Aprendizaje basado en proyectos: entre la moda, la utilidad y el mito

El aprendizaje basado en proyectos constituye un modelo docente activo en que los estudiantes plantean, implementan y evalúan proyectos con aplicación en el mundo real. A nivel teórico, sus ventajas tendrían que ver con el hecho de aunar teoría y práctica, trabajar la transversalidad e interdisciplinariedad, situar al alumno en el centro de su propio aprendizaje, y prepararle ante los nuevos desafíos y cambios constantes (también laborales) que nos ha traído el siglo XXI.

Un aprendizaje que se inicia con el planteamiento por el docente de la simulación de una situación real y próxima al entorno del alumnado y que, por extensión, le permita trabajar aquellos conceptos y procedimientos que estime esenciales de su disciplina. A posteriori, los alumnos deberán responder a dicha problemática desarrollando su investigación, abordando diversas actividades de aprendizaje, trabajando en colaboración (también con autonomía) y, finalmente, compartiendo el producto final de su trabajo y reflexión con el resto de sus compañeros.

En el APB no solo se evalúa el producto final del trabajo, sino también la satisfacción de cumplimiento del alumnado en todas y cada una de las etapas del proceso formativo.

Pros y contras del APB

Sus convencidos defensores ponen el acento en el aprendizaje por competencias y habilidades, pues basan su propuesta en un plan de acción de aprendizaje encaminado a la consecución de un determinado resultado de índole práctica. En paralelo, refieren que los beneficios derivados del uso de esta metodología son espectaculares: mayor motivación y satisfacción del alumnado, fomento del pensamiento crítico y de la creatividad, así como de habilidades sociales, mejor preparación para responder ante problemas reales, mejora de la comunicación oral, consolidación y retención de los conocimientos obtenidos, mejora de la relación con el profesor, fomento del atractivo de asignaturas que incorporan conocimientos transversales y mejora de los resultados de evaluación.

Por el contrario, no suelen poner mucho énfasis en visibilizar los notables problemas que también acompañan a su implementación: proceso complejo, saturación de trabajo para alumnado y profesorado, falta de preparación de un amplio elenco de profesores para con las nuevas metodologías (plantillas de edad elevada), menoscabo de los contenidos esenciales de las disciplinas y exposición de éstos desorganizada, dificultades de organización horaria y de diseño espacial del aulario, y problemas para compatibilizar el estudio con las obligaciones familiares y/o laborales.

En este contexto, lo cierto es que en los últimos años, fruto de la buena venta del producto, se ha pensado que con el aprendizaje basado en proyectos nuestro alumnado obtendría una mejor capacitación formativa.

¿Qué alumno podría resistirse a una educación fundada en el componente emocional de un aprendizaje que le permita divertirse mientras aprende, con actividades que suenan tan bien, al menos en teoría, como el portafolios digital, el juego de cartas, el juego de pistas o pruebas, los juegos on-line, la línea del tiempo mural, el reportaje fotográfico, el video, la simulación de un programa de radio o la entrevista ficticia, o los juegos de rol en el aula; frente a lo aburrido y tedioso que le han explicado, aun cuando no siempre sea así ni de lejos, que es una clase magistral? Todo ello, además, pasándoselo “bomba en clase»-

Y así se ha ido experimentado en nuestra educación primaria y secundaria. Ya podemos avanzar, siguiendo el refranero popular, que del dicho al hecho hay un buen trecho (mito).

Informe PISA: un baño de realidad que pone en duda algunas de las supuestas bondades del aprendizaje basado en proyectos

La publicación, a finales de 2023, de los resultados derivados de la octava edición del Informe PISA permite concluir, objetivamente, que España sigue cotizando a la baja en cuanto al rendimiento de su modelo educativo.

Baste decir que el estudio ha revelado que en matemáticas los estudiantes españoles han obtenido 473 puntos, es decir, el peor resultado en la historia del informe; mientras que en lectura (471 puntos) han descendido tres puntos respecto a 2018. De igual forma, dicho informe también ha puesto sobre la mesa una realidad que ya se intuía desde hace años: que los teléfonos móviles y las tabletas que algunos nos vendieron no hace tanto como la mejor receta para potenciar la participación del alumnado en su aprendizaje y, por tanto, rendimiento académico, han terminado por provocar el efecto contrario, esto es, dificultar su conocimiento, potenciar sus distracciones y complicar su concentración.

Unos datos derivados de las pruebas realizadas a los jóvenes de entre quince y dieciséis años (4º de la ESO) que, más allá de reflejar la fotografía de un momento, certifican un descenso notable a nivel global y, por tanto, nos sitúan frente al espejo de un fracaso educativo. Fracaso que, lógicamente, no responde a una única causa, sino a la concurrencia de diferentes factores como, por ejemplo, los constantes cambios legislativos en materia educativa, la incorporación a las aulas de un elevado volumen de alumnado no nativo, la pobreza infantil, la segregación escolar, los recortes económicos, la ausencia de formación y acompañamiento del profesorado, o los efectos derivados de la pandemia de la covid 19.

Factores que, aun cuando ello pueda molestar a algunos gurús que se autodefinen como innovadores, también debieran hacernos reflexionar, con sentido común, acerca del modelo de aprendizaje que se ha ido implantando en el entorno educativo a partir de un enfoque competencial.

Esta propuesta impla que, por encima de los contenidos (se les ha expulsado, no pocas veces, por la ventana) se ha abierto la puerta a la primacía, sin limitaciones, de las competencias y habilidades. De esa manera, el APB, por lo atractivo de su envoltorio, ha desplazado, progresivamente, a las clases magistrales.

Moda que, como demuestran diferentes estudios, sin embargo, no ha terminado por traducirse, ni mucho menos, en una mejora real de los resultados de aprendizaje del alumnado de nuestra educación primaria y secundaria; pero sí amenaza con exportarse, sin una seria reflexión previa, a nuestro sistema universitario.

Por una combinación inteligente de metodologías docentes activas y otras de perfil tradicional

La potenciación del aprendizaje por proyectos, cual panacea llamada a resolver los problemas actuales del modelo educativo (también el universitario), no puede ni debe pasar por una forma de hacer que, fundada en una práctica pedagógica, tan válida como cualquier otra, nos pueda acabar por brindar un producto “atractivo”, pero carente de una racional reflexión acerca de sus ventajas e inconvenientes.

Tan es así, que tras los últimos resultados del informe PISA no faltan quienes hablan, ya sin tapujos, de una tendencia de aprendizaje en que, de una parte, se acaba por menospreciar el saber, el conocimiento y el esfuerzo del alumnado y, de otra, el profesorado, abducido por una amalgama de ocurrencias pedagógicas, supuestamente innovadoras, corre el riesgo de convertirse en un simple coach (o acompañante del aprendizaje), especialmente preocupado por hacer divertida la clase (salón recreativo), pero que, en la práctica, termine por infravalorar, aun inconscientemente, la cultura del esfuerzo, trivializando el conocimiento.

De hecho, no faltan quienes constatan con ello una oda a la mediocridad sustentada en una ciudadanía acrítica, así como un profesorado imbuido de la necesidad de formarse en nuevas metodologías docentes (nadie pone en duda que ello sea necesario), pero a costa del dominio de los contenidos esenciales de su propia disciplina académica.

Propuestas metodológicas

Tanto las metodologías docentes clásicas (por excelencia, la clase magistral), como aquellas otras que pueden reputarse activas (como es el caso del aprendizaje basado en proyectos, el aprendizaje fundado en problemas, el aula inversa, los casos prácticos o las simulaciones), son perfectamente válidas y ninguna de ellas, por definición, es perfecta y aplicable, con éxito, a cualquier alumno. Es evidente que el alumnado universitario del siglo XXI, ni mejor ni peor que el propio de generaciones anteriores (sí diferente), está más avezado en el manejo de nuevas tecnologías digitales (a veces no tanto para aprender, como para distraerse), así como también tiene mejores competencias idiomáticas y puede disfrutar de complementos formativos en otros sistemas universitarios (especialmente de la Unión Europea). Pero también lo es, ya que así nos lo dicen reiteradamente los informes PISA, que tiene peor comprensión lectora y más que notables dificultades con las matemáticas y las ciencias.

¿Cómo actuar?

Ante esta tesitura, nos encontramos a tanto a los hiperventilados de la innovación docente como a quienes preferirían vivir anclados en siglos pretéritos, sin cambiar ni una coma de su forma de hacer en el aula, parece razonable.

Visto lo visto hasta ahora (el deficiente rendimiento, en términos medios, del alumnado en primaria y secundaria), antes de generalizar el uso en el sistema universitario del aprendizaje basado en proyectos es necesario plantear, por un lado una profunda reflexión acerca de cuál deba ser el modelo educativo que queremos para nuestros estudiantes e hijos/hijas. Para ello, es necesario dotarlo de estabilidad en el tiempo, con independencia de los cambios de mayorías parlamentarias. De otra parte, en el momento actual, lleno de dudas e incertidumbres, se debe plantear un escenario combinado en el que podamos extraer, con sentido común y sin perder la lógica, lo mejor del aprendizaje por proyectos, pero sin por ello “criminalizar” a las clases magistrales, como nos contada en su día Andrea Padrón en este blog.

Ello es así, porque sin un dominio básico de los contenidos teóricos de una disciplina resulta extremadamente complejo, por no decir imposible, que nuevas pedagogías, desde luego estimulantes, no acaben por convertirse, obviando el rigor y la exigencia académica, en una especie de invitación a un escenario de aprendizaje divertido, pero vacío de contenido real.

No hay modelos educativos perfectos, ni tampoco unos son mejores que otros porque así nos lo diga algún supuesto especialista que goza de un altavoz mediático. Todos tienen partes que podemos aprovechar (utilidad), pero también aspectos que debiéramos, cuando menos, revisar, por no decir expulsar de nuestras aulas (también las universitarias).

Equilibro metodológico

Tanto la clase magistral como el aprendizaje basado en proyectos son útiles. Ahora bien, mientras llega ese momento de perfecto equilibrio entre diferentes modelos que se combinen en positivo, no parece buena idea exportar, sin freno, el fracaso ya detectado de la educación primaria y secundaria a la Universidad (tampoco por lo que se refiere al aprendizaje basado en proyectos). De no hacerlo así, bien podríamos encontrarnos, ya que hablamos de aprender jugando, ante un modelo en que nos hagamos trampas al solitario hasta el extremo de fundar el proceso de enseñanza-aprendizaje en poco más que un mito, eso sí, muy bonito en la forma.

 

Comentarios
  1. Nuria M. Suárez dice: 12/03/2024 a las 12:58

    Muchas gracias profesor por afrontar, de forma clara y sintética, uno de los problemas más actuales que padecemos hoy en las aulas (universitarias y no universitarias) y por exponer lo que muchos realmente piensan de estas nuevas «modas» pero que no se atreven a manifestar.

  2. BAHAMONDE FALCON LUIS dice: 12/03/2024 a las 15:49

    Es más que evidente quje una vez leído y «entendido», lo que manifiesta en su escrito el Prof. Dr. David Vallespín, aquellos que compartimos la Universidad copn una dilatada experiencia en el mundo de la economía del día a día, como empresarios, desearíamos participar en la reflexión quje nos expone el Dr. Vallespín.

    Es bien cierto que dotar a los alumnos universitarios de una experiencia práctica favorecería su integración posterior en el mundo real. No obstante habría que valorar que, si un mayor conocimiento del mundo real, les ha dotado del conocimiento necesario, además de la habilidades necesarias en un mundo realmente competitivo, que actualmente nos rodea, y que por las informaciones que nos llegan diariamente, expulsará del mercado a los menos capaces en su profesión.

    Creo entender por el artículo expuesto, que se hace necesaria una reflexión entre ámbos mundos, el académico y el empresarial, siendo necesario posteriormente que el legislador académico suscriba las necesidades que pudiesen surgir, en cuanto a una mejora curricular y competencial de nuestro alumnado, futuros empresarios, profesores, médicos, abogados, ingenieros, politicos, etcra.

  3. Silvia Rodriguez. santaanalamatepec@yahoo.com dice: 12/03/2024 a las 17:00

    He leído el articulo, es super interesante, el abordaje que hace, sugiere un repensar la metodología, aclara términos en cuanto al uso competencial del aprendizaje y los contenidos y deja entrever que falta actualización en el cuerpo docente para trazar caminos adecuados para un aprendizaje mas concreto en el alumnado.

  4. Demetrio dice: 13/03/2024 a las 06:46

    Gracias por las ideas respecto de la educación de los estudiantes.

  5. Brenda García Rivera dice: 14/03/2024 a las 05:01

    En mi experiencia como docente de la Licenciatura en Arquitectura, he encontrado resultados favorables de aumento en el nivel de las competencias investigación, diseño y síntesis en los estudiantes universitarios cuando implementan la estrategia pedagógica Aprendizaje Basado en Proyectos con herramientas tecnológicas.

    Para el logro de esos resultados se requiere que el alumno utilice conocimientos (previamente adquiridos en clases magistrales impartidas por docentes capacitados y en múltiples interacciones sociales) en la realización de un proyecto.

    El ABP mejora el proceso de enseñanza-aprendizaje cuando permite que el docente tenga el rol de facilitador de aprendizajes (eso requiere la transformación de metodologías de enseñanza tradicionales) y motiva al estudiante a la toma de decisiones que le conduzcan a encontrar soluciones a problemáticas de su contexto.

    El ABP apoya al estudiante al brindarle una estrategia para sistematizar su proceso de búsqueda de soluciones y como resultado de su implementación no solamente se desarrolla el nivel de conocimientos, sino también el de habilidades, actitudes y valores (competencias) lo que permite al alumno tener el pensamiento crítico-reflexivo que le permitirá ejercer adecuadamente su papel en la sociedad.


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