La burocracia y la universidad
Sobre el origen de la palabra
La palabra ‘burocracia’ procede del francés. Como es sabido, su etimología alude al poder de los despachos, de los escritorios. Es la unión de ‘bureau’ (que procede del latín ‘burra’, un tapete de lana gruesa y basta que se colocaba sobre los escritorios), y del griego ‘krátos’, mucho más conocido, que ya sabemos que significa ‘poder’ o ‘gobierno’. El diccionario de la Real Academia tiene cuatro entradas para el término, aquí nos interesan la primera y la cuarta. La primera entrada dice:
Organización regulada por normas que establecen un orden racional para distribuir y gestionar los asuntos que le son propios.
La cuarta entrada tiene un sentido más peyorativo, también usual en nuestros usos lingüísticos:
Administración ineficiente a causa del papeleo, la rigidez y las formalidades superfluas.
Tal vez, si se permite esta frivolidad, a la burocracia le ocurre como al colesterol, la hay buena y la hay mala, y debemos procurar de reducir la mala y propiciar la buena.
Sobre la burocracia y la universidad
Mejoras objetivas
Las universidades son administraciones especialmente complejas. Y requieren de una burocracia, esto es, de un orden adecuado para alcanzar sus fines. Las páginas que Max Weber (en su obra clave Economía y sociedad -Wirtschaft und Gesellschaft, 1922-) dedica a la burocracia ponen de manifiesto la relevancia de este modo de gobierno en las sociedades contemporáneas.
No cabe ninguna duda de que las universidades tienen mucha más burocracia que aquellas en la que yo estudié, hace ya más de cuatro décadas. Y eso, a menudo, ha sido para bien.
Cuando yo estudié los profesores tenían muy pocos deberes de carácter administrativo. Daban sus clases, entregaban un programa y elaboraban, corregían y calificaban un examen. Poco más. No tenían especiales obligaciones de proporcionar a sus estudiantes lo que ahora conocemos como un plan docente, no tenían tampoco deberes de atención a los estudiantes. Cuando queríamos preguntarles algo lo hacíamos antes de que entraran en clase o después de que salieran, en el pasillo. Si no estaban en el aula cuando tenían asignada su docencia, nos íbamos al bar o a la biblioteca.
Todo esto ha mejorado y la mejora ha redundado en un modo más razonable de impartir la docencia, que protege mejor los derechos de los estudiantes. También ha representado una mayor carga administrativa para los profesores, pero es una carga asumible, y debe ser asumida porque redunda en una docencia de mayor calidad. Si el profesor no solo tiene que entregar un programa, sino que tiene que diseñar un plan que especifica qué deben hacer los estudiantes para seguir con provecho las clases y los seminarios; cuáles son las competencias que se prevé que adquieran; cómo van a ser evaluados; y tiene que complementar todo ello con un horario disponible en su despacho para tutorizar a los estudiantes, entonces es previsible que el dominio que los estudiantes adquieran del ámbito de la asignatura será más adecuado, los objetivos se alcanzarán en mayor medida.
Una mayor carga administrativa no tiene por qué mermar la calidad de la docencia.
El hic et nunc de la burocracia y la universidad
Sin embargo, junto con estas mejoras, también hemos visto como crecía exponencialmente el número de documentos, ahora aplicativos en nuestros campus globales, que los profesores hemos de cumplimentar. Y no sólo por la docencia, también por la investigación y por la gestión. Dedicamos una parte muy relevante de nuestro tiempo a estas tareas, demasiado tiempo según creo. Es una preocupación que se refleja a menudo en las conversaciones con los colegas.
Por ello, me atrevo a sugerir la siguiente propuesta: los equipos de gobierno de nuestras universidades deberían nombrar un reducido grupo de trabajo (en el que debería haber no sólo profesores, sino también estudiantes y personas de la administración), con el fin de que formularan una serie de propuestas con el objetivo claro de disminuir el peso de la burocracia en nuestras universidades. Me animo a establecer algunas líneas por las cuáles debería discurrir esta tarea:
- No solicitar NUNCA documentos que ya obran en poder de las administraciones.
- Eliminar el deber de rellenar documentos que todos sabemos que nadie leerá NUNCA.
- Simplificar muchos trámites y el contenido de determinados aplicativos en el MAYOR grado posible.
- Generar aplicativos mucho más amables, que tengan ya cumplimentados todos los datos de los que la administración dispone, de manera que los usuarios SOLO deban rellenar las novedades o bien corregir los eventuales errores.
Cuando era presidente de AQU, la agencia catalana para la calidad de las universidades, el director de entonces, el profesor Martí Casadesús, decía que debíamos aspirar a disponer de borradores provisionales como los que nos facilita la Agencia Tributaria para nuestra declaración de la renta con el programa PADRE. Es un buen modelo.
Los extremos se tocan
Un caso extremo de burocracia en la universidad, según me cuentan mis colegas más jóvenes, es el que involucra la solicitud de acreditación para poder concursar a una plaza de profesor en la universidad española en la ANECA. ¡Me dicen que requiere unos dos meses de dedicación a tiempo completo! Es, claramente, una barbaridad y una pérdida de tiempo injustificable.
Si lo hiciéramos del modo sugerido, habríamos aminorado el papeleo, la rigidez y las formalidades superfluas.
A la burocracia le sucede, si se me permite una segunda y última frivolidad, como a la sal en las paellas y los arroces (yo soy de Tortosa, muy cerca del delta del Ebro, un lugar de arroces): sin sal un arroz está soso y no apetece comerlo, ha de haber sal, pero la sal no ha de notarse, si la sal se nota, estropea el arroz, que tampoco puede comerse así.
En resumen, hemos de procurar que la burocracia en nuestras universidades esté presente sin notarse. Y, me temo, en los últimos años comienza a notarse demasiado.
Muchas gracias por el post. Me parece equilibrado y sensato, y sobre todo, recoge un sentir que es universal. El apartado referido a la ANECA es, ciertamente, lo álgido de todo el fenómeno. Y creo que se nota especialmente en carreras de humanidades y ciencias sociales. Se nos somete a procedimientos de control propios de ciencias experimentales, con unos protocolos exhaustivos, como si interpretar textos fuera pesar manzanas -todavía no hemos abandonado el siglo XIX-. Pero la ANECA parece que solo últimamente empieza a darse cuenta, aunque no se ven signos de que vaya a cambiar, todo lo contrario. La última de los sexenios es un paso más adelante -insensato, en mi opinión-, como se decía ayer en este mismo blog.
Del artículo de hoy, solo añadiría otro aspecto: además de entorpecer la investigación serena y significativa, la ANECA está penalizando la docencia, y finalmente son nuestros alumnos los que reciben las migajas que quedan cuando ya hemos asistido a todos los congresos, hecho todas las estancias, publicado los tres o cuatro artículos de impacto Q1 al año, dedicado todas las horas al proyecto de investigación, hecho revisiones por pares ciegos, dedicado horas sin fin a estrategia acreditante y sexenizante ¡y hasta proyectos de innovación docente, y asistencia a congresos de pedagogía!: vemos a los alumnos como los marxistas clásicos a los pobres: abstractos, teóricos, intangibles, allá lejos, solo como excusa para hacer, en su nombre, más estrategia, papeles, agitación por los pasillos y reuniones sin fin. De nuevo, el idealismo cientificista del XIX, tan vivo y desarrollado. Y finalmente queremos que los alumnos rellenen una encuesta de satisfacción, que se niegan a rellenar, y con razón: hace tiempo que solo se relacionan con el Campus Virtual, mucho más real que los profesores.
En fin, como de costumbre, sálvese quien pueda.
Comparto la equilibrada reflexión de mi apreciado colega, nuestro filósofo del Derecho, el profesor José Juan Moreso.
Como administrativista, añado un par de cosas:
1. Como recordatorio de lo que siempre ha sido en el seno de las Administraciones clásicas, baste recordar, ahora con nostalgia desde las universidades, el art. 35 de la Ley de Procedimiento Administrativo de 1958: “… las tareas de carácter predominantemente burocrático habrán de ser desempeñadas exclusivamente por funcionaros técnicos administrativos y auxiliares administrativos. Los demás técnicos y facultativos deberán dedicarse plenamente a las funciones propias de su especialidad.” Ese es el modelo que se mantiene en sistemas universitarios de referencia, como el alemán o el norteamericano. Un catedrático cuenta con personal administrativo cuarenta horas a la semana y con asistentes académicos. Naturalmente, ello se halla vinculado a una mayor dotación presupuestaria y -sobre todo- a un modelo de universidad distinto, en el que no hay tantos profesores o catedráticos, porque la enseñanza universitaria no requiere tantos docentes al distanciarse de la escolar en su contenido y función.
2. La autonomía universitaria ha sido “culturalmente” asimilada en España a la autogestión (es decir, al “hágalo usted mismo”), lo cual es muy distinto, de modo que tampoco están suficientemente dotadas las universidades de personal que realice altas funciones gerenciales de asistencia al autogobierno, y funciones administrativas.
3. En mi opinión, el tema de las ANECAs no es tanto una derivada de ese fenómeno que retroalimenta a la burocracia, como de un modelo de selección del profesorado, único en su género y sin paralelo en los países de nuestro área cultural, criticable por más de un concepto, y que consiste en que el que hace carrera académica se ha visto transformado en una especie de “cazador-recolector” de exigentes y numerosos méritos y de indicadores formales -a veces vacíos de contenido- que ha de acreditar en cada etapa, a cambio de una cierta “seguridad”, a falta con demasiada frecuencia de verdaderos concursos, en que obtendrá un “ascenso”. Sobre el tema escribí aquí un post: https://www.universidadsi.es/medir-la-ciencia-y-su-impacto-en-el-contexto-espanol/