Universidades traslúcidas más que transparentes
Transparencia es una palabra de moda de la que todo gobernante que se precie hace gala, pero que a la hora de la verdad se lleva a cabo de una manera parcial, interesada y torticera, porque no resulta conveniente exponerse en demasía.
Nuestras universidades no son una excepción. Sus portales de transparencia se llenan de informes, más o menos actualizados, con documentos en formato PDF que resultan poco (o nada) accesibles, legibles y usables, en lugar de aportar centros de consulta, donde los interesados pudieran hacer sus peticiones en tiempo real y de abrir los datos para facilitar hacer tratamientos automatizados y sacar conclusiones que permitiesen detectar los puntos fuertes y las áreas de mejora, ya no solo de una universidad sino de un sistema universitario en conjunto, es decir, avanzar hacia un gobierno abierto de las universidades.
No obstante, ¿estamos realmente preparados para ese nivel de madurez a la hora de exponernos públicamente? No es difícil de imaginar la gota de sudor en la frente del gestor con tan solo pensarlo, ni la sonrisa del periodista de turno ante los jugosos titulares que podría publicar, porque la realidad es que, lamentablemente, lo que actualmente vende de nuestras universidades es el morbo de la comparación con el vecino, el fracaso de no estar entre las mejores del mundo según tal o cual ranking (sin conocer los entresijos y motivaciones de estos) o las malas prácticas debidas precisamente, en una buena parte de los casos, a falta de control y de transparencia.
Pero parece que hablamos de los gestores de nuestras universidades como si estos fueran de una casta especial, cuando no son más que nuestros compañeros que durante un corto período de tiempo van a asumir unas responsabilidades para las que les ha habilitado el resto de la comunidad universitaria. Por tanto, ¿no será que nosotros mismos en primera persona no estamos tan preparados para tanta transparencia? Como muestra un botón, por ejemplo, ¿qué porcentaje de investigadores tiene abierto un perfil público en Google Scholar?, siendo este el perfil digital por excelencia para cualquier investigador, otorgándole la máxima visibilidad a su producción académica y ejemplo de transparencia de su trabajo frente a la comunidad científica y la sociedad en general. Es más, de aquellos que sí cuentan con este perfil público, ¿cuántos son los que lo mantienen actualizado y curado por ser conscientes de la importancia que tiene para ellos como individuos y, por transitividad, para sus instituciones? Y siguiendo la cadena de preguntas, ¿cuántas son las universidades que cuentan con una estrategia para que sus investigadores tengan un perfil digital actualizado y visible, a la vez que ponen medios para apoyarles en esta tarea, no exenta de esfuerzo personal y tiempo de dedicación, de forma que los indicadores alimenten sus portales de transparencia?
La respuesta positiva en términos cuantitativos a estas tres simples preguntas iría disminuyendo según el orden en que han sido planteadas, lo cual es solo una muestra de la cantidad de trabajo que queda por hacer para adecuar nuestras universidades a una realidad que en el siglo XXI ha cambiado drásticamente. La tecnología y la digitalización han revolucionado las reglas de juego y los modelos de negocio. Ya no es suficiente con tener acceso a la tecnología, sino que hay que incorporarla en los procesos nucleares de una forma inteligente y eficiente. Esta es una de las claves de la transformación digital de nuestras universidades, que ya no están solas y tienen que competir dentro del ecosistema de la educación superior con otros actores y organizaciones que han surgido de forma nativa en este contexto digital y, por tanto, han adoptado sus realidades y prácticas de una forma mucho más natural.
En este camino de transformación digital de los procesos universitarios, los datos y la calidad de los mismos juegan un rol protagonista para definir estrategias y tomar decisiones, a la vez que se cumple con la normativa vigente con respecto a las directrices éticas, de seguridad y privacidad, avanzando de forma decidida y consciente para volver realmente transparente un panorama que, en el mejor de los casos, diríamos que actualmente es más bien traslúcido.