26-J: «humanicémonos», eso es lo importante

Con la amarga resaca del “Brexit” todavía en nuestros cuerpos; inmersos, me imagino -escribo estas palabras antes de ir a votar-, en conversaciones de todo tipo a raíz del resultado electoral, me propongo hacer una breve reflexión sobre el lugar que ocupa la universidad en todas estas cuestiones, de la mano de Martha C. Nussbaum.

En la introducción de “El cultivo de la humanidad” (2005), Nussbaum comienza haciendo referencia a una tensión prolongada en el tiempo y latente en las sociedades modernas: aquella que se produce entre el antiguo y nuevo método de enseñanza y que condenará a muerte a Sócrates. Lo que subyace a todo este relato, en mi opinión, es la contraposición de dos lógicas: de un lado, una lógica instrumental, que aludiría a todas a aquellas prácticas, metodologías y aptitudes que nos habilitan para el desempeño. Por el otro, una lógica humanística, que se referiría, de nuevo, a aquellas prácticas, metodologías, aptitudes que nos mueven hacia el enjuiciamiento. La primera  es la clase de procesos formativos que, cargados de racionalidad, impregnan el mundo que nos rodea (complejidad, profesionalización, tecnocratización, mercantilización… la jerga ya conocida, vaya)y  nos prepara para triunfar en nuestras “empresas” (personales, sociales, limitadas o anónimas). La segunda, a través de lo que comúnmente denominamos “pensamiento crítico”, es la que nos mueve hacia el entendimiento (tolerancia, respeto, igualdad, libertad… ¡qué les voy a contar!).

Consciente de las limitaciones de unas definiciones tan escuetas y, de por sí, discutibles, parto de la firme convicción de que nuestras sociedades adolecen de injustificables ausencias de razonamiento crítico.

Cómo si no se explica lo ocurrido en Gran Bretaña o el surgimiento de populismos de toda condición por el viejo continente. Por poner sólo dos ejemplos. John Dewey decía, allá por 1916, que “con el desarrollo de la civilización aumenta la distancia entre las capacidades originales de los seres inmaduros y las normas y costumbres de las personas mayores”. Veamos algo de esto.

Me llegaba esta foto por WhatsApp:

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Reconozco que no he comprobado la exactitud de los datos, pero sí he podido contrastar que el «Bremain» ha sido respaldado de forma muy mayoritaria por la juventud. Sólo pretendo poner de manifiesto que, en la mal llamada «sociedad del conocimiento», en la que tenemos espacios casi ilimitados de acceso a la información, resulta más importante que nunca la habilidad para enjuiciar de forma razonada.

Existe una imperiosa necesidad de formarnos para ocuparnos de las cosas de todos. Esta misión, ciertamente, no debe corresponder en exclusiva a la universidad (habrá que articular otros mecanismos) pero, sin duda, como centro estratégico del conocimiento, la universidad debe jugar un papel esencial.

Pero, cuidado, el error estriba en pensar que para adquirir ese pensar críticamente hace falta ponerse a leer a toda la “vieja escuela” (de Platón a Kant, por mencionar los que «me entraban» a mí en la etapa escolar). Retornando a nuestra autora, voy a tratar de sintetizar las recetas que ella propone para «el cultivo de la humanidad»:

  • Habilidad para el examen crítico de uno mismo y de sus propias tradiciones (“vida examinada” de Sócrates), considerando que nuestra democracia, “al igual que la de la antigua Atenas, tiende a razonar de manera apresurada y descuidada, y a sustituir la verdadera deliberación por la injuria. Necesitamos enseñanza socrática para cumplir la promesa de la ciudadanía democrática”.
  • La capacidad de los ciudadanos de verse a sí mismos no sólo como ciudadanos pertenecientes a alguna región o grupo, sino también, y sobre todo, como seres humanos vinculados a los demás seres humanos por lazos de reconocimiento y mutua preocupación. La idea sería que primero somos humanos y luego judíos, blancos, catalanes, ingleses, y un largo etcétera.
  • Imaginación narrativa o la capacidad de pensar como si uno estuviera en el lugar de otra persona, y comprender las emociones, deseos y anhelos que el otro pueda experimentar (y que no carece de sentido crítico), puesto que, a menudo, con nuestra imaginación arrastramos nuestros propios juicios.

En lo que sigue del libro, se ocupa de analizar una serie de ejemplos en universidades estadounidenses en los que se ha intentado promover esta clase de educación, y sobre los que no puedo extenderme. En definitiva, se trata de fomentar, y esto lo digo yo, una serie de contextos educativos en los cuales podamos aprender -sin menoscabo del hábito que en la práctica se requiere- a enjuiciar razonada y críticamente las cuestiones que nos conciernen a todos.

Para terminar, quería retomar una cuestión que he dejado a medio: esa necesidad de formación no incluye sólo a los universitarios y, por tanto, no solo debe circunscribirse a la etapa universitaria.

En sociedades tan complejas como las nuestras, las circunstancias son sumamente cambiantes y, en consecuencia, es preciso que esa reactualización del pensamiento crítico alcance (en la medida de lo posible), a todas las esferas de la sociedad. La explicación del cómo, nos llevaría a unos cuantos post más, por lo que no me detendré en eso. Pero es necesario que se re-forme especialmente nuestra clase política, nuestros poderes económicos y, en general, todos aquellos que formamos parte de la sociedad. En definitiva, lo que se pretendería conseguir (y sonará a quimera) es que todos los participantes de la política enjuiciemos las circunstancias difuminando nuestros intereses personales, nuestras emociones, y nos encaminemos hacia formas de pensar en lo común más razonables. A mí, personalmente, me gusta pensar que esto es lo democrático, y no otras cosas.

 

¿Y tú qué opinas?