De la miseria en el medio profesoral
Las personas que conmigo compartan edad (próxima a la jubilación) o la superen, e incluso algunos más jóvenes aficionados a la historia de las ideas, habrán reconocido en el título de estas paginitas un recuerdo al opúsculo situacionista publicado en Estrasburgo en 1966 con sus primeras palabras: “Sobre la miseria en el medio estudiantil” y, de seguro, habrán tenido algún miedo de pensar que en los siguientes renglones pudiera intentarse algo parecido a la continuación del título del famoso texto: “Considerada bajo sus aspectos económicos, políticos, psicológicos, sexuales y particularmente intelectuales, y algunas formas de tratarla”.
Pues no tengan miedo de encontrar lo que no por falta de ganas, lo confieso, no va a poder ser buscado en estas líneas. En realidad voy a hacer ligeros comentarios sobre lo que específicamente y en su aspecto estricto corresponde al concepto de “miseria”, o sea sus aspectos económicos y lo que puede extenderse, a partir de ellos, al desarrollo de la función profesoral, que consiste, creo, en enseñar.
Por motivos que se me escapan, la atención de estos últimos días se vuelve a poner en una de las múltiples perversiones a las que nos tiene acostumbrados este país de nuestras querencias (o sea, España en lo que a mí respecta). Llamo perversión a la capacidad extrema de disfrazar el cumplimiento de la norma con actuaciones que nada tienen que ver con ella. O configurar normas que nada tienen que ver con la realidad. Hasta el punto que con la combinación de ambas líneas de actitudes creamos realidades que resultan simplemente inexplicables. Esquizofrenia en estado puro.
Llamo perversión a la capacidad extrema de disfrazar el cumplimiento de la norma con actuaciones que nada tienen que ver con ella.
Y una de ellas consiste en confiar buena parte de la enseñanza universitaria a un conjunto de profesores que se agrupan con el nombre de “asociados” (o sea, socios de otros, pero no en pie de igualdad, sino “pegados” a ellos, a-sociados), que, en teoría, desarrollan su principal actividad fuera de la Universidad y que vuelcan en el alma máter el tesoro impagable de esa experiencia profesional que a los socios (o sea, a los profesores no asociados y que parece que no la tienen) les viene muy bien, resultando tal cooperación entre teoría (es el planteamiento teórico) y práctica (la de los asociados) en una arcadia feliz en la que los enseñados (los estudiantes) reciben todo tipo de bendiciones.
Y aquí está la perversión, porque la mayor parte de los asociados no son profesionales y, además, desarrollan su función por unos 300-400 euros mensuales aunque esa sea su única actividad profesional (para más detalles vid. el excelente cuaderno de trabajo nº 9 de Studia XXI, “Demografía universitaria española: aproximación a su dimensión estructura y evolución», de Juan Hernández Armenteros y José Antonio Pérez García).
Esta es la descripción de una situación muy generalizada en las Universidades españolas, con mayor peso en unas que en otras y con diversidades según áreas de conocimiento. Eso es lo de menos. Lo de más es saber –por experiencia y por números- que alrededor del 50% de la carga docente de las Universidades públicas españolas (no hablemos de las otras) se desarrolla por este tipo de personal (en general, por el no funcionario, por el no permanente) a quien los profesionales (los teóricos de la teoría) debemos estar inmensamente agradecidos, por cierto.
Esa realidad inventada pero, finalmente, real, resulta tremendamente perversa. Porque la proclama constante de los cargos públicos –sean universitarios o de los otros- es que el objetivo es la Universidad de la excelencia, la excelencia en la investigación, la excelencia en la calidad. Y para predicar con el ejemplo (con la acción) se configuran unos criterios de acceso a la acreditación que, como se ha hecho público, buena parte de los actuales premios Nobel de las áreas científicas no estarían en capacidad de sobrepasar. ¡Toma ya! O ¡Ahí queda eso! Porque queda.
Con esos mimbres (que son permanentes, porque así estamos desde 1983) no es nada extraño que la actividad científica y el progreso de la investigación y de la docencia en España, haya alcanzado cimas incomensurables. ¡Y las que alcanzará con las adecuadas políticas! Bastaría rebajar cien euros más la retribución de los asociados, o aumentar un 10% la carga docente que asumen, para que la excelencia rebosara por las costuras europeas y alcanzara, como marea imparable, las costas de la Universidad inglesa, norteamericana o japonesa. Si además de eso, exportábamos en la cúpula de la marea, nuestro también incomparable modelo de gobernanza universitaria, en muy pocos años solo se hablaría español en las ceremonias periódicas que se celebran en Oslo y Estocolmo.
Pero lo que digo en relación a los asociados no es exclusivo para ellos. Los sueldos de los ayudantes, de los profesores ayudantes doctores, de los titulares o de los catedráticos, no aguantan comparación con ningún grupo funcionarial. Y ello que para la mayor parte de las categorías que he nombrado, se exige el título de Doctor, cosa que no es requisito ni para los Letrados del Consejo de Estado, por poner el ejemplo, quizá, de cuerpo más excelso en sus conocimientos. Y el problema, aunque sea ésta la fácil respuesta, no consiste en imputar a la crisis económica este resultado. Los orígenes de la situación que narro vienen de mucho más atrás en el tiempo y guardan relación con el concepto de “lujo” con que, en el fondo, siempre se ha contemplado en este país a la enseñanza superior y a la investigación. Salvo destellos casi irreales (como estrellas fugaces cuyo rastro se acaba en un suspiro), como la Junta de Ampliación de Estudios, algunas actuaciones en la Segunda República, las buenas intenciones de la Ley General de Educación de 1970, o el período de más o menos diez años que sigue a la Ley de Reforma Universitaria de 1983, la enseñanza universitaria no ha sido algo más que un dolor de cabeza para los responsables políticos entrando en el catálogo de “preocupaciones varias”. Hoy las élites no se educan mayoritariamente en las Universidades públicas y animo a un trabajo particular sobre la cuestión cuyos resultados (donde se educan los responsables de las grandes corporaciones, bancos etc…, si se quiere hasta los ministros, aun cuando éstos hoy no pertenecen a las élites a las que me refiero) serían sorprendentes. Y descorazonadores.
Los sueldos de los ayudantes, de los profesores ayudantes doctores, de los titulares o de los catedráticos, no aguantan comparación con ningún grupo funcionarial.
Y dejando esa pequeña digresión vuelvo al tema: Es obvio que alguien deberá algún día reflexionar acerca del modelo de profesorado que quiere para la Universidad española. El que se debería alcanzar. Es decir: no el de las normas. Es decir: no el de la realidad (¿o sí?), sino el de la utopía, el que corresponde para que buena parte de nuestros compañeros profesores (no en la década de los veinte o de los treinta de edad, precisamente) puedan acompañar a su misión profesoral palabra distinta de la miseria. De la miseria económica, sin más (¿cuántos libros o suscripciones de revistas se pueden comprar con 400 euros mensuales?), y sin referirme a los aspectos políticos, sexuales, psicológicos e intelectuales, tal y como clamaban hace más de sesenta años, aquellos estudiantes de Estrasburgo que se atrevieron a poner en solfa y desde su específica posición ideológica, la situación acomodada, acomodaticia, en espera, en silencio, del medio estudiantil del momento.
Lo de los profesores asociados es el elefante en la habitación, o en el aula.
Y además, incluso en los pocos casos en que «sí» se trata de alguien con esa experiencia en su campo profesional, tampoco sirve para mucho, porque normalmente el asociado tiene que hacer en su hora de clase los ejercicios 3, 4 y 5 del capítulo siete del temario, y no se le da ocasión de comunicar a los alumnos ninguna experiencia profesional en absoluto.
Más profesores ayudantes doctores que hagan carrera universitaria. En unos años no van a existir más que despachos profesionales a los que se encargue la docencia. Somos una vocación en extinción…..
Esto no es más que una punta más del iceberg a la deriva de la Universidad española. Parece antifrágil (ver Taleb) al devenir de los tiempos actuales y futuros. Cumplió un papel clave durante los últimos 30 años, pero ahora, con la pirámide poblacional invertida, y la fuga de talento científico y técnico a otros países, no creo que en el futuro cercano (a 15 o 20 años vista) siga igual de antifrágil como hasta ahora. No somos un país para la Universidad del futuro (+ global), y pronto nos daremos cuenta. Muchos campus, muchos edificios, instalaciones científicas, etc.; pero la creatividad científica (de cualquier disciplina) no la harán los instrumentos y labs automatizados por sí solos, ni los futuros robots o la Inteligencia Artificial. Y, por supuesto, la dirección estratégica.
Estas semanas se está mencionando en la prensa al colectivo de profesores asociados como un ejemplo de empleo precario en la universidad. Pero esto es una cortina de humo. Los asociados hacen una contribución útil, pero no son profesores universitarios, impartir unas pocas horas de clase semanal no te convierte en uno. ¿Por qué? La mayor parte de los asociados no son investigadores, no lo han sido nunca, y no podrían serlo aunque quisieran, porque carecen de la formación altamente especializada que se requiere para ello. Tengan o no un reconocido bagaje profesional, lo cierto es que su bagaje académico es (excepto contadas excepciones) bastante escaso. Y esto sucede porque escogieron otra trayectoria. No tienen un doctorado, ni un postdoc en centros internacionales de prestigio, ni publicaciones en revistas cientificas de impacto internacional. No podrían dirigir tesis doctorales que generen artículos publicabes y citados por la comunidad internacional. No son académicos, y aquí ya está dicho todo. Su contribución a la universidad es valiosa, ayudan a instruir en materias sencillas a numerosos alumnos con presupuestos limitados, pero no forman parte del cuerpo central de la universidad. En muchas universidades anglosajonas se les llama externals, para remarcar tal condición. La prensa parece mezclarles con los ayudantes y becarios de investigación, pero esto es en general erróneo. Es en los contratos de académicos en formación pre y postdoctoral, donde habría que poner el énfasis, especialmente en los contratos de incorporación de doctores; diseñando sistemas de tenure track que tan buen resultado dan internacionalmente.
José Vidal, ahí está justamente el problema: si los asociados fueran «externals» todo estaría en su sitio. Pero el problema es que para mucha gente una plaza de asociado es el sucedáneo (o la continuación) de las becas o contratos de investigación. Hay asociados que sí investigan, que tienen publicaciones, que están haciendo el doctorado o incluso son doctores, y que esta es su única manera de seguir vinculados a la Universidad porque no hay otras posibilidades. Una plaza de asociado no es el lugar para estas personas. Pero no pocas veces la elección es: plaza de asociado, o renuncia a su carrera académica. Como bien dices, un sistema tipo «tenure track» cambiaría mucho las cosas.
Neila, entiendo que hay casos en que esto sucede, pero creo que son la excepción más que la regla. Además, esto no es una imposición externa a la universidad, hay opciones disponibles. Existen diversas alternativas como contratos de profesor visitante, profesores interinos, y contratos laborales (como ayudante y contratado doctor,) que las universidades pueden usar si lo desean, ofertando una amplia gama de sueldos. No es el ideal, pero son mecanismos que usan muchas universidades para no tener que pervertir los contratos de asociado. Creo que los contratos de asociado no son el problema.
Por supuesto, los contratos de asociado no son el problema, sino el uso que se hace de ellos. Ojalá cuando hubiera necesidades docentes en un departamento se convocaran plazas de ayudante, ayudante doctor, contratado doctor… Lo triste es que el presupuesto no siempre lo permite (cualquiera de ellos cuesta bastante más que un asociado), y supongo que ahí está la raíz de casi todo el problema.
Dejando aparte cuestiones políticas, coyunturales o no.
Dejando aparte argumentos variados, con frecuencia inexistentes o distraídos, dirigidos a intentar demostrar que España es paladín en docencia e investigación.
Dejando aparte que en la memoria histórica de la sociedad española, sanidad y docencia han sido atendidas por altruismo a lo largo de muchos siglos, en ocasiones hasta bien entrado el siglo XX. Y que, en consecuencia, los poderes públicos aún no han asumido del todo sus inaplazables obligaciones en materia de enseñanza e investigación.
Dejando aparte otras cuestiones y centrándonos en el debate que nos propone Antonio Embid, la experiencia me asegura que la creación de plazas de profesores universitarios como «asociados» -cuando los asociados, por principio, no son profesores universitarios, pues están empleados principalmente fuera de la universidad-, es un problema acuciante que ¿hay voluntad de solucionar?
Para mi gusto, son tres los problemas principales que -mientras no se resuelvan- seguirán bloqueando la creación de plazas nuevas de genuinos profesores universitarios.
Plazas nuevas de verdad, dotadas con sueldos y estabilidad laboral razonables, para que los jóvenes con vocación y cualidades se puedan emplear en la Universidad y nos puedan tomar el relevo.
Un problema, quizá el más difícil de resolver, es la crisis de poder en docencia e investigación.
Otro, el problema económico que disimula el anterior y permite a las Universidades dedicar los recursos económicos escasos a otros menesteres más coyunturales y volátiles, pero también más persuasivos para sus destinatarios.
Por último, la endémica mala gestión de las universidades públicas; principalmente las grandes universidades públicas.
El poder en la universidades era detentado por unos pocos profesores hasta hace hace una o dos décadas. En ocasiones, todavía persisten las tradicionales situaciones de poder, al parecer sin fecha de caducidad.
Poder en ocasiones ejercitado para el bien del común, de la docencia, de la investigación y de nuestra profesión. En otras -no pocas- dirigido a la atención de intereses creados y no tanto de la excelencia.
Hasta la fecha no se ha podido hallar una solución a esa crisis de poder aglutinante, sin el cual en España -dicen- nos paralizamos.
Por desgracia, hay que cambiar todo para que nada cambie, como le dice Tancredi a su tío, el príncipe Salina.
Pero ¿cómo cambiar el sistema de poder en las Universidades españolas del siglo XXI, para que todo siga igual? Aún no hay respuesta definitiva.
De lo anterior se deriva, pues, que -mientras tanto y en lo referente al personal- las universidades seguirán contratando a profesores eventuales y muy baratos, para que cubran el expediente de la docencia allá donde se necesite y sólo cuando se necesite.
Es decir, seguirán posponiendo lo razonable y -ahora sí- acuciante e imprescindible. Repito: apoyar la formación de jóvenes en las tareas universitarias. De manera que, finiquitada la labor de esta nuestra generación, haya otra que nos reemplace.
Ese reemplazo no se puede conseguir con profesores asociados.
En esencia, el problema más serio es la falta de inversión en educación, que afecta también a la educación superior. Dicho esto, también es posible que haya que hacer una re-estructuración de las universidades, porque la evolución de la natalidad en España eventualmente se notará en las aulas, y el sistema de universidades público, diseñado para atender al baby-boom, tendrá que ajustarse. En este sentido, es lógico que no se repongan todas las plazas, y algunos centros tendrán que cerrarse. El segundo problema es que nadie dirija este proceso de forma coordinada y racional…ahora mismo muchos recursos se malgastan.
Desde luego, José. De acuerdo con todo.
Los que citas son otros de los numerosos problemas que confluyen. Muy importantes, por cierto.
Pero, por ejemplo, es verdad que no se repondrán todas las plazas de contratados y numerarios. Pero es que … hasta ahora no se está reponiendo casi ninguna, pues los acreditados continúan en su plaza «transformada». No están entrando profesores nuevos.
Otra: en la UCM -de primera mano lo digo- se convocan poquísimos contratos de ayudante, y para las carreras de Ciencias. Una plaza totalmente nueva de catedrático, titular o contratado doctor ¡ni sé desde cuándo no se convoca!; digo «totalmente nueva», o sea, no para atender a los acreditados. Al menos, en Derecho es así.
Por último, es muy ilustrativo el artículo https://elpais.com/elpais/2018/02/10/media/1518290545_788562.html?id_externo_rsoc=TW_CC «La plantilla en la Universidad pública».
Olvidé que según https://elpais.com/tag/universidad/a, de hoy (14 febrero de 2018), uno de cada cuatro docentes de la Universidad es profesor asociado.
[…] publicado en Universidad, Sí por el Dr. Antonio Embid Irujo, Catedrático de Derecho Administrativo en Universidad de […]
Aunque esto no tiene que ver con la esencia del debate, es lamentable que en un foro universitario se den semejantes patadas al idioma español. Me refiero al erróneo uso de «eventualmente» que hace un participe, al parecer bastante puesto en los asuntos universitarios, pero con errores de primaria. Por otra parte, me indigna el uso que se ha hecho de la figura del asociado convirtiéndolo en un empleado con salario de miseria y contrato «eventual».