El saber y la universidad: el placer de la vida intelectual (II)
A pesar de todo, la vida intelectual es un placer
Uno de los elementos más interesantes del libro de Zafra es su estilo, en el que se conjugan la vida, la imaginación y el análisis. Algo similar, mutatis mutandis, ocurre con el libro de Zena Hitz, publicado por Ediciones Encuentro con el título de Pensativos. Los placeres ocultos de la vida intelectual, cuya edición original apareció en Estados Unidos en 2020.
«Reminding us of who we once were and who we might become, Lost in Thought is a moving account of why renewing our inner lives is fundamental to preserving our humanity». Princeton University Press.
Hitz comienza el ensayo con una narración de su vida académica: su fascinación por la universidad, las lecturas y los seminarios interminables; el desánimo que le embargó y que diagnostica en casi todos sus compañeros, que le llevó a abandonar la institución durante varios años; y la posterior reconciliación con la universidad, con la docencia y la investigación.
Al igual que Zafra, Hitz identifica al “intelectual profesional” como una persona apasionada que termina desanimada por las condiciones en las que realiza su trabajo. Ahora bien, en lugar de analizar los procesos administrativos que minan al investigador, se centra en las dinámicas generadas por la propia institución. Por supuesto, los condicionantes económicos no son desconocidos para Hitz, que admite, por ejemplo, que “un golpe de suerte” fue clave para su éxito académico y para su estabilización profesional.
Hitz se muestra más preocupada por las dinámicas informales, que trocaron la fascinación en desilusión, la sencillez y profundidad de la discusión filosófica en la complejidad y superficialidad de la competición por el prestigio.
¿Cuáles son los males que condujeron a Hitz a abandonar la universidad?
La lista es amplia: en primer lugar, como una de las enseñanzas iniciales en su etapa de posgrado, Hitz aprendió a quién admirar y a quién criticar. En vez de conversar durante horas en seminarios larguísimos, descubrió que las discusiones académicas consistían en una lucha de egos, en una competición contra los compañeros que escondía tanto el miedo al fracaso como el ansia de prestigio y de ser alabado. En segundo lugar, descubrió que esta competición no escatimaba en crueldad, que toda oportunidad era buena para humillar a los demás y así realzar la propia figura. Por último, que esta competición se mezclaba con las conversaciones filosóficas, lo que diluía las fronteras e impedía identificar los fines de una conversación, sin que se supiera bien cuándo se estaba ante una conversación conceptual y cuándo ante una lucha por expresar la superioridad.
Si bien las anteriores dinámicas resultan familiares para cualquier que haya hecho un posgrado, los problemas no quedan ahí.
En un determinado momento, Hitz modificó su tema de tesis, lo que no solo le llevó a perder años de trabajo, sino también la confianza en sí misma y en su capacidad. Lo cual no es sorprendente, si las dinámicas universitarias consisten en una competición por el prestigio en la que la humillación está permitida. Además, Hitz quedó pronto traumatizada al comprobar la inutilidad de la academia. Ante la inmensidad de los problemas del mundo, la universidad se muestra impotente, aislada en su torre de marfil. ¿Cómo quedarse quietos ante el sufrimiento? Una vez que obtuvo un puesto permanente, nuestra autora experimentó la soledad y el aburrimiento de la vida académica, incapaz de influir en el mundo y, al tiempo, de mantener la intensidad de los debates de juventud. Actuar se convirtió, para Hitz, en una necesidad.
Descubrir desde «lo oculto»
A pesar de todas las desilusiones, Hitz se reencontró con los placeres de la vida intelectual. No lo hizo en la universidad, que abandonó durante unos años, sino fuera, lavando platos en una remota comunidad religiosa. Allí, liberada de la presión por los resultados inmediatos, descubrió que el verdadero aprendizaje se realiza en lo oculto, en las relaciones personales y no en la educación masiva. Al contrario que en sus clases universitarias, masificadas y anonimizadas, Hitz redescubrió los placeres de la vida intelectual en las actividades intelectuales, individuales, preservadas y cultivadas en comunidad. Descubrió, también, que la vida del estudio no solo es apta para los profesionales, sino para cualquiera. Por eso, en el libro abundan los ejemplos de personas ajenas a la academia que profundizan con pasión en algún tema.
Si hubiera conocido a mi jubilosa abuela, Hitz, sin duda, la habría incluido en su santoral particular.
En este proceso, descubrió también que el aprendizaje es una forma de servicio amoroso, que no se contrapone con el amor a los demás, sino que expresa ese amor. A través de innumerables narraciones, Hitz defiende que el saber no es digno por los efectos que produce, sino que es digno por sí mismo; que la vida intelectual puede florecer en cualquier lugar -en la cárcel, en la pobreza, en el campo-, lo que no exime de criticar las condiciones de trabajo en el capitalismo actual.
Aprender sobre la universidad
Y en esta evolución, ¿qué aprendió nuestra autora sobre la universidad?
En su diagnóstico, Hitz no difiere demasiado de Zafra: si el trabajo intelectual no consiste en la repetición compulsiva de procesos, sino en la profundidad con la que se analizan los temas, entonces el conocimiento va mucho más allá de la absorción de las opiniones correctas.
Así, del mismo modo que Zafra denunciaba la estandarización de las universidades, Hitz hace lo propio con su “opinización”, es decir, su desvinculación de la investigación seria y su reducción a la opinión, a la catequesis.
De esta forma, globalización y reducción identitarias no serían sino dos efectos de la misma causa: la pérdida de la libertad para estudiar de manera seria, más allá de las opiniones y de los objetivos inmediatos.
La propuesta final de Hitz no se desvincula del diseño institucional de la universidad, sobre el que considera que hay que “poner el foco de atención en este momento de crisis” (226). Sin embargo, el conjunto del libro apunta mucho más allá de la universidad y se centra en los hábitos de estudio. Por ese motivo, a lo largo de libro abundan los relatos, las historias, las vidas, que buscan despertar en el lector el deseo de estudiar.
Mañana más…
TOTALMENTE DE ACUERDO. FABIOLA MENENDEZ UNIVERSIDAD NACIONAL DE CORDOBA. FACULTAD DE CIENCIAS ECONÓMICAS. DOCENTE DEL PROFESORADO DE ENSEÑANZA MEDIA Y SUPERIOR Y DE LA ASIGNATURA ADMINISTRACIÓN Y SISTEMAS DE INFORMACION GUBERNAMENTAL DESDE 1997