Profesores universitarios: o reciclaje o caducidad
Hace unos días impartí la primera clase del curso en Londres. Siempre es una gran experiencia, porque tengo cerca de 350 alumnos, lo que de por sí intimida. Pero además, viniendo de España te dejan muy impresionado. Pueden aguantar dos horas callados sin problemas; cuando hago preguntas para que contesten “in situ” por vía electrónica (LectureTools, TurningPoint o similar) contestan mayoritariamente muy bien; y si pregunto algo directamente a la audiencia siempre hay un buen puñado que están dispuestos a hacer aportaciones sensatas.
Y ante unos estudiantes de tanto nivel, las inseguridades de uno se hacen más evidentes: ¿realmente unos chicos y chicas como ellos se merecen a un trozo de corcho como yo? ¿Se puede hacer algo para mejorar su experiencia y aprendizaje?
Este no es el lugar para psicoanalizarme, claro, pero la pregunta es seria. Cada año muchos millones de estudiantes universitarios en todo el mundo son los receptores de una lotería alocada. ¿Les tocará un buen profesor o un mal profesor? ¿No podríamos sustituir a un mal profesor, o incluso a un mediocre profesor, por una buena película, posiblemente interactiva? Es verdad que los estudiantes en niveles inferiores tienen un problema parecido pero, como recordaba recientemente Mariano Fernández Enguita, en su caso las escuelas proveen, además de educación, servicios de “aparcamiento” que hacen menos probable una solución puramente tecnológica, al menos de momento.
Y es que los medios actuales permiten cosas verdaderamente increíbles. Uno podría realizar un curso de economía por ordenador, protagonizado por Julianne Moore y Eddie Redmayne (los dos últimos Oscar a mejor actriz y actor), con guión de Greg Mankiw o Paul Krugman (los autores de los textos introductorios más vendidos), con preguntas de elección múltiple interactivas (como las que tenemos en el CORE Econ) y distintos itinerarios según cómo se contestara a esas preguntas y, por supuesto, adaptados los intereses del estudiante. Un equipo de ayudantes, posiblemente instalado en diversos países alrededor del mundo, contestaría a las dudas que fueran surgiendo sobre la marcha.
A alguien le parecerá que esto no puede funcionar. No estoy de acuerdo. Ya ha habido ensayos con tecnologías mucho más primitivas y diseños menos ambiciosos que dan resultados mejores que los de una clase presencial. En 1981 (¡1981!) se publicó un meta-análisis de 65 estudios sobre los efectos de la instrucción por vídeo.
De los 65 estudios, 37 encontraban que la instrucción por vídeo era superior, 28 que era inferior, y 17 no hallaban un efecto significativo. Teniendo en cuenta no solamente el signo, sino el tamaño de los efectos, los autores encuentran una diferencia de aproximadamente 0.15 desviaciones estándar. La siguiente tabla detalla los efectos para distintos tipos concretos de tecnología.
Dada la fecha del estudio es natural preguntarse por qué no hemos cambiado ya la tecnología. Es una pregunta importante, y volveremos a ella, pero antes observemos un par de estudios más recientes. Ciñéndonos a la comparación del vídeo con la instrucción presencial es muy interesante el artículo de Zhang y coautores de 2006, no por el mero hecho de ser más reciente, sino porque investigan el efecto de la interactividad del vídeo.
El estudio se basa en un experimento que consiste en tomar una clase de un curso sobre sistemas de información de gestión de distintas maneras. Los 140 participantes en el estudio, procedentes de distintas áreas de conocimiento (desde artes a ingeniería) se asignan aleatoriamente a una de cuatro condiciones, en varias de las cuales se utiliza un sistema de enseñanza por ordenador llamado LBA («aprendizaje vía preguntas»): (1) LBA con vídeo interactivo, (2) LBA con vídeo no interactivo, (3) LBA sin vídeo y (4) instrucción presencial.
Los participantes realizan una pequeña prueba antes de comenzar para determinar su conocimiento de base, y después de terminar la sesión hacen un examen y un cuestionario. Si nos fijamos en la siguiente tabla, donde se muestran las diferencias de resultado entre los tratamientos, veremos que las diferencias son grandes y significativas entre el vídeo interactivo y todos los demás, los cuales, a su vez, no presentan diferencias significativas entre sí (las estrellas señalan que la diferencia es significativa al 1 por ciento). Este resultado es importante porque señala la importancia de la interactividad, algo que solamente ha comenzado a ser relevante muy recientemente.
Estos resultados no son una casualidad, un meta-análisis reciente muestra que los sistemas de tutorización por ordenador interactivos, son indistinguibles estadísticamente de sistemas de tutorización “humanos”, y claramente mejores que enseñanza no sin tutores. Y también hay evidencia de que las tareas con papel y bolígrafo corregidas no son mejores que las corregidas por ordenador.
Todo lo anterior sugiere que podemos estar cerca de un cambio muy importante de tecnología en la universidad.
Los grandes (o pequeños) auditorios con clases magistrales pueden llegar a ser algo del pasado muy pronto. La inversión que universidades como MIT o Stanford están realizando en MOOCs (Cursos en línea masivos abiertos) sugieren que las universidades punteras, más cercanas a la frontera tecnológica, ya anticipan esta posibilidad.
Es posible que los profesores universitarios adopten como reacción una estrategia ludita. Alguien me contó que en su universidad intentó realizar un experimento (ojo, un experimento, no un cambio radical inmediato) con un MOOC y el profesor responsable del curso no paró de poner dificultades más o menos espurias hasta que el proyecto descarriló. Seguro que estas estrategias individuales serán apoyadas en algunos casos por la administración universitaria y quizá por los gobiernos. Pero hay que andar con cuidado, si una universidad o un gobierno experimenta con la alternativa y tiene éxito, puede ser muy difícil parar el cambio.
Y también hay, efectivamente, que considerar la eventualidad de que la superioridad de la nueva tecnología no exista. Después de todo, la posibilidad de hacer cursos a distancia ya existe hace mucho tiempo. Primero cursos por correo, luego grabaciones de audio, y luego de vídeo y, a pesar de todo, no ha cambiado apenas el dominio de las universidades de ladrillos y hormigón en el último siglo.
Creo que, por una mínima prudencia, las universidades deben comenzar a pensar en una estrategia de adaptación.
Como mínimo deben pensar si continúan las lecciones magistrales y si adoptan estrategias que aumenten de manera exponencial la interactividad en el aula. Si quieren, es decir si queremos, sobrevivir en este negocio, tenemos que pensar cómo ofrecer un servicio que sea difícilmente replicable por una máquina.
_____
*Entrada publicada también en NeG con el título «¿Cuánto nos queda a los profesores de universidad para ir a la cola del paro?»