La comprensión lectora de los estudiantes de las universidades españolas
“La lectura de nivel superior es la herramienta más poderosa que tenemos para desarrollar el pensamiento analítico y estratégico.”
La primera pregunta que quiero hacerle es: ¿Qué se entiende por compresión lectora en la universidad?
Cuando se habla de comprensión lectora, no nos referimos a saber leer o escribir, sino a una de las consecuencias de saber leer o escribir, que es fundamentalmente si el estudiante ha entendido exactamente lo que dice el autor en el texto escrito. Ello no es fácil si trata de temas complejos relacionados con los conocimientos profundos que se transmiten y se crean en las universidades.
No es lo mismo un texto de filosofía, que uno de derecho, de medicina o de ingeniería. Cada uno tiene un lenguaje diferente y una construcción distinta, que remite a una terminología concreta y a unos conceptos previos, y también a un determinado contexto intelectual que es preciso conocer de antemano. Sucede lo mismo con el lenguaje matemático, que es un entramado de operaciones lógicas que representan problemas complejos.
Por eso, la comprensión lectora y las matemáticas van siempre juntas y tienen mucho en común, ya que son dos aproximaciones del pensamiento humano para comprender en profundidad la realidad y el mundo en que vivimos.
Por tanto, ¿la comprensión lectora es sobre todo un proceso?
Exacto, un proceso intelectual que se aprende mediante la lectura. Para leer textos extensos y difíciles, hay que realizar un esfuerzo intelectual; no es un placer. Es una gimnasia que el cerebro ejercita con la lectura, al igual que con las matemáticas. Los estudiantes que estudian álgebra y cálculo deben hacer muchos ejercicios con los números, que también implican una gimnasia para el cerebro. Por tanto, se trata de un proceso continuado para entender lo que dice el autor. No nacemos con la ciencia infusa; nacemos con unas capacidades naturales que debemos ejercitar, sobre todo durante la educación reglada.
Aristóteles ya lo dice en una frase mítica con la cual inicia su libro primero de Metafísica: “El hombre por su naturaleza desea saber” –ese “desea” implica un proceso: no nacemos sabios.
Y ¿cómo se desarrolla ese proceso en la universidad?
En la universidad, el estudiante de primero no tiene la misma comprensión lectora que un doctorando. Durante los años que está en la universidad, el estudiante va aprendiendo todos los conceptos esenciales de su materia de estudio, el lenguaje y su contexto. Y, si llega a la facultad con esa gimnasia previa que le permite tener una buena comprensión lectora, le resultará más fácil estudiar, entender y profundizar los nuevos conocimientos que va a recibir y descubrir. Por su parte, el estudiante de doctorado, después de recorrer todo este proceso de aprendizaje y comprensión de unas materias determinadas, se convierte en un especialista en ellas, es decir, logra una comprensión más profunda de la ciencia que ha estudiado. Llegado a esta fase es cuando puede aportar algo nuevo al relato científico que ha aprendido, y tiene que expresarlo y escribirlo en una tesis doctoral.
Así es. Pero muchos profesores se quejan del bajo nivel no solo de matemáticas, sino también de comprensión lectora con que llegan los estudiantes a las universidades…
Y tienen razón, porque la educación universitaria es la fase final de un proceso educativo que empieza mucho antes, y cada vez son más los estudiantes que llegan a ella con deficiencias muy preocupantes que deberían haberse resuelto antes. La universidad española, por ejemplo, hace años que detecta el nivel de matemáticas de primero; por ello, muchas universidades ofrecen cursos preparatorios y muchos estudiantes buscan academias fuera de la universidad para reforzar su nivel. No obstante, la comprensión lectora de los estudiantes es más difícil de detectar, y esta carencia lectora también se debería poder medir y cuantificar, para buscar soluciones al respecto. Una medida urgente que se debería implementar es analizar el problema conjuntamente entre las universidades y los institutos de bachillerato. Todos sabemos desde hace años que en bachillerato muchos estudiantes abandonan la lectura.
Los libros están presentes en todas las fases educativas, desde infantil, primaria y secundaria, pero en bachillerato el nivel de lectura cae estrepitosamente, porque cambian el libro por el teléfono móvil, entre otras cosas.
Esta colaboración me parece esencial para buscar soluciones sólidas para el bachillerato, y también debería analizarse el efecto de las tecnologías y de las redes sociales en los procesos educativos. Pero volvamos a la compresión lectora de los universitarios españoles. ¿Cómo podemos saber su nivel?
Existen muchos métodos y mucha literatura profesional para evaluar la compresión lectora de los estudiantes, y algunas universidades introducen sistemas para cuantificar el nivel de sus estudiantes en los diferentes cursos a partir de pruebas. La mayoría de ellos consistentes en analizar escritos complejos y clasificar y jerarquizar las ideas clave de los textos, relacionar y definir sus conceptos básicos, determinar las fuentes de información, relacionar la tesis del autor con el contexto científico y académico concreto, etc. Estos métodos también permiten detectar el razonamiento crítico del lector, cómo redacta y cómo escribe, qué terminología utiliza, qué construcción argumental elabora, etc..
Lo fundamental es introducir la lectura de libros en las asignaturas –aunque los nuevos modelos de innovación docente no lo contemplen demasiado–, para crear el hábito de la lectura, que está despareciendo.
Las bibliotecas universitarias desde hace mucho tiempo, pero especialmente desde el proceso de Bolonia, estáis muy orientadas a mejorar las competencias transversales de los estudiantes, relacionadas con el uso y la explotación de los recursos de información científica. ¿También las de comprensión lectora?
Las bibliotecas universitarias españolas y de todo el mundo se han centrado en las últimas décadas en abordar los retos de la digitalización de la información. En los años ochenta, se automatizaron los catálogos de fichas de cartón; en los noventa, las revistas de papel pasaron a ser electrónicas, a raíz de la llegada de internet y el diseño de los servicios de la biblioteca digital, y ahora llegan los libros digitales, etc. Por tanto, toda la oferta formativa se ha centrado en alfabetizar a la comunidad universitaria en estos nuevos recursos digitales. No es lo mismo leer una revista en papel que leerla de forma digital, o consultar una base de datos especializada, etc. Este objetivo creo que ahora ya no es muy necesario porque los estudiantes y los profesores ya son expertos y los sistemas de información cada vez son más fáciles y estandarizados. Ahora creo que es necesario centrarse en este nuevo fenómeno que está surgiendo, que es la pobre comprensión lectora, provocada por la escasa lectura de libros, como consecuencia de la proliferación y el consumo de las tecnologías, a todos los niveles.
Puede que estemos ya en una época en que desaparezcan los libros como instrumento de transmisión y aprendizaje en las universidades. Y este es el verdadero problema de los nuevos sistemas educativos y que afecta obviamente a las bibliotecas. ¿Va a perdurar la lectura de libros en la educación superior en los próximos años?
Seguro que las bibliotecas disponéis de datos relativos a este fenómeno preocupante…
Sí. En los últimos años está cayendo el indicador más fiable que tenemos en las bibliotecas universitarias que es el número de préstamos de libros.
Mientras hace diez años las universidades españolas prestábamos casi 15 millones de libros a los estudiantes y a los profesores, en 2023 solo prestamos unos 6 millones, de modo que hemos dejado de prestar 9 millones de libros.
Y la tendencia es que cada año se prestan menos libros. Es decir, a este paso, en los próximos años es posible que no sea significativo prestar o leer libros en las universidades. Muchos analistas dicen que esta situación no es un problema porque se sustituirá por la lectura digital, lo cual no es del todo cierto. De hecho, otros analistas, de ahí el Manifiesto de Ljubljana, están muy preocupados porque la digitalización se traduce en un menor esfuerzo, una pérdida de la capacidad de concentración, atención y de memoria, aspectos que potenciaba la lectura, además de adquirir unos conocimientos profundos y significativos. Con las pantallas, los estudiantes reciben muchas veces un conocimiento fragmentado, rápido y pasivo. A ello cabe añadir la información falsa que corre por las redes sociales y que ya ha llegado a las universidades, así como la aparición de un fenómeno nuevo, como es el de la polarización. Y también llega a la universidad la ansiedad que todo ello produce, con patologías diversas.
Pero las tecnologías también son positivas en la educación…
Por supuesto que son positivas. Las tecnologías educativas producidas en la era de la digitalización han sido y son extraordinarias, y creo que la inteligencia artificial ayudará a mejorar, sin duda, la universidad en muchos ámbitos. ¿Quién podría pensar hasta hace poco que desde un ordenador o un móvil lograríamos acceder a cualquier información y documentación relevante en tiempo real? Bautizamos este siglo como la era de la información y la era del conocimiento, denominaciones que para los universitarios prometían una utopía feliz. Todos pensamos que, si todo el mundo podía acceder al conocimiento, seríamos más sabios. Esta era la pretensión bienintencionada de las TIC. Sin embargo, transcurridos ya casi 25 años de siglo, la realidad es otra. Ese buenismo de las tecnologías nos ha traído también graves problemas que habrá que solucionar y regular. Yo creo que los libros aún tienen un recorrido y un papel que desempeñar en esta nueva sociedad del conocimiento. Además, considero que la lectura es una gimnasia fabulosa para poder pensar y comprender de forma crítica y analítica.
Hoy, más que nunca, debemos potenciar planes de promoción de la lectura y de la escritura en las universidades, a todos los niveles, para elevar el nivel de comprensión lectora de los estudiantes y profesores, de modo que salgan de la universidad con el hábito de leer.
Esta capacidad les va a servir siempre en su vida profesional y personal. Como decía C. S. Lewis, “leemos para saber que no estamos solos”, y este es un beneficio único que no deberíamos perder.
Nota: El artículo se ha construido en forma de diálogo y las preguntas y respuestas son del autor.
Una reflexión muy acertada que con preguntas y respuestas nos invita a encontrar soluciones para mejorar la comprensión lectora de nuestros estudiantes en la era digital de la información y del intercambio de conocimientos.
Todo lo que se dice en esta auto-entrevista es obvio, pero no por ello menos positivo. Este ejercicio solipsista del autor sugiere que conoce a la perfección las coordenadas del problema, y por ello agradecemos todos la magnanimidad y generosidad de sus consideraciones. Sin embargo, hay una clave del conflicto que no es de Perogrullo, y que no consiste sólo en «mejorar la comprensión lectora» de los jóvenes, linealmente, sino en proporcionarles un motivo por el que quieran y deseen activamente leer textos.
Una de estas claves, que el autor descarta -quizá por desinterés, quizá por desconocimiento- consiste en estimular en los jóvenes determinados valores cívicos, morales y políticos de la sociedad en la que viven. Consiste en hacerles ver que la consistencia ética de la democracia y la sociedad occidentales resulta crucial en sus vidas, y que los valores de la solidaridad -claramente en riesgo en el contexto que nos rodea- solo se aprehenden y sopesan bien en TEXTOS que son frutos de pactos y acuerdos de lealtad entre iguales y entre grupos sociales.
Hay que darles ocasión para que se inclinen a leer dichos textos, y esto, en el entorno de las universidades actuales no sucede. Más bien ocurre lo contrario. El mencionado es un objetivo claro -alternativo, pero muy importante- con el que dirigirse a los jóvenes e incitarles a la lectura, más allá de que dispongan de literatura digna y hagan buenos números, lo cual es evidente. Lamentablemente este nivel de conocimiento y de estímulo ‘sociopolitico’ (incitarles a que se interesen y aprendan las bases de la solidaridad común) no lo dan las bibliotecas, cuyos representantes, en nuestro contexto cercano al menos, por cierto, y en fechas recientes, han dado muestras de frivolidad partidista, ignorancia (con referencia al Derecho Político más elemental, base de la democracia), dogmatismo ideológico o énfasis desenfocado en cuestiones lingüísticas.
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