«Bullying»: el precio de la impopularidad (los rankings II)
Escribía, en mi anterior entrada (ver aquí), sobre el precio de la popularidad y la serie de TV Black Mirror. Pero también debería dedicar unas líneas al precio de la impopularidad. En el ámbito escolar están muy de actualidad las conductas que se producen hacia niños y niñas impopulares. Le llamamos bullying (acoso escolar). Y me parece que podemos establecer unos paralelismos con lo que le sucede a las universidades impopulares en los rankings. El bullying se produce de distintas formas, pero me voy a centrar en dos del tipo maltrato psicológico o verbal: el hostigamiento y la exclusión social.
El hostigamiento es una forma de agresión para producir un fin. Nuestro diccionario de la RAE nos informa de tres tipos de uso del término hostigamiento:
- «Dar golpes con una fusta, un látigo u otro instrumento, para hacer mover, juntar o dispersar».
Imagino a los rankings como una fusta que pretende hacer que las universidades se muevan, se junten o se dispersen (según el interés del que maneja la fusta).
- «Molestar a alguien o burlarse de él insistentemente».
No tengo duda de que los rankings molestan a la mayoría de las universidades (no molestan al 3% que esté en los primeros puestos) y que lo publicado supone en ocasiones una burla sobre lo que son y lo que hacen: qué malos sois que no aparecéis en los rankings. Tampoco hay duda de que eso se hace insistentemente, cada año, como si los resultados de una universidad pudiesen cambiar en unos meses.
- «Incitar con insistencia a alguien para que haga algo».
La insistencia pretende que las universidades se muevan para estar en los primeros puestos, lo que es imposible: solo unas pocas podrán ser el 3% mejor. No olvidemos que gran parte de las puntuaciones se otorgan por reputación.
En resumen, los rankings (los que manejan el látigo) se burlan de las universidades impopulares y las fustigan para que se muevan en una dirección en la que todas las universidades se van a mover, proponiendo como fin algo que nunca podrán alcanzar la mayoría: estar en los primeros puestos.
Además, el movimiento está llevando a agrupar a las universidades populares y a hacer otro grupo con el resto: las impopulares. Lo que supone una especie de exclusión social. Expertos en exclusión social podrían hablarnos de los efectos que provoca, porque no quisiera extenderme más.
Por ello, considero que los rankings suponen para las universidades impopulares una especie de bullying. Suponen un recordatorio insistente de que no son world-class universities; un recordatorio insistente sobre lo que no son (a sabiendas de que nunca podrán ser), y un recordatorio innecesario, porque en este nivel es imposible que se produzcan cambios sustanciales de un año a otro.
De persistir esta moda de describir lo que son las universidades, pueden producirse efectos negativos parecidos a los analizados en el acoso escolar. No en las instituciones, que no tienen psique, sino en las personas que trabajan en dichas instituciones.
Y eso sería grave porque, incluso, aceptando lo inaceptable (que lo que reflejan los rankings es la totalidad de las actividades que las universidades deben hacer), la agrupación de las populares llevará a centrar la atención de la sociedad y las políticas públicas en un número insuficiente de universidades (ese 3%), insuficientes para colaborar en la solución de algunos de los retos importantes que tienen nuestras sociedades tecnológicas y del conocimiento. Los impopulares también tienen derecho a jugar en el patio.
Más temas para la reflexión.
Interesante reflexión. Abre otro debate acerca de los efectos de los rankings. Desde luego, está claro que algunas universidades pequeñas (no hace falta poner nombres, pero fácilmente se nos vienen ejemplos a la cabeza) no pueden competir (ESPECIALMENTE en reputación) con otras. No obstante, la comparación no sólo genera efectos perniciosos. Sin ella, las universidades no tendrían referentes a la hora de implementar programas en la búsqueda de la excelencia (docencia, internacionalización, selección del profesorado, investigación…). En definitiva, no está de más que de vez en cuando nos recuerden que podemos hacerlo mejor. Dicho esto, coincido plenamente en que en ese discernimiento a la hora de mejorar la calidad de las universidades, éstas deben protegerse de «intereses» estereotipados, como podría ser, por poner un ejemplo, la excesiva profesionalización de las ramas del conocimiento.
Gracias por tu comentario, Miguel. Estoy de acuerdo contigo en que es imprescindible tener modelos de referencia para mejora. En lo que hay que ser prudentes es en tener un único modelo de referencia. Todos debemos a aspirar a ser suficientemente buenos, pero no todos debemos aspirar a que nos consideren excelentes.