La función de transferencia en las universidades: algunas ideas sobre indicadores clave y su aplicabilidad (II)

En la entrada de ayer (ver aquí), José Carlos Gómez Sal hacía un repaso de la situación de la transferencia en las universidades desde un plano legislativo hasta su correspondencia con la realidad. En la segunda parte, analiza las causas intrínsecas que impiden que la transferencia del conocimiento fluya y consiga su valor y reconocimiento.

Comencemos el análisis

La primera causa es consecuencia de la propia estructuración de las Universidades: me atrevería a decir que si queremos que “las universidades sean consideradas como los instrumentos más importantes para el desarrollo social y económico de las sociedades avanzadas y se potencie su valor como instrumentos de cohesión social”, esto debe ser asumido por las universidades con todas sus consecuencias y, para ello, la función transferencia debe ser considerada al mismo nivel que las anteriores. Aunque parezca obvio, el asumirlo supone cambios muy significativos en la concepción de los recursos humanos en las universidades, tanto en su estructura y dedicación como en los propios procesos de selección. Todos sabemos que este es uno de los puntos más sensibles en las instituciones de educación superior y, por tanto, de compleja solución, pero a la vez es cada día más necesario abordarlo con criterio y determinación.

Las últimas actuaciones ministeriales sobre las plantillas universitarias, tasas de reposición, dedicación, etc. y la respuesta general de las universidades obligada más a minimizar el daño que a construir para el futuro, deben incitarnos a una reflexión más profunda.

Si realmente las universidades y sus responsables creen en el valor real de las tres funciones universitarias deben exigir una plantilla adecuada para poder realizarlas con garantías. No se puede llevar a cabo esta misión con una plantilla de profesorado en función exclusivamente de las necesidades docentes, lo que conlleva muchas veces proposiciones de grados y titulaciones con motivaciones no acordes con una distribución eficaz de las potencialidades. Si a ello añadimos una distribución en la dedicación con criterios estrictos, contabilizada con horas más que con resultados, donde la transferencia no está dignificada, podremos, en el mejor de los casos, contar con el voluntarismo de algunas personas, con el que tantas veces se ha contado para superar difíciles momentos.

Creo que se ha llegado a un punto donde hay que hacer valer y ejercitar la real autonomía universitaria y alejarnos del voluntarismo para conseguir una fuerte profesionalidad. Ese ejercicio será el que pueda diferenciar a las universidades entre sí.

Aprovechando este foro de opinión, quisiera avanzar una propuesta en este sentido:

  1. Es primordial contar con recursos humanos suficientes para poder abordar las tres funciones universitarias. Para ello debería hacerse una evaluación general de lo que es necesario en función de la actividad actual desarrollada por cada universidad, estableciendo unos módulos económicos básicos para todo el Estado. Estos módulos podrán ser completados y mejorados por las Comunidades Autónomas, que son las que tienen la responsabilidad de las universidades.
  2. Cada universidad, en el uso de su autonomía, establecerá unos objetivos para desarrollarlos con la asignación que le corresponda, y adecuará las plantillas del modo que considere pertinente (funcionarios, personal laboral, PAS, técnicos, etc.) para conseguir los objetivos planteados.
  3. Respecto a la dedicación del profesorado, como norma general debe ser de dedicación total a la universidad, aunque pueden y deben contemplarse dedicaciones parciales en determinadas figuras. Pero la distribución de esta dedicación a las tareas universitarias debe ser flexible y en función de las responsabilidades en cada momento y situación, por tanto revisable cada año. Hemos de constatar que varias universidades tienen ya establecido un pacto por la dedicación o mecanismos de evaluación de la dedicación del profesorado.
  4. Cada cierto tiempo, dos o tres años, deberá ser analizada la consecución de objetivos y en función de ello la financiación básica deberá ser modificada, en positivo o en negativo.

Esta propuesta obligaría a las propias universidades a tomar en su mano su propio desarrollo en ejercicio de la autonomía universitaria, con rendimiento puntual de cuentas, pero a la vez con el compromiso de las administraciones de asegurar los mínimos básicos para lo recursos humanos de la universidad y mejoras en el caso de cumplimiento de objetivos.

Por tanto, se deduce la necesidad de una evaluación adecuada de todas las funciones universitarias y en especial más precisamente de la transferencia. Dejaré para nuevas contribuciones este punto, en el que estamos trabajando activamente por mandato de CRUE y con la coordinación de Salustiano Mato, rector de la Universidad de Vigo. Sí debo avanzar que el concepto de transferencia trasciende al mero compromiso con las empresas y hay que considerarlo tal como se expresa en el documento de la EUA “Smart People for Smart Growth” de 2001:

“The breadth of university-based research has its impact at many levels in the economy and society. Innovation comes from contributions across the full spectrum of sciences from engineering and technical sciences, medical and life sciences to the social sciences, arts and humanities. Wider interdisciplinary perspectives will also be needed to tackle the growing societal challenges effectively” .

Les emplazo para seguir nuevos posts sobre este tema en univerdad. 

 

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