La milonga de los pactos educativos
Un horizonte de reformas legislativas
Inevitablemente cada vez que el Gobierno de turno intenta la aprobación de una ley educativa surge, entre otros de los muchos comentarios que la reforma siempre suscita, la cuestión del necesario pacto educativo en materia de enseñanza como medio de evitar la sucesión de leyes, con pocos años de diferencia entre ellas, que la falta de consenso sobre unos principios básicos educativos ha llevado permanentemente consigo. Eso ha sucedido en el pasado y vuelve a suceder ahora cuando la actual mayoría gubernamental recorre los últimos trámites parlamentarios para conseguir una nueva ley que ha obtenido, en su trámite en el Congreso, el record histórico (español) de lograr la aprobación por solamente un voto sobre la mayoría exigida (se trata de una ley orgánica).
La sucesión de leyes educativas refleja la falta de consenso sobre algunos principios básicos.
Como en el futuro previsible (o, en todo caso, probable) se anuncian posibles reformas de la legislación relativa a la enseñanza universitaria, con modificaciones en la actual legislación tanto en cuestiones generales como en lo relativo al personal docente e investigador (según los distintos borradores que por ahora se manejan), las reflexiones sobre esta constante de nuestra historia educativa pueden tener alguna utilidad también en lo relativo a la materia específica de este blog, la Universidad.
Los pactos sociales: una necesidad
La verdad sea dicha que quien firma estas líneas es un convencido de la necesidad de los pactos sociales (no solo políticos) en la enseñanza (y en otras variadas materias) y como otros muchos, ha tenido a lo largo del tiempo sensaciones de ritmo apagado y de tono nostálgico, cada vez que transcurría una oportunidad para el acuerdo y que éste, si intentado, se malograba.
Cómo no recordar ahora la ocasión, con el Ministro Gabilondo encargado de la tarea, en la que más cerca estuvo de lograrse ese objetivo. Muchos reteníamos entonces el aliento, entre el sentimiento de incredulidad y la lucecita de la esperanza, durante las fechas en que parecía a punto de conseguirse un consenso básico sobre una serie de cuestiones y pensábamos, que de suscribirse el pacto, se inauguraría una nueva etapa de la educación en nuestro país. Observados, como profesor universitario, los desmoralizadores efectos que las sucesivas reformas arrojaban sobre la capacidad y los conocimientos de las generaciones que me tocaba enseñar año tras año, se comprenderá que era legítimo mantener un sentimiento de esperanza ante lo que parecía ser un giro completo en la forma de proceder.
De haberse suscrito entonces un pacto educativo, hablaríamos de una nueva etapa en la educación de este país.
Desaparecerían, pensaba, algunas polémicas y discusiones inútiles, y se inauguraría un nuevo tiempo en el que los objetivos a conseguir se centrarían, exclusivamente, en la forma de mejorar la calidad de nuestros estudiantes y, por ende e inevitablemente, la del conjunto del país. Uno creía adivinar un tiempo singular y hasta alegre, como de baile vivaz de una pareja fuertemente entrelazada. Pero no fue así.
Engaño y cuento
Ese sentimiento de esperanza fue sustituido por un amargado cinismo cuando percibí, como si de un engaño o cuento se tratara, que las apelaciones al pacto educativo no alcanzaban a recubrir completamente lo que usualmente –esa fue mi percepción- era la realidad de las cosas: la enseñanza era un campo apropiado para mostrar las diferencias –para sus protagonistas, radicales- entre las diversas opciones políticas. Concepciones irreconciliables que servían para proyectar la imagen de lo que subyacía a cada oferta política. Pronunciados los eslóganes desde la oposición, se le decía al país que esos constituirían las piedras básicas de la acción de gobierno si se llegaba, tras un proceso electoral, a él. Ondeadas las ideas desde la confortable posición del poder, eran el signo de lo que iba a ser acción de gobierno en los siguientes años.
Pero para quien estaba y está, como yo, acostumbrado a contemplar los toros desde la barrera, no se percibía la distinta situación de la afirmación del castellano como lengua vehicular (en los lugares conflictivos), o de la prohibición de cobro de cuotas en la enseñanza concertada, según quien gobernara, por poner ejemplos sintomáticos y sin profundizar más sobre tan peliagudas cuestiones en estas pocas líneas. Y ello porque en la vida diaria daba igual quien gestionara la enseñanza, dado que la abstención en el actuar en relación a estas cuestiones –y algunas otras- era palmaria. Engaño y cuento.
Hablemos de pactos o de «milongas»
Pero lo cierto es que el espectáculo de la discusión o de la riña era, y es, para algunos ingenuos –o muy jóvenes-, apasionante, pues los clichés utilizados presentaban el haz y el envés de una manera tan nítida, tan atrayente, que hasta las neuronas más perezosas, se animaban a estirarse y conectar con otras semejantes, activando de cuando en cuando el ingenuo, o el joven e ingenuo, hasta su misma participación, incluso, en el combate dialéctico.
La educación es el espectáculo de una riña apasionante.
Con lo que llegué hace tiempo a la conclusión, de que los avatares de los pactos educativos en España eran enteramente semejantes a los de la de la milonga argentina, al menos si seguimos casi todas las acepciones que en el Diccionario de la Real Academia de la Lengua se ofrecen para la palabra milonga. Y por ello, si algún lector se anima a repasar este pequeño esbozo del discurrir, observará cómo ha aparecido en él el “ritmo apagado y tono nostálgico” que se ejecuta con la guitarra, que es la primera de las acepciones que nos da la RAE de la milonga. Pero también es milonga el “baile (argentino) vivaz de pareja enlazada”, que constituye la quinta acepción. Aunque un discurrir más ajustado nos sitúa muy pronto ante el “engaño o cuento” que es la séptima de las acepciones, en sentido coloquial. Finalmente, y es lamentable, todo nos lleva a observar, espantados, la discusión o la riña, pues “se armó la milonga”, es la última de las acepciones que nos trae el Diccionario, con la útil precisión de que es una expresión coloquial argentina.
Dicho esto solo me queda recomendar muy vivamente que escuchen o vuelvan a escuchar muchas veces la Milonga del Ángel, del maestro –en casi todos los sentidos- Astor Piazzolla.
Excelente, realista y lúcida reflexión sobre las oportunidades perdidas. Gracias, profesor Embid.
Opino que con vuestra educación pasa lo que pasa en toda América Latina, con una honrosa excepción donde la educación es la acción transformadora e integral que debe ser para todo se humano. Pero que miedo tienen los poderosos desde los que manejan los hilos de la economía, hasta los malos políticos, que las personas que acceden a la educación tengan en primer lugar pensamiento crítico, y para que sirve ésto? para que las personas puedan evaluar, valorar lo que les dicen, lo que les prometen, y que no haya más milongas por ésto o por aquello, la buena educación es para conseguir transformar al ser humano, hacer de él un verdadero ciudadano, consciente de sus derechos y responsabilidades , que pide rendición de cuentas. NO TIREMOS LA TOALLA AHORA, hay que seguir apostando por ese sueño.