De la gerontocracia al edadismo en la universidad española

La universidad, como la sociedad española, ha sufrido un vertiginoso viraje en los últimos 20 años a pesar de su vetusta inercia. En 2001, el gobierno español lanzó el programa Ramón y Cajal para atraer talento investigador en formato tenure track. Ese mismo año comenzó la Ley Orgánica 6/2001 de Universidades (LOU), ahora derogada por la LOSU. En esta ley se anunciaba la creación de la Agencia Nacional de Evaluación de la Calidad y Acreditación (ANECA). Este fue el comienzo del cambio en la carrera académica de las universidades públicas con plantillas consolidadas a partir de plazas justificadas por necesidades docentes, convocadas y resueltas desde la propia universidad.

La carrera académica antes y después de la ANECA

El modelo actual se basa en la incorporación de recursos humanos a través de una pléyade de figuras altamente competitivas de perfil investigador sin requisitos en capacitación docente. En la era pre-ANECA, no existía la obligación de “hacer las Américas” con postdocs como tampoco becas predoctorales. Por la alta oferta de títulos universitarios y las plantillas en expansión, los recién licenciados ocupaban plazas de ayudantes mientras realizaban su tesis. No obstante, algunos doctores inquietos se aventuraban a realizar años sabáticos en el extranjero, pero ya con su plaza en propiedad. Los sexenios de investigación comenzaban a ser más exigentes en cuanto a las cinco contribuciones presentadas (impacto, coautoría internacional).

La gerontocracia en la carrera académica

Los grupos de investigación de entonces, que conformaban los departamentos universitarios, estaban liderados por un catedrático de universidad (rara vez era una mujer), varios profesores titulares y tantos otros con figuras laborales, esperando promocionar de acuerdo con el principio de autoridad del director del departamento en connivencia con el jefe del grupo. En esta estructura jerárquica de grupo, por norma bastante rígida y en régimen consuetudinario, no existía posibilidad de renovación de liderazgo hasta la jubilación del líder (65-70 años) o su desvinculación como profesor emérito. En ese momento, el miembro segundo en antigüedad, ergo catedrático, tomaba el relevo. Era taxonómicamente una gerontocracia. No existía una cultura por preparar discípulos que superaran al maestro, en sentido de liderazgo y generación de conocimiento. Un vestigio de esta gerontocracia es el creciente número de profesores eméritos  y a nivel internacional, la edad media de los Premios Nobel.

Discriminación por edadismo en los grupos de investigación

En la actualidad, los grupos de investigación en la universidad están conformados por investigadores, ya en edad madura, con un amplio bagaje internacional, reconocimiento científico, autonomía para captar fondos y con ello, capacidad para tomar decisiones. A través de las políticas científicas expansionistas de muchas universidades españolas (empujadas por los rankings y la recaudación de costes indirectos), se les exige a estos investigadores para optar a estabilizarse con plazas LOU (LOSU), ser investigador principal de proyecto del plan nacional, además de estar acreditado a Profesor Titular de Universidad.

Las actuales comisiones de plazas de concurso público se han rejuvenecido a la misma velocidad que los jefes de grupos, septuagenarios, se jubilaban. En nuestra sociedad del bienestar, la esperanza de vida es alta. Este ecosistema ha diluido el liderazgo personalista y protagónico del senior, llegando en ocasiones a la irrelevancia. Y esto ha despertado entre los catedráticos que están a punto de jubilarse, un sentimiento de exclusión por edadismo: una discriminación por edad que se da normalmente entre los profesionales maduros de alta cualificación (https://www.sanidad.gob.es/profesionales/saludPublica/prevPromocion/Prevencion/EnvejecimientoSaludable_Fragilidad/BuenTrato_Edadismo.htm) Nota: Los jubilados de oficios más exigidos físicamente o más propensos al síndrome burnout, no suelen padecer edadismo.

¿Cuál es el problema real?

Por supuesto, el éxito de un investigador tenure track es en parte gracias a las infraestructuras y líneas existentes en el grupo anfitrión consolidadas por los profesores seniors, que lo avalaron y tutelaron durante su incorporación. Pero existe un doble discurso sobre el rendimiento y aprovechamiento del profesorado universitario senior. La universidad pública española es uno de los pocos ámbitos laborales en los que la edad forzosa de jubilación es a los 70 años. Retributivamente, un profesor universitario no puede percibir más de 6 complementos de productividad (sexenios de investigación y transferencia) y otros tantos por docencia (quinquenios). Estos complementos se alcanzan de media a los 60 años. Por otro lado, en algunas universidades existen minoraciones docentes por edad a partir de los 60 años, lo que implica reducción de carga docente.

Esto quiere decir que un profesor universitario sexagenario tiene 10 años, menos exigido en sus obligaciones, para acompañar y asesorar a otros colegas en etapas anteriores que necesitan seguir creciendo en la profesión, pero sin tutelas ni clientelismos.

De esta manera se asegura un tranquilo relevo generacional en la plantilla. Por el contrario, se manosean interesadamente las palabras experiencia y veteranía en alegatos pro-senior sin empatizar con las actuales condiciones laborales del Personal Docente Investigador de las universidades. Véanse las plantillas envejecidas, la estabilización y promoción tardías, evaluaciones externas inflacionistas o el nuevo régimen de cotización a la Seguridad Social.

La edad no es el problema

Por supuesto que muchos conocemos a profesores septuagenarios y octogenarios fuertes, cabales y prolíficos, pero suele coincidir que también lo fueron cuando sexagenarios, quincuagenarios, cuadragenarios. La edad no les otorgó la clarividencia intelectual, porque ya la disfrutaban. El debate no es la discriminación por edad. Eso es maniqueísmo y demagogia. Las universidades están desarrollando programas Senior para no desconectarse de sus jubilados. El aprendizaje a lo largo de la vida que emana de la LOSU permite que cualquier ciudadano siga formándose, con independencia de la edad. Al mismo tiempo, la «ciencia ciudadana» es una magnífica oportunidad para que los científicos seniors motivados sigan aportando su conocimiento.

Hay un tiempo para estar y otro para retirarse de la primera línea, lejos del foco. Y aquellas personas que tienen la lucidez suficiente para distinguirlo poseen un preciado don en la vida.

 

Comentarios
  1. Ramón Morillo-Velatde dice: 04/04/2024 a las 13:44

    No sé la edad que tiene el chico este, autor del post. Pero que no se preocupe: lo que hoy empieza al final de los sesenta, llegará mañana para los que estén a final de los cincuenta y, cuando se quiera dar cuenta, en los últimos años de la cuarentena. Que vaya poniendo las barbas en remojo, por si acaso. Por lo demás, al menos en mi caso, no siento la más mínima pena ni nostalgia por dejar atrás casi cincuenta años de vida académica, la inmensa mayoría como catedrático. Al fin y al cabo, esta universidad que se está construyendo, al menos desde la etapa Bolonia, no se parece ni de lejos, para su desgracia, a la que a mí me sedujo y enamoró en mis ya lejanos diecisiete años.

  2. David L.G. dice: 06/04/2024 a las 13:10

    Buena entrada del autor, y completamente de acuerdo con el comentario de Ramón-Morillo: que no se preocupe el autor del post. Desde Bolonia conozco a muchos catedráticos y PTU, muy buenos, que se han jubilado sin mirar atrás, súper contentos. Y como dice el autor del comentario, Ramón-Morillo, me encuentro a grandes profesionales, en docencia e investigación, ya con el «piloto automático» a finales de los sesenta años y mucho antes. Hacen bien su trabajo, pero no tienen ninguna intención de entorpecer a los jóvenes o llorar por «edadismo». Al contrario, ¿quién necesita humillarse a una cierta edad ante las justificaciones económicas y de todo tipo siendo IP, por ejemplo?


¿Y tú qué opinas?