Soy universitario, luego pienso

Después de una vida dedicada al ámbito académico, tenemos la certeza de que la libertad nunca es cómoda. No es una novedad. Nunca lo ha sido. No lo es hoy en día, ni probablemente lo sea para las próximas generaciones. Lo impide el pensamiento único y esa malintencionada cultura de la cancelación que se ha instalado para mediar en la controversia política.

Pensar sin miedo

No cabe engaño posible. La vida nos enseña que hoy, como ayer, o como será en un futuro incierto, tener un pensamiento crítico o escasamente acomodaticio (pensar sin miedo), sigue siendo incómodo, cuando no improcedente, ya sea a nivel personal como académico. Por esta razón, quienes nos entregamos, con mayor o menor acierto, a la enseñanza de las Ciencias de la Antigüedad no podemos dejar pasar ninguna oportunidad para alzarnos contra un ambiente político-cultural que nos parece escasamente edificante.

No puede serlo porque la libertad únicamente puede aflorar en espacios en los que el pensamiento se convierte en una cadena ininterrumpida de preguntas (Filosofía), o donde la libertad de expresión cuestiona, interroga, reprueba y desaconseja. Pero cuando los grupos de opinión señalan, penalizan o recriminan en aras a una ortodoxia oficial, surgen, como en el relato Ante la Ley (Kafka), esos guardianes sin alma, encargados de cuidar y vigilar, celosamente, cualquier desviación de un pensamiento que nos vuelve amnésicos, en seres sumisos al Estado (Carl Schmitt).

Cuando esto ocurre, la voz del poeta se asoma para recordarnos:

“Caíste como cae un hombre muerto. / No hay un mármol que guarde tu memoria; / Seis pies de tierra son tu oscura gloria” (Borges).

Una gloria de la que se apropian los nuevos doctrinarios. Suya es la verdad. Suya la única ortodoxia. Suyo el poder inquisitorial. Afortunadamente, no somos una isla en un aciago y tormentoso océano. La lucidez de Stefan Zweig viene a nuestro encuentro para recordarnos que:

«Desde que comenzó el mundo, todos los males han venido de los doctrinarios, que, intransigentes, proclaman su opinión y su ideario como los únicos válidos. Esos fanáticos de una sola idea y un único proceder son los que, con su despótica agresividad, perturban la paz en la tierra y quienes transforman la natural convivencia de las ideas en confrontación y mortal disensión”.

Pensar en libertad y escribir con honestidad

Sabemos que nos movemos en arenas movedizas. También sabemos que escribir estas palabras no es políticamente correcto. Además, sabemos que no nos va a granjear el beneplácito de una parte de la comunidad académica. Por último, sabemos que algún lector discrepará abiertamente de nuestras palabras. Está en su derecho.

Nuestro derecho consiste en pensar en libertad y en escribir con honestidad.

Diríamos más: como profesor universitario, nuestro deber nos obliga a no caer en el estéril desasosiego o en la funesta equidistancia. Pero, sobre todo, nos obliga a no aceptar que los pliegues más recónditos de nuestro ser puedan verse colonizados por pensamientos, doctrinas y visiones que, por herméticas y excluyentes, no compartimos. Porque una cosa es asumir un comportamiento cívico y otra muy distinta es aceptar, sumisamente, categorías mentales que solo nos pueden conducir a esa sequedad moral de la que hablaba Max Weber. El coste es alto. Pero es un precio que se debe pagar:

“El genio solo puede alentar libremente en una atmósfera de libertad. Los hombres de genio son, ex vi termini, más individuales que los demás, menos capaces, por consiguiente, de adaptarse. […] Si son de carácter fuerte y rompen sus cadenas, se convierten en punto de mira de la sociedad, la cual, no habiendo logrado reducirlos al lugar común, les señala solamente como ‘turbulentos’, ‘extravagantes’ o cosa parecida”.

Los pilares de la universidad

Esta es una realidad que conocemos bien. Por lo tanto, si actuamos en conciencia, no podemos ni ignorarla ni postergarla por más tiempo. Ante esta disyuntiva, dos preguntas asaltan nuestro escenario mental: ¿por qué la Universidad y la Cultura se hallan en crisis? ¿Cuáles son los férreos pilares sobre los que se debería erigir la Universidad del siglo XXI?

Responder a estos interrogantes no es tarea sencilla. Se necesita tiempo, mesura y reflexión. Tras más de cuarenta años transitando entre aulas, seminarios, congresos y despachos universitarios, nos atreveríamos a señalar, al menos, cinco grandes pilares: transmisión del Saber,  transmisión de la verdad, formación, profesorado y alumnado.

Me detendré ahora en los tres primeros: la búsqueda del saber, la transmisión de la verdad y la revalorización de una enseñanza integral, llámese Paideia o Humanitas. Sobre estos tres grandes sillares se formó la Universidad. Nuestra duda es si se han minimizado en favor de las nuevas tecnologías, de los inocentes cursos pedagógicos, de los incomprensibles cronogramas o de la funesta e infinita burocracia. La duda no solo permanece, sino que se acrecienta, dolorosamente, con el transcurrir de los años.

Vivir y pensar la Universidad

Vivir y pensar la Universidad es la tarea a la que está llamado todo profesor universitario. Si no lo hiciéramos, ¿qué nos diferenciaría de aquellos “nuevos bárbaros” de los que hablaba Ortega en su Misión de la Universidad? Poco o nada. Y cuando la nada o la desidia se instalan, sin darnos cuenta, nos vamos convirtiendo en simples burócratas, en funcionarios que han asumido que las aulas y los despachos son meras “oficinas docentes” (Unamuno), en fríos tecnócratas de la palabra, de la investigación y de la enseñanza.

No es este el camino por el que deseamos transitar. Ni el sueño que teníamos cuando ingresamos en la Universidad: ser el profesor que no tuvimos. Esta fue nuestra consigna. Lo es hoy día, y esperemos que lo siga siendo el resto de nuestra vida. Una vivencia y una vocación que nos ha llevado a exclamar, ante nuestros atónitos alumnos: ¡Soy universitario, luego pienso!, porque el pensamiento siempre será un refugio eficaz contra la desidia y el claroscuro que deja la cegadora burocracia en nuestras vidas.

La compañía de la verdad

Frente a la burocracia, frente a la pugna entre Cronos –el tiempo de los pautados programas– y Kairós –el tiempo educativo–, ninguna verdad nos es tan próxima como esa palabra que nos impide vivir en absoluta soledad. Ella es nuestra herramienta. Es nuestra morada. Nuestro ser más querido. Sin ella se apaga la luz del pensamiento, y sin pensamiento no hay docencia, solo la orfandad que deja el frío y desalentador PowerPoint o ese alma sin cuerpo que es la IA, a la que nosotros no nos acogeremos.

Creo en el ser que piensa y que busca incansablemente la verdad, es decir, en el ser humano, y en esa palabra que inspira y ejemplifica, atrae y suscita un deseo de imitación y de experiencia capaz de eximirnos de toda docilidad.

¡Soy universitario, luego pienso!

Permítanme que vuelva a exclamar: ¡Soy universitario, luego pienso! Lo soy, porque la inquietante pregunta que escribiera Hölderlin en su elegía Pan y vino sigue viva en lo más profundo de nuestra conciencia: “¿Para qué poetas en tiempos de miseria?» Mi respuesta es parca: para no vivir en la indigencia intelectual.

A este consuelo nos acogemos, nosotros, docentes que sabemos que los deseos y los sueños solo se alcanzan cuando transitamos por el camino de la verdad y del saber. Es la única forma que tenemos para acudir a esa palabra que piensa, interroga y descubre. Un pensamiento que nos advierte, con machacona insistencia, que la cultura no es otra cosa que “lo que el hombre añade al hombre” (Savater), y la docencia, lo que el docente aporta a sus alumnos: esa huella imborrable que les deja con el rigor de sus palabras y el cocimiento que ha atesorado a lo largo de los años. De no hacerlo, baldíos habrán sido sus esfuerzos y sus anhelos.

Ante esta realidad, vivida y sentida, la escritura de Dante evoca una verdad inalterada:

“Leyendo por placer un libro un día / supimos del amor de Lanzarote […] / La lectura juntó nuestras miradas / muchas veces y nos ruborizamos, / pero todo ocurrió por un pasaje” (La Divina comedia. Infierno).

Esperemos que esas lecturas lleguen a nuestros alumnos, y una vez leídas, las hagan suyas. Si lo hacen, el espíritu universitario habrá entrado en su vida.

Quien escribe estas líneas, lo sabe. Lo sabe, porque lo ha vivido.


univerdad es el blog de Studia XXI, un programa de trabajo dedicado a la reflexión sobre el presente y el futuro de la Educación Superior.

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Comentarios
  1. María dice: 05/09/2023 a las 10:40

    Muy bueno

  2. PATRICIA SUSANA MARTINEZ PERONI dice: 05/09/2023 a las 11:51

    Excelente artículo…Enhorabuena…

  3. Luis Ballesteros Andreu dice: 05/09/2023 a las 16:51

    Habrá gente que se negará siempre a pensar por el dolor que conlleva. Ya lo dijo Alaska: «una vez pensé y lo pasé tan mal que no lo volveré a hacer».

  4. Raul Orellano dice: 05/09/2023 a las 18:18

    Excelente artículo. Muy necesario en estos tiempos…

  5. Víctor Husé dice: 06/09/2023 a las 08:55

    No deberíamos tener miedo a seguir dando nuestra opinión, desde el fundamento, respeto y argumento, pero desgraciadamente, cada vez sale más caro hacerlo.

    Debemos escuchar, leer y ver diferentes puntos de vista, digerir toda esa información, y a partir de ahí formar nuestra opinión.

    Esta práctica que tanto escasea en nuestra sociedad y que tan mal vista está, es justamente lo que me enseñó usted.

    Pensamiento crítico.

    Llevamos unos años con una presión ambiental que no todo el mundo está dispuesto a soportar.

    El totalitarismo es silencioso, pero desgraciadamente está dando sus frutos.

    Estoy convencido de que nos encontramos en la 4°fase de la mítica frase de Michael Hopf:

    Los tiempos difíciles crean hombres fuertes, los hombres fuertes crean tiempos fáciles,
    los tiempos fáciles crean hombres débiles y
    los hombres débiles crean tiempos difíciles”.

    El pensamiento crítico, el respeto y la libertad de expresión, como sociedad, ha muerto.

    Como individuo sabemos pensar, como masa, somos vulnerables.
    La masa siempre ha sido vulnerable, pero hoy día ha quedado completamente anulada.

    Por otra parte, es más fácil engañar a alguien que convencerle de que le han engañado.

    Mientras queden maestros como usted, el pensamiento crítico perdurará, porque enseñar a pensar es casi más importante que enseñar a andar.

    Eso es lo que usted hace, ENSEÑAR A PENSAR.

    Es obvio que existe una clara diferencia entre un buen profesor y un mal profesor, pero la diferencia es gigantesca cuando comparamos a cualquier profesor con un maestro.

    No cambie nunca Juan Alfredo!

  6. Oscar Urquizu dice: 06/09/2023 a las 09:00

    Un artículo para guardar y volverlo a leer cuando las sombras de la apatía intelectual se asoman por la ventana del aula universitaria o del despacho del profesor universitario.

  7. Ana Martín dice: 04/06/2024 a las 20:06

    Alfredo enhorabuena
    Escribes como piensas y eso te honra y nos honra


¿Y tú qué opinas?