¿La nueva biblioteca digital universitaria es realmente una biblioteca abierta?
«Una consecuencia no deseada de la digitalización actual es el poder creciente de las grandes empresas tecnológicas. Las actuales empresas de plataformas deciden quién tiene acceso a la información, guían las interacciones entre los usuarios y convierten estas interacciones en datos. Ello atenta contra la soberanía académica y va mucho más allá de la “función de publicación” que originalmente tenía un gran número de empresas.»
Karen Maex
Rectora de la Universidad de Ámsterdam. Enero de 2021
Siempre he pensado que, en cada palmo de estantería de las bibliotecas universitarias, no solo hay una colección de objetos de tapas de cartón y hojas de papel, sino los profesores más extraordinarios que han existido en el mundo. De hecho, una biblioteca universitaria es esto: el mejor claustro de profesores jamás imaginado, lo mejor de cada uno de ellos, su conocimiento impreso, descubierto y transmitido por ellos durante siglos.
Entre estanterías
El número 2
Si me acerco a las estanterías del número 2, me encuentro a Platón que, con sus Diálogos, me invita a escuchar cómo Sócrates refutaba todos los argumentos de sus contrincantes, que se dedicaban a engañar a la gente, como sucede ahora con tanta mentira que corre por las redes sociales. Si camino un poco más allá, está esperándome Immanuel Kant, que me explica cómo se fundamenta la ciencia moderna en La crítica de la razón pura. Seguramente, harto de tanto pietismo reinante en la Universidad de Königsberg, sigue insistiéndome en ¿Qué es la Ilustración? que me atreva a pensar por mí mismo, que use la razón y que no me fíe a las primeras de cambio de lo que otros me digan, como insisten hoy tantos profesores a sus estudiantes.
Los números 5 y 6
Y, si paso por delante de las estanterías del 5 y del 6, me encuentro de sopetón con centenares de profesores que han transformado el mundo donde vivimos. Ahí me esperan tres de ellos. El bueno de Galileo, profesor de la Universidad de Padua, que me dice que el mundo se mueve y no es plano, aunque nuestros sentidos digan lo contrario.
También está ahí el mayor pensador posiblemente de la historia, que se aburría tanto en las clases cuando era estudiante de Cambridge que se pasaba horas y horas en la biblioteca de la universidad, donde enseguida descubrió que allí estaban realmente los buenos profesores. Ese hombre se llamaba Isaac Newton y aún está presente en las estanterías de nuestras bibliotecas con todas sus lecciones y con su imponente Principia Mathematica. Y, junto a él, Albert Einstein, con los cinco artículos memorables que publicó en 1905 en la revista Annalen der Physik, que revolucionaron la física moderna y nuestro conocimiento profundo del mundo.
Y, un poco más allá, en la estantería del 6, está Gordon Moore, no tan conocido, que siendo muy joven predijo que cada dos años se duplicaría el número de transistores en un microprocesador. Moore todavía se ríe cuando ve que cada dos años corremos como locos a comprarnos el último ordenador, más rápido y más potente. Realmente, los profesores de las estanterías 5 y 6 son formidables.
El número 7
Y, si me paso por delante de las estanterías del número 7, me encuentro enseguida a Vitruvio con su De architectura, que desde la época de los romanos me está recordando que los edificios tienen que ser “sólidos, útiles y hermosos”, cualidades que nadie ha superado aún en arquitectura.
Una biblioteca universitaria es esto: el mejor claustro de profesores jamás imaginado.
En fin, ahí están los mejores profesores enseñando lo que descubrieron en su día, y puedo acceder a ellos simplemente entrando en la biblioteca de mi universidad. Y digo “profesores” porque lamentablemente no hay grandes profesoras, ya que las universidades prohibieron durante siglos que las mujeres accedieran al conocimiento científico. Pese a ello, en las estanterías del 5 hay una mujer extraordinaria que brilla tanto que ilumina toda la biblioteca. Se llama Marie Curie y le dieron dos premios Nobel de una tacada, el de Física y el de Química, siendo ella la primera persona que lo conseguía. ¡Qué diferentes habrían sido las universidades y las ciencias si, durante siglos, hubiéramos sumado la inteligencia y el talento de las mujeres!
Bibliotecas y editoriales: ¿quién es quién?
La biblioteca universitaria contiene, ofrece y preserva lo mejor de los profesores y es la referencia más segura de lo que se transmite en las clases, porque allí están las fuentes originales. Así han organizado el conocimiento las universidades desde el siglo XII. Los profesores lo crean y lo transmiten, los estudiantes lo aprenden y las bibliotecas lo preservan y lo difunden, sin ninguna motivación económica. Las bibliotecas universitarias no hacen negocio con la información científica.
Llevamos ya dos décadas del nuevo siglo y, debido a la transformación digital, han aparecido grandes empresas tecnológicas que sí lo hacen, y cada vez más. Nos encontramos que las grandes editoriales, ajenas a la academia, se están adueñando del nuevo conocimiento científico digital surgido de las universidades y están creado un entramado de productos de información de pago que revenden a las propias universidades a unas condiciones imposibles de asumir.
Los nuevos avances de las ciencias se publican y se editan hoy en formato digital y se leen a través de ordenadores, tabletas, teléfonos móviles, relojes, gafas… y pronto con tecnologías incrustadas en la ropa e incluso en nuestra piel. Esta diversidad tecnológica es fascinante, porque permite acceder a la información desde cualquier parte del mundo y en el momento que uno quiera, pero el problema no es la tecnología, que tanto nos hechiza –aunque también lo es, en parte–, sino la propiedad y el control del acceso a los contenidos científicos que imponen las editoriales propietarias. Algo que hasta hace poco era impensable en la publicación analógica, ahora es una realidad y un problema descomunal para las universidades, que deben recuperar lo que han dejado escapar: la propiedad, el acceso y la preservación.
El nuevo conocimiento ya no es propiedad de la universidad, sino de las editoriales, que han construido, con los artículos de nuestros profesores, unos productos digitales cerrados como base de su negocio.
Recuperar la propiedad
La comunicación científica se publica en soporte digital y las editoriales han ido acumulando, de forma gratuita, la producción científica de los investigadores necesitados de una publicación basada en la revisión por pares. También han adquirido aquellas revistas que editaban las universidades, asociaciones científicas y pequeñas editoriales, y que habían adquirido una cierta relevancia. Con todas esas publicaciones, han creado unos productos que venden de nuevo a las universidades en paquetes de títulos de revistas a unos precios desmesurados que se incrementan cada año.
A esta oferta, se van añadiendo otros productos también de pago, derivados de poseer esta información científica y del uso que hacemos de ella, como son los factores de impacto, los estudios bibliométricos, las nuevas aplicaciones, los informes de datos analíticos, tendencias, proyectos y perfiles científicos. Saben en todo momento lo que consulta y descarga cada profesor, y trazan mapas y patrones de sus comportamientos. Es decir, poseen un metaconocimiento de la ciencia mundial al cual no tienen acceso ni las propias universidades ni los gobiernos democráticos que las financian.
Ahora mismo, las grandes editoriales científicas ya tienen más información de la investigación de una universidad que la propia universidad. La externalización irresponsable de la publicación científica en editoriales externas, derivada del boom de la investigación y de la necesidad imperiosa de publicar, está provocando, en realidad, una descapitalización del conocimiento de la universidad en la era digital como jamás habíamos vivido antes, y esta es una situación sumamente preocupante que ya está alertando y que están denunciando cientos de profesores e investigadores, y ahora también los rectores y gestores universitarios. No es un problema menor.
Los acuerdos transformativos
Ante esta gravísima situación, se impulsó el movimiento del acceso abierto a los preprints, a las revistas universitarias y a las tesis mediante los repositorios digitales institucionales creados por los bibliotecarios universitarios de medio mundo. Todo ello ha derivado en una conciencia a favor de la ciencia abierta y en la necesidad de renegociar con las editoriales propietarias al menos unos “acuerdos transformativos” un poco más favorables para las universidades, como ya está haciendo una comisión creada por la CRUE de forma muy acertada con cuatro grandes grupos editoriales de revistas científicas.
Los “acuerdos transformativos” pretenden que las editoriales propietarias de revistas científicas publiquen, con acceso abierto, al menos los artículos de aquellos investigadores de las universidades cuyas bibliotecas hayan abonado las suscripciones anuales de los paquetes de revistas. Pero me temo que todas estas medidas, aun siendo muy loables e importantes, no van a ser suficientes para recuperar la propiedad de la nueva ciencia digital del futuro si no se avanza en políticas encaminadas a conseguir la propiedad en su origen.
Hay que recuperar lo que hemos perdido y taponar la fuga de conocimiento.
No solo es necesario recuperar lo que ya no tenemos, sino taponar la fuga permanente del nuevo conocimiento que surge de las universidades. Ello pasa por crear nuevos procesos de evaluación internos, con comités científicos abiertos; por apostar decididamente por la ciencia abierta, publicada en los repositorios institucionales, académicos y públicos, y por reconocer solamente aquellas editoriales científicas que no tengan ánimo de lucro y sean éticamente responsables. Como reclama Karen Maex, rectora de la Universidad de Ámsterdam, es necesario que la Unión Europea apruebe una verdadera y urgente Digital University Act, ante la gravedad de la volatilización galopante del nuevo conocimiento digital de las universidades y sus bibliotecas.
Recuperar el acceso
Desde siempre, las bibliotecas universitarias han adquirido libros y revistas, que después ofrecen a sus investigadores y estudiantes. Las normas de acceso a estos libros y revistas las dicta cada universidad y las bibliotecas las ejecutan mediante los sistemas y los reglamentos de préstamo.
El préstamo ha estado abierto a todos los profesores, investigadores y estudiantes no solo de la universidad propietaria de las colecciones, sino a toda la comunidad académica mundial a través del préstamo interbibliotecario.
El servicio de préstamo es la base de la biblioteca universitaria moderna, también de las bibliotecas públicas, de tal manera que, sin préstamo, es decir, sin el acceso a los libros y a las revistas, una biblioteca deja de ser una biblioteca y se convierte en un almacén. La biblioteca moderna no se entiende sin el préstamo gratuito de los documentos a sus ciudadanos.
Pues bien, este modelo se está rompiendo con las publicaciones científicas digitales comerciales y pronto también con los libros electrónicos, ya que son las editoriales las que establecen las normas de préstamo y deciden quién accede a él y quién no, y cuándo se accede y cuándo no, sobre todo si se ha abonado el precio que se exige. Y esto es así porque los contratos de suscripción imponen cláusulas restrictivas de todo tipo, como son las claves de acceso o nuevas normas de préstamo que excluyen a determinados usuarios universitarios (por ejemplo, no suelen admitir el acceso a usuarios que sean alumni de una universidad). También determinan qué centros de investigación de la universidad pueden acceder y cuáles no, y, finalmente, imponen unos precios abusivos con unos incrementos anuales que hace imposible mantener las suscripciones y obligan a cancelar infinidad de títulos.
Esta situación, impensable en la biblioteca analógica, se está aceptando de forma preocupante en la biblioteca digital comercial.
Por tanto, el acceso abierto no está asegurado. Así pues, es necesario no solo recuperar la propiedad de la ciencia creada en las universidades, sino también exigir en los contratos a las editoriales que sean las universidades quienes decidan las normas de acceso a la información científica, y no solo porque son las que pagan las suscripciones –en el año 2020, las universidades españolas pagaron más de 300 millones de euros por este concepto–, sino porque las universidades son las responsables de garantizar la transmisión y el acceso del conocimiento a sus profesores, investigadores y estudiantes. Es su misión nuclear.
Recuperar la preservación
El tercer problema, también muy grave, es la preservación digital. La preservación digital de la información electrónica en general de las organizaciones y de las administraciones es un problema no resuelto actualmente, porque resulta económicamente costoso, es tecnológicamente difícil y, desde hace poco, nada prioritario para sus gobernantes. Imbuidos como estamos todos en la tecnología y en la información de la inmediatez, el hecho de preservar la documentación electrónica no parece que sea importante.
Este error, que ahora empieza a preocupar, es letal para las universidades y sus bibliotecas.
En los contratos de suscripción de revistas científicas con las editoriales, suele haber algunas cláusulas del tipo “ustedes tienen acceso perpetuo a lo que ha sido subscrito”, pero estas coletillas contractuales son más deseos que realidades, porque no desarrollan nada al respecto. No se acuerda cómo será ese acceso en el futuro, ni se habla de los costes añadidos de mantenimiento de las colecciones digitales, ni de las posibles y necesarias migraciones a otros formatos y a futuras innovaciones tecnológicas, ni de la seguridad de los archivos y de los servidores ante posibles desastres o pérdidas. Tampoco se mencionan las cuestiones relacionadas con los traspasos, las ventas o las desapariciones de títulos de revistas –que, por desgracia, empezamos a detectar–, ni de las consecuencias del cambio de propiedad de estas empresas, una circunstancia que se produce muy a menudo en mercado tan cambiante como el de la comunicación científica.
Las universidades y las bibliotecas tienen que exigir, en sus contratos, la entrega en propiedad de todos los archivos de los artículos y las revistas científicas que han pagado, para que sean los sistemas informáticos, bibliotecarios y de archivos de las propias universidades los que garanticen su preservación y accesibilidad en las próximas décadas a los futuros profesores y estudiantes. Seguramente, es necesario crear de forma urgente una gran biblioteca digital de las universidades españolas y europeas que tenga como objetivo principal la recopilación y la preservación de la ciencia digital actual y futura. Esto es, un gran archivo digital científico, y una ley que lo ampare y lo regule.
Disponer del nuevo conocimiento digital va a ser esencial para la supervivencia de las universidades y para que sus bibliotecas digitales dispongan de contenidos y sean realmente abiertas.
Nos jugamos la posibilidad de leer, escuchar y hablar con los futuros Platón, Kant, Galileo, Newton, Einstein, Curie y Vitruvio.
Estimado Didac, un artìculo interesante y necesario! Se necesita que los esfuerzos de los distintos estados convergan también a nivel europeo. Muchas de las polìticas en temas de investigaciòn y marco universitario parten de la UE. Igual como se iniciaron proyectos ambiciosos de front ends nacionales (recuerdo Recolecta, Narcis, UKRI, o PRC) donde acceder a la producciòn cientìfica i/o de materiales docentes en abierto, se necesita un proyecto paneuropeo donde encontrar todo lo que se produce a nivel europeo. Especialmente de lo financiado con fondos Horizon (aunque no solo). Felicidades y saludos!
[…] Lee este artículo de Dídac Martínez en universidadsi.es: https://www.universidadsi.es/biblioteca-digital-universitaria/ […]
Una buena reflexión, porque a veces da la extraña sensación de que nos estamos comiendo un rico queso sí, pero eso suele haber en las trampas de ratones.