La sociedad digital y la empleabilidad: dos grandes retos para las universidades (I)

Muchos sectores y empresas están percibiendo que la sociedad digital genera innovaciones extraordinariamente disruptivas que además se introducen cada vez de forma más acelerada. Generalmente los sectores tradicionales responden a esta situación tratando de “digitalizar” su actividad. Pero cada vez más se percibe con claridad que esta estrategia resulta insuficiente y la solución más tarde o temprano lleva consigo una profunda transformación empresarial.  Es lo que experimentan prensa, bancos, comercio, industria del automóvil, muchas vertientes de la producción industrial, el marketing e incluso la propia toma de decisiones estratégicas donde la inteligencia artificial toma un creciente protagonismo. Ya son muy numerosas las actividades afectadas en un fenómeno creciente de “uberisation and disruption”.

Claramente y aunque los economistas hayamos jubilado el temprano término de “nueva economía”, estamos en una nueva era económica.

A la luz de esta situación cabe plantearse qué pasa con la educación universitaria. ¿Le afecta la sociedad digital de forma tan severa? ¿Es también necesaria como dicen algunos una reinvención radical? ¿Sería cierto que estamos inmersos en una zona de confort ajena a las necesidades de una sociedad de nuestro tiempo?

La sociedad digital y el modelo de universidad

Desde hace seis años venimos organizando un encuentro anual en la UIMP donde debatimos estos temas. Tengo la sensación de que la mayor parte de las predicciones que han hecho los expertos durante estos años han quedado muy conservadoras conforme pasaba el tiempo. Dicho de otra forma “nos hemos quedado cortos”, y esto pese a lo atrevido de algunos diagnósticos y o lo “agoreros” que resultaban hace pocos años algunas pronósticos.

En realidad, la universidad está percibiendo cada vez “señales” más “intensas” y relevantes desde la sociedad digital. 

En mi opinión, el riesgo de no ser suficientemente proactivos ante estas “señales” puede conducir a agravar la brecha entre unas universidades más proclives a la innovación digital y otras más pasivas. Esta brecha puede extenderse entre países,  sencillamente porque en nuestra era del conocimiento y la economía global el desarrollo del talento y  la capacidad para impulsar la economía creativa se están erigiendo no sólo como uno de los factores claves para la innovación y la competitividad sino en una base fundamental para sobrevivir empresarialmente. Cada vez más, afortunadamente, se percibe que los cambios son tan acelerados e intensos que están reñidos con la pasividad y la inercia.

La situación actual exige prospectiva, anticiparnos a identificar tendencias e introducir cambios, quizás algunos de hondo calado.

Las universidades actuaron con mucha diligencia a finales de los noventa y al inicio del milenio explotado sus recursos digitales (campus virtuales, enseñanza online, digitalización de materiales, modernización de procedimientos administrativos, plataformas como Universia,  etc.) y también fomentando la universalidad y la máxima difusión del conocimiento a través de los contenidos abiertos. Iniciativas como las del MIT con el OpenCourseWare en 2002 y su seguimiento por Universia fueron de una relevancia extraordinaria.

Pero estas iniciativas no sólo nunca pusieron en cuestión el modelo de universidad vigente, sino que incrementaron su eficiencia y nos propiciaron una buena imagen innovadora ante la sociedad. Pero la situación actual no es la misma. Lo que ha cambiado radicalmente en los últimos años es la cultura digital de nuestra sociedad y muy especialmente de nuestros jóvenes.

He subrayado con frecuencia que el fenómeno de los MOOCs debe verse sobretodo como un indicador relevante de desarrollo de la sociedad digital y las universidades deben ser extraordinariamente diligentes a la hora de evaluar sus implicaciones. A mi modo de ver han cambiado dos cosas de forma muy significativa. Una, la propia “demanda masiva”, estamos hablando de la conformación de un “mercado global de educación” en toda regla que, desde aquel  “experimento” de Sebastian Thurn con su exitoso curso de inteligencia artificial, se ha puesto de relieve a través de numerosas plataformas como Coursera, Edx, Miriadax, Unimooc (210.000 emprendedores)…

Los nativos digitales están diciéndonos que ya han llegado y quieren aprender de otra forma, que están abiertos y receptivos a una formación masiva online que les facilite su futuro profesional.

La segunda cosa es la revolución tecnológica creciente y permanente. Los recursos digitales que se han desarrollado en los últimos años están cambiándolo todo de forma bastante silenciosa pero muy acelerada: la inteligencia artificial, el ecosistema del móvil y las Apps, el vídeo, la nube, la analítica, el big data, la realidad virtual… Todo esto está creando una nueva cultura social mezclada con recursos digitales de un gran alcance.

Los campus virtuales al uso reproducen y se adaptan perfectamente a nuestra enseñanza tradicional. En cambio, los actuales recursos digitales convulsionan nuestro modelo educativo, exigen cambios muy relevantes y probablemente una reinvención de nuestro sistema vigente. Sé que esto no es percibido así por quienes no conocen a fondo el desarrollo de la economía digital. Algo de lo que hasta los propios economistas parecen algo distantes.

No todos quieren ver que los MOOCs son únicamente la punta del iceberg. No sólo tienen implicaciones para las universidades a la hora de desarrollar una oferta online: las mayores implicaciones están en la necesidad de reinventar las clases presenciales y la propia universidad presencial. No sé si la solución va por la vía del “aula invertida” o la de “aprender haciendo”, pero estoy seguro que hay que explorar con determinación y urgencia todas las vías que aporten valor a la presencialidad.

Hay que decir que algunas universidades privadas online ya los están haciendo y con una diligencia notable. Los resultados se verán en muy poco tiempo.

 

 

 

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