Cultura en la universidad: del asiento al escenario
Disfrutar de conciertos, exposiciones o representaciones teatrales programadas en la universidad ha sido, para muchas personas, una de las formas más gratas de vivir su paso por ella. En mi caso particular, además de haberme sentado entre el público, he tenido la suerte de participar activamente como intérprete musical en diversas ocasiones.
Esta doble experiencia me ha hecho comprender algo valioso: que la cultura en la universidad no solo se consume. También se crea, se comparte y se vive en comunidad. Cualquiera puede formar parte del hecho cultural.
Esta entrada es una invitación, desde la experiencia personal, a quienes pertenecen a la universidad y sienten inquietud artística, para que den el paso de implicarse y contribuyan con su talento a enriquecer la vida cultural universitaria.
Participar como público: disfrutar, aprender, conectar
En entradas previas de este blog se abordó la dimensión cultural de la universidad como un componente esencial, históricamente promovido desde la extensión universitaria. Su importancia queda recogida en la Ley Orgánica 4/2007, y su valor social es indiscutible (Cañete Ochoa, 2018; González Rueda y Ariño Villarroya, 2020). Las encuestas sobre hábitos culturales, como la realizada por el Ministerio de Cultura, confirman además que, a mayor nivel de estudios, aumenta la participación cultural.
Asistir como público no implica asumir una actitud pasiva. Al contrario, constituye una experiencia formativa que potencia habilidades clave para el desarrollo académico: el pensamiento crítico, creatividad o capacidad de análisis. Estas competencias, esenciales en los marcos universitarios de calidad, se fortalecen con una exposición regular a manifestaciones culturales diversas (Winner, Goldstein & Vincent-Lancrin, 2013). Estas, a su vez, estimulan el desarrollo cognitivo y emocional del estudiantado (Murray, 2020), enriqueciendo su formación de forma transversal. Un impacto que se refuerza en el contexto universitario, donde la interacción entre disciplinas y enfoques diversos es inherente a su esencia. La familiaridad con prácticas culturales complejas favorece el acceso y éxito académico, al estar alineada con las disposiciones valoradas por el sistema educativo (Bourdieu, 1986).
En este sentido, la cultura actúa como un catalizador pedagógico: amplía horizontes, estimula la curiosidad y favorece una actitud abierta ante el conocimiento.
Desde una perspectiva personal, asistir como público mejora el bienestar emocional. Estudios recientes avalan que la asistencia a eventos culturales reduce el estrés, fortalece la autoestima y genera sentido de pertenencia, también en contextos educativos. La OMS respalda en una revisión basada en más de 900 estudios que las artes desempeñan un papel sustancial en la salud mental y el bienestar psicosocial (Fancourt & Finn, 2019). En mi caso, cada concierto en la universidad ha sido, más que disfrute, una sensación de hogar.
Ser de la escena: crear, colaborar, transformar
Implicarse en la vida cultural universitaria como creador/a o intérprete aporta una vivencia de otro calibre. Muchos beneficios personales, académicos y sociales experimentados como público se amplifican y adquieren mayor profundidad.
No solo se comparte talento: también se construyen vínculos que fortalecen la vida universitaria desde dentro.
Recuerdo mi primera actuación en la universidad. Fue acompañando al piano a un contratenor, también miembro de la comunidad universitaria. El recital, organizado por la propia institución, fue un momento intenso y vibrante. Nunca antes me había sentido tan integrada en la vida universitaria. La práctica cultural tiene eso: ofrece un espacio seguro para expresarse, y en ese proceso, fortalece la autoestima y refuerza la confianza.
Actuar, interpretar, comisariar, coordinar o escribir activa competencias clave: planificación, liderazgo, toma de decisiones, trabajo en equipo o gestión del tiempo bajo presión. Estas habilidades, muy valoradas profesionalmente, se desarrollan de forma natural en la práctica cultural. La participación activa en proyectos artísticos dentro de instituciones de educación superior ha demostrado fomentar la responsabilidad, el liderazgo compartido y la autogestión entre el estudiantado (Thomson & Chatterjee, 2016). Desde el punto de vista formativo, participar en la creación cultural permite aplicar el conocimiento de forma práctica y transversal. En grados como Comunicación, Bellas Artes, Humanidades o Educación, estas actividades funcionan como laboratorios vivos. Pero también en titulaciones técnicas donde potencian competencias blandas fundamentales como creatividad, empatía, pensamiento lateral o resolución de conflictos.
¿Qué dice la investigación acerca de los beneficios de promover la cultura en la universidad?
La investigación universitaria demuestra que estas competencias pueden desarrollarse eficazmente cuando se integran en experiencias prácticas y colaborativas de aprendizaje (Uaikhanova et al., 2024). Además, construir un entorno universitario culturalmente activo y abierto a la expresión ideológica y al diálogo, impulsa la capacidad de innovación. Cuando la universidad valora el logro cultural como parte de su misión educativa, genera espacios propicios para el pensamiento libre y crítico. Ese es un terreno fértil donde florecen nuevas ideas. Incorporar e integrar estas dimensiones a la trayectoria universitaria enriquece el currículum y fortalece perfiles profesionales más versátiles. Asimismo, estas trayectorias visibilizan el talento interno de la universidad. Que un estudiante de ingeniería actúe en una obra teatral, una profesora de matemáticas cante en el orfeón o el personal técnico de biblioteca comisaríe una exposición desdibuja las fronteras entre productor y público.
Quienes crean cultura dentro de la universidad se convierten, sin pretenderlo, en referentes. Abren camino, inspiran y conectan. Lo he comprobado muchas veces: el arte transforma tanto a quien lo observa como a quien lo hace posible.
Cultura universitaria: una comunidad que se construye entre todos/as
Este vínculo entre educación y cultura refuerza una idea clave: la universidad no debe entender la cultura como un añadido, sino como elemento central de su proyecto educativo. Debe concebirse como un ecosistema vivo que cobra sentido cuando quienes integran la institución asumen un papel activo. Implicarse en su dinamización crea sentimiento de comunidad. Genera vínculos estrechos, permite compartir inquietudes y favorece una vivencia universitaria humana y enriquecedora. Esta participación trasciende roles y derriba barreras entre titulaciones, generaciones y estamentos. Un ejemplo que conozco de cerca y que lo ilustra, lo representan las orquestas y coros universitarios. Al reunir a personas de distintos perfiles, edades y disciplinas, facilitan la integración, especialmente en los primeros años de carrera. Este reconocimiento trasciende lo individual y se refleja en el apoyo a agrupaciones estables: más de 40 universidades públicas españolas cuentan con orquestas, coros o compañías teatrales en su estructura cultural. Muchas se integran en redes como la Red de Orquestas Universitarias Españolas (SINERGIA), que agrupa formaciones como la OFUV (València), la OUDO (Oviedo) o la OCUAM (Autónoma de Madrid) entre otras. Su consolidación evidencia su valor como forma activa de participación universitaria. Compartir la práctica musical en un entorno cada vez más diverso y multicultural, fortalece la empatía, el trabajo en equipo y el reconocimiento mutuo. Y los vínculos que se tejen en ensayos y actuaciones perduran en el tiempo. Muchas personas recuerdan con especial cariño aquellas amistades y momentos vividos forjados entre partituras, viajes o conciertos como uno de los pilares afectivos de su paso por la universidad.
Del talento a la acción: apoyo institucional a la cultura participativa
Más allá de participar en agrupaciones estables, en los últimos años, algunas universidades españolas están apostando por nuevas formas de participación más horizontales y autogestionadas. De hecho, han intensificado su compromiso con la cultura fomentando mecanismos que facilitan la participación activa en la vida cultural universitaria. A través de estos programas se impulsa que el estudiantado, el profesorado o el personal técnico puedan diseñar y poner en marcha sus propios proyectos artísticos y culturales desde dentro de la institución. Es el caso, por ejemplo, de la Universitat de València, que promueve iniciativas como Activa Cultura o Activa Música, orientadas a apoyar propuestas artísticas ideadas y desarrolladas desde la comunidad universitaria. También existen en esta línea iniciativas destacables en otras instituciones, como el programa de ayudas para la realización de actividades culturales de la Universidad de Zaragoza, o las convocatorias culturales promovidas por la Universidad de La Rioja y la Universidad de Castilla-La Mancha. Estas convocatorias reconocen el talento existente en el seno universitario y canalizan el talento, facilitando el paso de la idea a la acción. Bajo el respaldo institucional, favorecen la autonomía, la iniciativa y la capacidad de generar impacto.
A modo de cierre
La cultura en la universidad no debe limitarse a ocupar un lugar en la agenda. Debe entenderse como un territorio común, donde cada voz cuenta. Reconocer y dar espacio a quienes hacen posible la vida cultural, con su tiempo, talento o compromiso, fortalece la misión transformadora de la educación superior. La universidad necesita personas implicadas que den vida a propuestas culturales. Es, en definitiva, una apuesta por una universidad abierta, atenta a su tiempo y orgullosa de su comunidad. Solo así podremos construir una universidad más plural, consciente y conectada con su entorno. Una universidad que no solo forme, sino que también transforme.
Gracias, Berta, por recordarnos la importancia que tiene la vida cultural universitaria. Enhorabuena por la entrada
Así era la universidad de mis estudios, entre décadas 60’s y 70’s. Ahora, en mi ámbito, la ingeniería, no hay hueco para nada. Los alumnos están asfixiados: un 65% de créditos aprobados es un «buen resultado». Lo de ahora es otra cosa.
Si se pierde un día de clase, la guía docente se va al guano; esto es una carrera contra el tiempo del primer al último día de cada curso académico. Así que no seamos ingenuos: ya no hay sitio para la «cultura» en la universidad. Es una carrera desesperada por aprobar como sea y escapar de la «uni». Nada más. Lo hemos conseguido, felicitemos a la ANECA, pedagogos teóricos y demás colaboradores necesarios para este desastre.
[…] cursos complementarios, grupos de teatro, de juegos de rol, en asociaciones de estudiantes, en coloquios y actividades en […]