El saber y la universidad: el placer de trabajar con pausa (I)

El afán de saber

El del saber no es un deseo exclusivo de los universitarios. Todos conocemos a personas cultas, sabias, estudiosas, que dedican su tiempo libre a investigar en algún tema que les apasione y que no trabajan en la universidad. Quizá ni siquiera tengan estudios superiores.

Mi abuela, por ejemplo, que abandonó la educación reglada cuando apenas estrenaba las dos cifras de edad, conocía al dedillo la literatura rusa de los siglos XIX y XX. Se sentaba en el sofá, abría una de las ediciones de quiosco de Los maestros rusos y se ponía a leer. Si alguna vez se detenía, nos soltaba con su acento gallego: “una cosa está clara, los rusos debían tener mucho tiempo para escribir estos novelones”. Lo decía alargando la “e” de “tiempo” y moviendo la mano hacia delante, como lanzando al espacio una línea temporal infinita. Ella también tenía tiempo para leerlos, claro, porque estaba “jubilosa, no jubilada” y podía pasar las horas dando paseos quilométricos, leyendo lo que le echaran y charlando con sus hijos, con sus nietos, con sus amigas.

Como mi abuela, muchas otras personas dedican su tiempo a aprender. Los hay que leen todo sobre la historia –y parece que la Segunda Guerra Mundial es una pasión extendida-, quienes se matriculan en la UNED para estudiar alguna carrera, quienes pasan años en algún centro de idiomas o quienes se dedican a investigar la flora y la fauna local. La casuística es infinita. Lo común a estas personas es su pasión por un tema que no se agota en su pura repetición, sino que les empuja a profundizar en ello.

La sabiduría, decíamos, no se limita a la universidad. Sin embargo, la universidad es la institución que se define por su relación con el saber.

Es por eso inevitable que las reflexiones sobre el estudio y la vida intelectual incluyan también un análisis de la institución universitaria, de su situación y de su misión. Y algo raro debe ocurrirle a los mundos del saber y de la universidad para que en el 2022 se hayan publicado en España tres libros muy distintos, escritos por tres profesoras distintas, en los que la vida intelectual, el deseo de saber y la vida universitaria son objetos de análisis profundos.

Los bucles que no vemos

“Con esfuerzo, procuro leer con pausa” (69). Lo escribe Remedios Zafra, investigadora en el CSIC, en El bucle invisible, un ensayo publicado por Ediciones Nobel que mereció el año pasado el Premio Internacional de Ensayo Jovellanos. Al igual que los grandes novelistas rusos, mi jubilosa abuela tenía tiempo para leer.

En cambio, los “trabajadores del conocimiento” carecen de tiempo, agotados por bucles burocráticos y por tareas de estandarización del conocimiento basadas en la repetición y la desconfianza hacia el trabajo creativo. Por ese motivo, las vacaciones se convierten en un tiempo de trabajo “diferenciado”; en el tiempo de trabajo por excelencia; en el tiempo de trabajar con tiempo. Que las vacaciones sean ese tiempo es posible porque las máquinas vienen con nosotros, solapando así los tiempos del trabajo y del descanso y dando lugar a lo que Zafra denomina las “vidas-trabajo”. Unas vidas definidas por la autoexplotación, la concatenación de actividades repetitivas o la homogeneización.

El bucle tecnológico y  la cultura algorítmica

En El bucle invisible, Zafra continúa algunas de las reflexiones que ya había tratado, entre otros libros, en El entusiasmo y en Frágiles, ambos publicados por la editorial Anagrama. Si en aquellos libros analizaba la precariedad y vulnerabilidad de los trabajadores creativos, señalando las causas de este malestar en la cultura –Freud dixit-, en este ensayo introduce la mediación tecnológica y los retos de la cultura algorítmica.

Del mismo modo que no vemos los algoritmos que gobiernan nuestra vida en internet, también los procesos que nos agotan son invisibles para nosotros.

El trabajo de Zafra pretende explicitar esos “bucles invisibles” en los que vivimos y que nos leen, nos interpretan, nos gobiernan, para sacarlos a la luz y volverlos visibles. Porque solo al mostrar que estos bucles que nos encasillan no son naturales, sino que tienen detrás decisiones humanas, podemos tomar una decisión respecto a ellos y descubrir otras maneras de vivir.

El bucle académico

Uno de los bucles que analiza Zafra es el de los “bucles académicos”, significativamente situados en el tercero de los cinco capítulos que componen el ensayo. En este capítulo, Zafra realiza una defensa explícita de la universidad, para lo cual no solo define y diagnostica el estado de la institución, sino que también imagina la situación de un universitario medio. Para Zafra, la universidad es el “corazón de una sociedad libre” (88) y una casa para quienes encuentran “oxígeno en el conocimiento”. De ella espera que no solo forme a profesionales, sino a ciudadanos; que sea un lugar de producción de pensamiento propio y de ”libertad ilustrada”. Sin embargo, el bucle de la universidad, en la que el conocimiento está dominado por ciencias numéricas, alienta más a copiar que a crear, a mover la información más que a generar conocimiento.

Los académicos, más que creativos, son eruditos, lo que produce una inversión cultural importante: en lugar de ser el lugar de los discursos libres, la universidad se convierte en un lugar de homogeneización y de pérdida.

El trabajo creativo se traslada al formulario, donde es estandarizado en base a criterios decididos por otros, que sitúan en el pasado, en lo ya hecho, la definición del futuro.

El trabajador del conocimiento, que suele ser una persona entusiasmada por su trabajo, se convierte así en un sujeto desapasionado, preso de un bucle en el que Zafra identifica ocho etapas: intentarlo, disfrazarse, «hackear», avergonzarse, contactar, fingir, apagarse y delegar.

El bucle reputacional

Este bucle no solo tiene efectos en el propio trabajador, sino también en la institución universitaria. “¿No cree -se pregunta Zafra- que en los últimos tiempos las universidades se parecen llamativamente?” (100). La diversidad es, así, la primera afectada; pero lo es de un modo paradójico: al tiempo que estandariza la cultura, el bucle académico aumenta las desigualdades entre las distintas universidades.

Ahora, la reputación, operacionalizada según criterios exógenos que no afectan pedagógicamente y que no producen mejoras institucionales, se convierte en lo más valorado.

De este modo, las universidades con baja reputación se hunden más en los rankings, en los que, por otro lado, no solo importa mejorar, sino también hacerlo más rápido que el resto; el objetivo es competir para superar a los demás, no para trabajar mejor. A todo esto hay que sumarle, además, las reducciones presupuestarias en las universidades, el impulso a las universidades privadas como modelos de negocio y la precariedad con la que trabajan los académicos.

Corolario I

Lo que propone Zafra, de nuevo, es romper estos bucles; “apropiarnos del tiempo propio para generar un vacío que permita enfrentar con aire esas tareas que cimentan el trabajo intelectual, leer y escribir” (108).

La universidad debería ser la casa de este trabajo intelectual. Para ello, hay que desviarse del camino y dejar de repetir los procesos; parar para hacer mejor, no necesariamente más. Hoy, la universidad requiere un esfuerzo para poder trabajar con pausa.

Seguimos mañana…

 


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Comentarios
  1. Fundación Sociedad y Educación dice: 14/02/2023 a las 18:01

    Excelente entrada, con una magnífica referencia al ensayo de Zafra, sobre la misión de la Universidad y la tarea intelectual que determina la función del buen profesor y del buen investigador.

  2. […] de los elementos más interesantes del libro de Zafra es su estilo, en el que se conjugan la vida, la imaginación y el análisis. Algo similar, mutatis mutandis, ocurre con el libro de Zena Hitz, publicado por Ediciones […]

  3. […] contrario que los libros anteriores, (Zafra y de Hitz), González no pone su experiencia en primer lugar, sino que ofrece en un único volumen […]


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