas de ordenar una habitación, ya sea primando que todo quede muy compacto, o que todo sea más fácilmente accesible; en problemas de ingeniería se puede primar, por ejemplo, la simplicidad o la eficiencia, pero rara vez se puede conseguir todo a la vez.

Si la primera fase puede asimilarse a la aplicación de recetas, la segunda fase –que yo llamo Capacitación– requiere “educar el gusto”, es decir, adquirir la capacidad de apreciar la calidad de las diferentes soluciones, para poder elegir entre ellas. Este “educar el gusto” significa que los estudiantes tienen que desarrollar la capacidad de evaluar críticamente su propio trabajo, y el trabajo de los demás.

Evaluación de la segunda fase

La evaluación de esta segunda fase educativa es más difícil: podemos comprobar si el estudiante ha encontrado una solución para el problema propuesto, pero juzgar la calidad de la solución depende también de la apreciación subjetiva (no arbitraria) del profesor, que también habrá tenido que educar su propio gusto. Los estudiantes mediocres (¡y también los profesores mediocres!) tienden a resistirse a esta fase de la educación, exigiendo procedimientos de evaluación que sean totalmente “objetivos” (es decir, cerrados y medibles). Los buenos estudiantes, en cambio, disfrutan de un proceso que tiene más en cuenta sus propias inclinaciones y promueve el pensamiento crítico; estos estudiantes tienden a criticar la solución del profesor y los criterios de evaluación, ¡y a veces tienen toda la razón!

Acompañamiento

Podría parecer que con esto es suficiente… pero pienso que hay una tercera fase que es más interesante todavía. En ella el educando no se conforma con alcanzar un objetivo que otro le ha marcado, sino que es capaz de proponerse sus propios objetivos. En el ámbito donde yo enseño, un ingeniero que solo es capaz de aplicar normas y estándares, y hacer lo que le digan (y solo lo que le digan), es un ingeniero muy mediocre. Un ingeniero que tiene inventiva para resolver problemas difíciles, a menudo en situaciones nuevas e inesperadas, es mucho más valioso. Pero solo ha alcanzado su pleno desarrollo el ingeniero que tiene el empuje necesario para proponerse él mismo los problemas que quiere resolver.

Y así también animamos a nuestros hijos a que elijan una actividad extraescolar, a que se planifiquen su fin de semana, a que empiecen a crecer hacia “lo que quieren ser de mayores”. Tenemos un destino, pero también nos forjamos un destino. Pienso que no puede haber verdadera educación en la libertad si no se llega a descubrir esto.

La autodeterminación de objetivos tiene mucho que ver con la creatividad. La creatividad se manifiesta en la búsqueda de soluciones efectivas (segunda fase), pero aún más en la identificación de problemas y en la definición de los criterios para evaluar las potenciales soluciones (tercera fase), sobre todo cuando las variables relevantes no están dadas previamente en una colección cerrada y explícita, por lo que la toma de decisiones no puede ser un procedimiento algorítmico.

Dicho de otra manera, la creatividad tiene dos aspectos. Primero, creatividad en las estrategias: habiendo definido claramente el problema –el objetivo–, encontrar una o varias soluciones que satisfagan todos sus aspectos. Segundo (y más importante), creatividad en los objetivos: descubrir y decidir los objetivos que merecen ser perseguidos. Una cosa es inventar un sistema para repartir el agua de deshielo que baja de las montañas cumpliendo determinados criterios. Otra cosa es decidir a quién debe ser repartida y con qué criterios.

Evaluación de la tercera fase

¿Es posible evaluar el progreso del educando en esta tercera fase? Difícilmente, puesto que el mismo marco de evaluación está en cuestión: no hay un objetivo concreto que deba lograrse, menos aún de una manera objetiva, medible y verificable. De hecho, puede cuestionarse incluso la mera posibilidad de enseñar la creatividad y la autodeterminación. En cierto sentido, lo único que se puede hacer con quienes han llegado a esta fase es acompañarlos en un proceso de Acompañamiento –orientación o mentoring– en su desarrollo personal o profesional.

 

Méntor y Telémaco. La figura del mentor emerge en la cultura griega clásica. En la Odisea de Homero, Méntor fue el elegido por Ulises para cuidar de su hijo Telémaco en su ausencia. El personaje fue popularizado en la época moderna gracias a un libro de 1699 titulado Las aventuras de Telémaco, del escritor francés François Fénelon. El uso actual del término ‘mentor’ en el sentido de ‘tutor’ se remonta a esta obra.

No obstante, aunque no sea evaluable, no debemos pensar que esta tercera fase es ajena al proceso educativo. Incluso aunque, muy posiblemente, la autodeterminación y la creatividad no puedan ser propiamente enseñadas, en todo caso pueden fomentarse, y deben fomentarse (no obstaculizarse) desde el principio. En otras palabras, estas tres fases no son estrictamente consecutivas, sino que están entrelazadas desde su origen.

En resumen

Las tres fases que planteo para ilustrar el proceso educativo son:

  • Instrucción en el seguimiento de patrones normativos de comportamiento sin cuestionarlos (“programar el comportamiento”).
  • Capacitación para evaluar si determinados medios son adecuados para alcanzar los objetivos propuestos (“educar el gusto”).
  • Acompañamiento para desarrollar la autodeterminación y la creatividad (“forjarse un destino”).

 

Educar en la libertad: de cocineros y robots

Educar a una persona libre debe dejar espacio para la creatividad y la autodeterminación, puesto que una persona libre, al contrario que una máquina, no ha sido diseñada con un objetivo bien definido que tenga que lograr de modo verificable. Una persona libre tiene que descubrir su propio camino hacia la plenitud, su ideal personal y su originalidad, también en el desarrollo de la vida profesional, que no puede consistir sólo en alcanzar objetivos elegidos por otros. Si negáramos esto, entonces reduciríamos en la práctica el papel del profesional a ser un mero instrumento despersonalizado en manos de los demás; un instrumento “inteligente”, pero al fin y al cabo instrumento, cuya misión ha sido determinada “ahí fuera”. Y ahora podemos preguntarnos, ¿es que la misión de la universidad es “fabricar” profesionales obedientes?

Las tres fases pueden ser ilustradas mediante una metáfora culinaria: aplicar recetas, educar el gusto, y crear nuevos platos adecuados para cada ocasión con los recursos disponibles. Este es el signo distintivo de un buen chef. También se puede comparar el proceso con la programación de robots “inteligentes”, como indicaba al principio:

  • La primera fase se asemeja a la tarea de programar un robot con reglas de comportamiento.
  • La segunda fase es como dejar solo al robot para que aprenda cómo alcanzar los objetivos que se le han impuesto.
  • En cuanto a la tercera fase… pienso que la culminación de la tercera fase, con la capacidad de proponerse uno sus propias metas, rompe la noción misma de ‘robot’, al menos la noción de ‘robot obediente’ (tal como son retratados, una y otra vez, en las historias de ciencia ficción).

 

Educar a una persona no es lo mismo que enseñar a una máquina, no debemos educar a las personas como programamos a los robots. Las personas no tienen que ser programadas, sino educadas. Ni en casa, ni en la universidad, ni en ninguna parte.

 


Nota del autor:

Este artículo sobre el proceso educativo y sus fases fue publicado con el mismo título en mi blog de divulgación, De máquinas e intenciones. Una versión más académica de este trabajo, particularmente crítico con nuestro sistema universitario y su excesivo énfasis en la medida y la verificabilidad, fue publicado como: Gonzalo Génova, M. Rosario González, Educational Encounters of the Third Kind, Science and Engineering Ethics 23(6):1791-1800, December 2017. (Por cierto, que uno de los primeros revisores de una versión previa que no fue aceptada en otra revista diferente, escribió: “I would not want such engineers in my organization”). El manuscrito está accesible desde mi página académica personal. El título está, obviamente, inspirado en la famosa película escrita y dirigida por Steven Spielberg, Encuentros en la Tercera Fase.

 

 

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Comentarios
  1. antoni elias fusté dice: 07/09/2021 a las 09:40

    Un artículo, o reflexión, excelente. Enhorabuena.

  2. […] Publicado posteriormente también en UniversidadSí. […]

  3. […] Enlace al post original […]


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